Sandra Borda
21 Febrero 2023

Sandra Borda

Un problema de consistencia

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Desde hace meses le he venido dando vueltas al contenido de esta columna. La verdad es que entre más converso y leo a aquellos que están también preocupados por lo que está pasando con nuestro servicio exterior, más me inquieta un problema que tiene el argumento que hemos estado defendiendo hasta la saciedad. Sigo pensando que deberíamos tener embajadores más idóneos, que deberíamos nombrar a más funcionarios de carrera en embajadas y direcciones en la Cancillería. Esa parte de mi argumento no ha cambiado. 

Sin embargo, lo que he empezado a notar es un problema de énfasis y de consistencia. Hay que reconocer que el escándalo esta vez ha sido mucho más sonoro que en ocasiones anteriores. En el pasado y bajo otras administraciones, me sentía un poco sola en mis críticas hacia ese tipo de nombramientos. Solo algunos colegas académicos internacionalistas y uno que otro periodista insistía, la cosa rara vez era recogida por los medios y definitivamente no suscitaba un debate nacional de estas proporciones. Muchos de los críticos vociferantes de hoy, callaron cómodamente en el pasado.

Alguien podría argüir que el problema con los nombramientos hoy es peor que con administraciones anteriores. Pero mucho me temo que no. Desde el momento en que me dediqué a estudiar la política exterior de este país, todos, absolutamente todos los presidentes han nombrado a sus amigos cercanos como embajadores. No se salva ninguno. El amiguismo y la entrega de cuotas políticas en los nombramientos en las embajadas han sido característica de todas las administraciones presidenciales. Eso no nos sirve de consuelo, no debería ser un argumento que se use para silenciar las críticas, pero sí es necesario analizar la diferencia en el uso del estándar para entender una que otra cosa. 

Las élites gobernantes de este país han estado a cargo del Estado por décadas y eso les permitió a sus miembros ser funcionarios en muchas ocasiones y, por tanto, adquirir conocimiento de primera mano sobre los intríngulis del Estado. Por eso, conocedores profundos del Estado sí son. Piensen solo en el kínder de Gaviria: unos jovencitos recién graduados de la universidad que llegaron directo al Palacio de Nariño (algunos incluso primero al gobierno de Virgilio Barco) a dirigir los destinos de este país y desde entonces han desarrollado carreras brillantes en los sectores público y privado. Miembros de esas élites también son grandes empresarios con conocimiento internacional importante. Entonces claro, era natural que los nombramientos de esos amigos no nos generaran tanta disonancia cognitiva como nos generan los amigos del actual presidente. 

Tengámoslo claro: muchos de ellos empezaron su carrera en altísimos cargos, tan solo con un título profesional al hombro y sin ningún tipo de experiencia. Pero eran los amigos del colegio, de la universidad, del barrio, o eran los hijos de los amigos. Gente de confiar. Ayudaba que hubiesen estudiado en colegios bilingües y que hubieran viajado. Todas características y condiciones que, en un país como el nuestro, no cumplían sino unos pocos. A pesar de que hoy muchos de ellos defiendan la meritocracia a capa y espada, la verdad es que por muy inteligentes y capaces que fueran, no hubieran llegado tan lejos si no fuese por las muy cerradas e intrincadas redes sociales de las que fueron parte desde muy temprana edad. 

La izquierda de este país, la tradicional –no la de Prada, Roy o Benedetti– nunca hizo parte de esas redes. Y como no pudo acceder al poder sino hasta hace muy poco, tampoco tiene cuadros de personas sazonadas a punta de nombramientos en el sector público. El presidente, como todos los presidentes, tiene amigos y los nombra. Amigos que tienen la misma experiencia que los otros amigos cuando empezaron sus carreras: ninguna. La cosa es tan cuestionable hoy, como (no) lo fue en el pasado. 

Mi conclusión es que la crítica hacia los nombramientos sigue viva e intacta (no solo los de los amigos no idóneos sino, peor aún, los de los que tienen procesos judiciales en su contra andando). No retrocedo en nada y no quito ni una palabra de lo que he dicho sobre los de nombramientos diplomáticos del gobierno Petro. Pero esta vez, añado una crítica a los críticos: si no se quejaron por los nombramientos de embajadores amigos y/o políticos en el pasado y hoy se están rasgando las vestiduras, lo suyo puede ser preocupación por el servicio diplomático pero acompañada incómodamente por una dosis de clasismo. Lo que puede estar pasando es que los amigos de antes le parecían gente preparada y que se merecía los cargos, pero ahí había también un poco de la racionalización propia de la solidaridad de clase. 

En este tema, como en muchos otros, tenemos que hacernos un llamado urgente y crucial a desempacar los problemas de la “meritocracia” que todos queremos defender. Permítanme insistir en las comillas. 

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