Cómo se gana un Óscar
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¿Se gana por la calidad de la película, los méritos del director o de los actores? ¿Por buena taquilla? ¿O en realidad se gana por el manejo, tras bambalinas, de los intereses de las grandes casas productoras y de hacer lobby, de manipulación y de promover favoritismos, de quien más invierta en la campaña por obtener la codiciada estatuilla?
Por: Gustavo Valencia
La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas fue creada en 1927 por Louis B. Mayer, presidente de la Metro-Goldwyn-Mayer, cabeza visible de una ya todopoderosa industria fílmica, que entregó su primer Óscar en 1929. Inmediatamente por el prestigio del premio recién creado, los grandes estudios, muy interesados en ganárselo, comenzaron su propia campaña y con las estrellas del momento.
La muy famosa estrella del cine mudo Mary Pickford ya era empresaria junto con su marido, el también afamado Douglas Fairbanks, con el que habían cofundado con otros más la United Artists. En su gran mansión de Beverly Hills, la Pickfair, como se le conocía por la apócope de ambos apellidos, invitaba a tomar el té y a compartir agradables veladas a los miembros de la Academia para lograr que la favorecieran con su voto. Algunos de sus invitados a sus cenas fueron su vecino Charles Chaplin, Albert Einstein, Arthur Conan Doyle, Thomas Edison, F. Scott Fitzgerald, Franklin D. Roosevelt, Georg Bernard Shaw, los duques de Windsor y Pearl S. Buck. En 1930 su buena campaña tuvo como efecto que ganara el premio a mejor actriz por Coquette.
Desde aquella época el sistema de buscar, agasajar y convencer por todos los medios posibles a los miembros de la Academia se había instaurado. Como es de suponer, las tácticas y formas fueron cambiando, se fueron fusionando y aparecieron otras nuevas. En 1945 Joan Crawford contrató un agente de prensa experto en tales procedimientos y junto con la Warner Bross, otra “major”, lograron el Óscar a mejor actriz por su papel en Mildred Pierce.
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Luego se supo que Weinstein había invertido más de cinco millones para lograr la nominación y que, para la campaña de lograr las estatuillas, invirtió una suma sin precedentes hasta el momento, un total de 15 millones de dólares, inversión que le funcionó a las mil maravillas por los resultados que obtuvo.
Con el correr de los años la tecnificación y especialización de estas prácticas se personificó de manera totalmente eficiente en la figura de Harvey Weinstein, el tristemente célebre magnate caído en desgracia, cofundador de la productora y distribuidora Miramax, potente empresa de cine que le permitió a este muy hábil hombre de negocios convertirse en un todopoderoso de la industria. En su mejor época llego a ser llamado "el titán de Hollywood".
Eran vox populi sus prácticas y métodos poco éticos y deshonestos para lograr nominaciones y premios Óscar, como el de ser un acosador y depredador sexual a quien nadie se atrevía a denunciar, hasta que en 2017 un grupo de mujeres víctimas decidieron cambiar drásticamente la situación. Ahora cumple una larga condena en prisión. A partir de su encarcelamiento se han empezado a conocer y a hacer público una serie de operaciones y actividades que desde 1990 realizaba con gran éxito Weinstein en la consecución de nominaciones y estatuillas.
En aquel año, 1990, Miramax fue la distribuidora internacional de Mi pie izquierdo y logró el Óscar a mejor actor para Daniel Day-Lewis. La mayor sorpresa ocurrió en 1999, cuando fue la productora de Shakespeare enamorado, que se llevó siete premios Óscar, incluido el de mejor película, mejor actriz y mejor guión, por encima de Rescatando al soldado Ryan, dirigida por Steven Spielberg, que sólo ganó el de mejor director y otros cuatro más de carácter técnico: mejor fotografía, mejor montaje, mejor sonido y mejor edición de sonido. Luego se supo que Weinstein había invertido más de cinco millones para lograr la nominación y que, para la campaña de lograr las estatuillas, invirtió una suma sin precedentes hasta el momento, un total de 15 millones de dólares, inversión que le funcionó a las mil maravillas por los resultados que obtuvo.
Para Los juegos del destino en 2013 Weinstein contrató a Stephanie Cutter. Ella había sido ex jefa de campaña del presidente Barak Obama, del cual este ladino y sagaz empresario había sido un generoso financiador de su candidatura, al igual que con la de Hilary Clinton. La misión encomendada a Stephanie Cutter era promover esta cinta no sólo como una buena película sino políticamente, como un film muy significativo social y culturalmente, aprovechando la coyuntura en que se debatía acerca de la salud mental en todo el país, muy impactado aún por lo ocurrido con la masacre escolar de Newtown, Connecticut. Así las cosas, se promocionó y publicitó en gran medida el viaje a la Casa Blanca del director de la película, David Russell y del actor protagonista Bradley Cooper, quienes se reunieron con el entonces vicepresidente Joe Biden para hablar del tema.
Se continuaban creando nuevos modos y formas en la lucha por un Óscar. Ese mismo año, 2013, Steven Spielberg también hacía lo suyo como director y productor de la película biográfica Lincoln. Demostró que también podía ser muy ingenioso en los métodos para saber aprovechar la ocasión que se estuviera viviendo y para los Globos de Oro invitó al expresidente Bill Clinton a la ceremonia de premiación, quien se expresó sobre el film tildándolo de extraordinario. Ganó aquella noche al mejor actor Daniel Day-Lewis y un mes después, en la entrega de los Óscar, repitió de nuevo como mejor actor en su interpretación del presidente Lincoln.
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Todos los grandes medios que la publicitan también mantienen la ilusión, como la gran mayoría de las personas que la ven en directo, de que el Óscar se gana sólo por la calidad de la película y no existe algún otro factor determinante.
La revista Vogue reseñó más en detalle el desempeño de Harvey Weinstein y los publicó en febrero de 2019: de 1990 a 2017, año en que cayó, es decir, tras 27 años, logró un total de 81 Óscar y 341 nominaciones, lo que significa un promedio exacto de tres Óscar por año y de un poco más de doce nominaciones anuales. Cifras contundentes, difíciles de creer, que ponen de manifiesto el significado e importancia de este premio en el mundo de los grandes empresarios de la omnipotente industria del cine de Estados Unidos y de todo lo que están dispuestos a hacer para inclinar la balanza a su favor. El cine es el gran negocio de Hollywood y el Óscar hace parte de él. Que en la actualidad se inviertan entre 20 y 30 millones de dólares en dicha campaña habla de los beneficios económicos que logra cualquier película que de nuevo regresa al mercado con la fulgurante estatuilla en su afiche promocional.
Luego del sonado proceso y veredicto judicial, Weinstein fue expulsado de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas que tan hábil y eficazmente supo manejar. No por ello se puede suponer que en algo han cambiado las estrategias y métodos para lograr un Óscar. Por el contrario, se han hecho más sofisticadas y costosas. Weinstein dejó un legado que se mantiene y se perfecciona. Además porque muchos de los actuales jefes de campaña trabajaron directamente bajo sus órdenes y dicha experiencia hace que sean solicitados por grandes productoras, y ellos son muy eficientes para conseguir Óscares.
Es bueno recordar que el Óscar es un premio creado por la misma industria de cine de Hollywood. Es el premio de ellos y para ellos. El glamour y encanto del que goza se mantiene y se revive cada año en la gala de premiación, alimentado entre otras, por la llamada prensa rosa y su gran audiencia, siempre más interesada en el vestuario, en especial de las actrices, que del galardón obtenido. Además porque todos los grandes medios que la publicitan también mantienen la ilusión, como la gran mayoría de las personas que la ven en directo, de que el Óscar se gana sólo por la calidad de la película y no existe algún otro factor determinante.
Gracias a todo ello, la poderosa fábrica de sueños “made in Hollywood” renueva y mantiene anualmente uno de los mitos más grandes: creer que se gana solo por la excelencia y alto nivel de la película, del director, de sus actores, del guion. Previamente, la prensa especializada, los críticos, comentaristas, influencers y demás opinan y hacen sus cábalas y predicciones de cual ganará. Todos ellos participan activamente del mito creado.
La campaña para la candidatura termina su fase uno con lograr las nominaciones. Para 2024 ha empezado la fase dos, la definitiva para lograr la estatuilla y en la que la inversión es mayor. Ahora son más millones de dólares invertidos en una inmensa publicidad pagada, como en fiestas, cenas, coloquios, almuerzos y muchos agasajos, flores y bombones, charlas con los actores y demás integrantes del elenco. Detrás de ellos, un enorme equipo especializado en publicidad y mercadeo que impulsa y lleva a cabo la estrategia diseñada.
Por tanto, cuando el domingo 10 de marzo se sepa si el Óscar a mejor película fue para Oppenheimer, Pobres criaturas, Barbie o alguna otra de las nominadas, o si el premio para el director lo gana Scorsese, Nolan, Lanthimos o tal vez otro, y así sucesivamente con las demás categorías, el espectador avezado y bien informado estará apreciando, antes que nada, quién logró realizar la mejor campaña y coronarla.
Por ello la emoción de sus ganadores no es fingida, no es una actuación. Es la alegría y felicidad de saber que tuvo éxito toda la estrategia planeada, la inversión millonaria, el esfuerzo personal y, claro está, todo lo que implica y significa en la carrera de cada cual tan codiciado trofeo y para quedar registrado en la historia. Es entrar al especial y exclusivo panteón que ha creado la máxima industria del cine mundial. El cómo se gana es lo de menos. Es un detrás de cámara que ya en 1930, hace casi un siglo, Mary Pickford había comenzado a impulsar. La historia continúa.