Cómo la depresión aumenta el riesgo de diabetes y otras enfermedades físicas
22 Abril 2022

Cómo la depresión aumenta el riesgo de diabetes y otras enfermedades físicas

Crédito: Unsplash

"Las investigaciones sugieren que la enfermedad física y el trastorno mental están tan estrechamente relacionadas que pueden afectarse entre sí. La depresión puede aumentar el riesgo de diabetes, enfermedad cardiaca o accidente cerebrovascular y las enfermedades crónicas como el cáncer o las cardiopatías pueden incrementar el riesgo de sufrir trastornos mentales".

Por: José Posada

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Por José A. Posada Villa. Médico psiquiatra

Si bien desde hace algún tiempo hay un creciente interés entre los profesionales de la salud sobre la interacción entre los trastornos mentales y las enfermedades físicas, aún estamos lejos de poner en práctica los hallazgos de las investigaciones y generalmente se enfatiza en los factores de riesgo generados por los estilos de vida, ignorando los trastornos mentales como un factor de igual o mayor importancia. De hecho, en un estudio realizado en 2016 se encontró que el estado de ánimo depresivo, que incluye síntomas como ansiedad y fatiga, ayuda a predecir de manera muy fuerte las enfermedades cardíacas tanto como el colesterol alto y la obesidad.

"Se debe profundizar en la comprensión del ser humano que sufre y, en un concepto unitario, englobar y superar las dimensiones corporales, mentales y sociales".

Según los datos obtenidos en las Encuestas de Salud Mental Mundial de la Organización Mundial de la Salud, la Universidad de Harvard y la Universidad de Michigan en la que participa Colombia y que incluye más de 47.000 personas de 17 países, se sabe que las personas con algún trastorno depresivo, trastorno de ansiedad, trastorno de control de los impulsos o de abuso de alcohol, tienen un mayor riesgo de desarrollar patologías físicas crónicas como la artritis, el dolor crónico, la enfermedad cardíaca, el accidente cerebrovascular, la hipertensión, la diabetes, el asma, la enfermedad pulmonar crónica, la úlcera péptica y el cáncer.

Las investigaciones sugieren que la enfermedad física y el trastorno mental están tan estrechamente relacionadas que pueden afectarse entre sí. La depresión puede aumentar el riesgo de diabetes, enfermedad cardíaca o accidente cerebrovascular y las enfermedades crónicas como el cáncer o las cardiopatías pueden incrementar el riesgo de sufrir trastornos mentales. 

Se ha demostrado que el riesgo de mortalidad entre las personas que viven con una enfermedad no transmisible es más del doble si también tienen un trastorno psiquiátrico. Las personas con depresión tienen un 70 por ciento más de riesgo de muerte por enfermedad cardíaca, un 50 por ciento más de riesgo de morir a causa del cáncer y los individuos con esquizofrenia tienen el doble de probabilidades de morir por enfermedad cardíaca y el triple de morir por enfermedad respiratoria.


Por lo común en las enfermedades físicas crónicas como las ya mencionadas, se ignoran los aspectos mentales implicados en su aparición y desarrollo, a pesar de la evidencia creciente que las asocia con problemas y trastornos mentales.

Como escribía ya en 1913 el filósofo y psiquiatra Karl Jaspers: “En la vergüenza y el espanto se da el enrojecimiento y la palidez. El asco produce vómito. En los movimientos emotivos son derramadas lágrimas. En el miedo palpita el corazón, tiemblan las rodillas, palidece el rostro, aparece un sudor frío, se seca la garganta, se ponen los pelos de punta, se ensanchan las pupilas, avanzan los globos oculares. En la tensión ansiosa se produce diarrea o acrecentado impulso de orinar”.

Hay tres formas de esta interacción entre los problemas mentales y las enfermedades físicas: 

La primera, cuando hay una enfermedad física y un trastorno mental concomitantes y los síntomas y manejo se complican entre sí. 

La segunda es cuando se sufren problemas mentales secundarios a una enfermedad física o su tratamiento, y la tercera se refiere a una situación en la que una persona con un trastorno mental experimenta síntomas físicos, sin tener alteraciones anatómicas o fisiológicas evidentes. 

Alguna vez se pensó que el vínculo entre los trastornos mentales y las enfermedades físicas se explicaba por el comportamiento, por ejemplo que las personas con trastorno mental no toman los medicamentos o no practican hábitos saludables, motivo por el cual se enferman más, cosa que a su vez afecta su estado emocional en un círculo vicioso.

Los mecanismos son complejos y las investigaciones remiten a una combinación e interacción de factores biológicos, psicosociales, ambientales y de comportamiento que interactúan entre sí. 

Sin embargo, sin disminuir la importancia de estos aspectos, en años recientes se han descubierto relaciones más profundas involucradas en el asunto. Por ejemplo, las investigaciones han demostrado que los procesos inflamatorios pueden disparar el desarrollo del trastorno depresivo y que los niveles elevados de cortisol, la hormona del estrés, también están relacionados con trastornos mentales como la depresión y pueden contribuir a afecciones como la diabetes y enfermedades del corazón. Estos procesos probablemente también sean similares a los que provocan otras enfermedades físicas. 

Es necesario que en la consulta en los servicios de salud se permita hablar del dolor, de la dificultad para respirar, de la molestia abdominal y también del estado emocional y social. Ese es el desafío. 

Se debe profundizar en la comprensión del ser humano que sufre y, en un concepto unitario, englobar y superar las dimensiones corporales, mentales y sociales. 

No se trata, pues, de valorar por igual los factores somáticos, mentales y ambientales, sin pretender preguntarse ante la persona que padece una enfermedad o trastorno cuánto hay de somatógeno o de psicógeno. Más bien se debe buscar el esclarecimiento de la persona que sufre como sujeto y objeto, como realidad psíquica corporal y social, buscando la humanización de la atención en salud. 

Para ello, se requieren nuevos enfoques en la educación de los profesionales de la salud y de la comunidad sobre esta interacción mente-cuerpo, además de generar un sistema de salud capaz de apoyar la integración de la atención de la enfermedad física y los problemas mentales, así como políticas públicas que soporten esta mirada integral.

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