La vida de Bogotá después de los días de incendios, aunque con una visible herida en sus cerros, volvió a la normalidad, así que el pasado domingo a mi amiga Camila, su esposo Andrés y a mí nos sorprendió un aguacero fuerte mientras almorzábamos en un cómodo restaurante cerca al parque del Virrey, teníamos una mesa en la zona exterior, pero las chimeneas no nos dejaron sentir frío.
Cami y Andrés viajaron en sus vacaciones a Nuquí y era la primera vez que nos veíamos después de eso. Regresaron encantados con la belleza y con muchas preguntas sobre la economía, especialmente les inquieta qué tanto del dinero que efectivamente entra por turismo va a parar a las manos de los nativos y se traduce en calidad de vida para sus familias. A propósito de esto trajimos a la mesa la vieja idea del canal interoceánico por el Chocó, que hace poco revivió nuestra gobernadora Nubia Carolina Córdoba y luego el presidente Gustavo Petro aseguró que se hará. Como es lógico y legítimo, mis amigos manifestaron su preocupación por los impactos ambientales de un proyecto de tal magnitud. Entonces los invité a pensar el desarrollo del Chocó poniendo a sus habitantes como centro, tal como lo hicieron ellos con relación al turismo. Si jamás hemos tenido una vía al mar, a pesar de ser el único departamento con costas en el Caribe y el Pacífico colombianos, si no tenemos un solo hospital de tercer nivel, seguimos con las tasas más altas de desempleo del país y la mayoría de nuestros municipios no están interconectados ¿Por qué no podríamos aspirar a megaproyectos que permitan mejorar al menos unas cuantas de esas variables?
Tal como pasó con el puerto de Tribugá, la discusión desde afuera se centra solo en la conservación ambiental y en los intereses económicos. Para nosotros no es un secreto que lo que se jugó en ese caso fue un pulso entre inversionistas portuarios de dos regiones, mientras muchos activistas ambientalistas posaban de salvadores del mundo con discursos racistas en los que afirmaban, sin asomo de vergüenza, que las voces de los nativos no eran las más relevantes porque no tenían influencia y que, por tanto, había que poner ante los micrófonos y las cámaras a personajes “importantes”, aunque jamás hubieran pisado el Chocó; gente que se atrevió a dar sentencias sobre nuestros modelos de desarrollo e incluso a querer educarnos, acabando de aterrizar en una expedición exotizante que poco o nada tuvo que ver con las decisiones porque, como ya dije, no era más que un pulso económico entre las dos regiones con principales desarrollos portuarios recientes.
En el tema de canales y puertos en el Chocó, no se trata de decir simplemente sí o no, de hacer la discusión tan ligera y abordarla desde la comodidad de la garantía de derechos básicos en las ciudades, teniendo empleo, electricidad, hospitales, internet, carreteras y salidas al mar aún estando lejos de él. –Es lo que han hecho los europeos toda la vida con América Latina–, aseguró con razón Andrés.
Además de ser capaces de encontrar una vía en la que los chocoanos sigamos siendo custodios de uno de los principales puntos de biodiversidad del planeta mientras vivimos en condiciones de dignidad, el país tiene la obligación de dejar de infantilizarnos al creer que somos ignorantes anonadados con el cemento. Conocemos nuestra riqueza, hemos tenido la capacidad de adaptarnos a nuestro entorno y sabemos los impactos de los megaproyectos, pero tenemos claro que también tenemos derecho a ellos y a los beneficios que ofrecen, como ocurre en otras partes del país.
Después del almuerzo, del tiempo en calma entre amigos, caminamos por un sendero hermoso, limpio, pedimos un carro a través de una aplicación usando un internet óptimo. Luego llegué a un hotel de costo razonable, a cinco minutos del sitio de mi evento del día siguiente, y dormí el resto de la tarde, tranquila, sin que se fuera la energía, porque eso es posible en los días normales de Bogotá.