Estación de servicio fluvial Distribuidora Los Comuneros, en la Isla de las Fantasías, en Leticia.
Crédito: Laura Becerra Elejalde / CAMBIO
La odisea para que un galón de gasolina logre llegar hasta Leticia
Leticia es el último municipio al sur de Colombia. Es una de las regiones más apartadas del país, no solo geográficamente, sino económica y socialmente y la única vía de acceso es el río Amazonas. Un ejemplo de esas carencias y dificultades es la gasolina, que para llegar a esta zona necesita recorrer, por tierra y por río, casi 3.000 kilómetros. Esta es la realidad que se vive en el Amazonas.
Cargar con gasolina un vehículo o una moto podría parecer una tarea sencilla para muchas personas. En una estación de servicio, se abre la tapa y se llena el tanque de combustible. Así de simple.
A menos de que usted viva en una ciudad como Leticia, en Amazonas, el municipio fronterizo en el extremo sur de Colombia, el punto más meridional del país, donde la gasolina tiene que superar una odisea de hasta 40 días para poder llegar.
Ubicado junto al río Amazonas y en el límite con Brasil y Perú, Leticia es el hogar de alrededor de 44.000 personas, sin contar la población flotante de sus vecinos Tabatinga (Brasil), que es casi el doble de Leticia, y la del corregimiento de Santa Rosa de Yavarí (Perú), con alrededor de 1.000 habitantes.
Para que una persona en Leticia pueda tanquear su lancha - porque en realidad en el departamento del Amazonas la mayor avenida es el río Amazonas- su carro o moto, los galones de gasolina viajan desde Barrancabermeja hasta las estaciones de servicio de la zona, un recorrido que les puede tomar más de un mes.
Leticia está a 1.092 kilómetros en línea recta desde Bogotá, a un vuelo de 2 horas y 05 minutos. Pero en la práctica, si se quisiera llegar “por tierra”, está a días de camino y un viaje en lancha por la selva Amazónica.
Por tierra, por río: El viaje de la gasolina
En el departamento del Amazonas, el más grande de Colombia, solo hay tres estaciones de servicio de gasolina terrestres, dos quedan en Leticia y otra fuera de la ciudad.
Por las particularidades geográficas y sociales de la zona hay cuatro estaciones de servicio de gasolina fluviales, embarcaciones que se han adecuado para surtir con combustible a las lanchas y barcos que pasan por el río. Todas se encuentran en las laderas del Amazonas, en la Isla de la Fantasía, una pequeña extensión de tierra en la ribera occidental del río, frente a la frontera con Perú.
Solo hay una empresa de combustibles con presencia en Leticia, Terpel, la mayor compañía de este campo en el país, dueña del 44,7 por ciento del mercado colombiano de gasolina. La empresa tiene una planta de abastecimiento en el municipio, con la que surte a la región y una parte del sur de Vaupés.
Distribuir combustibles en la Amazonía es todo un desafío. Toda la gasolina que se comercializa en Leticia proviene de la refinería de Barrancabermeja, en Santander. La gasolina y el diésel viajan a través de poliductos -la red de tuberías que sirven para el transporte de petróleo y sus derivados, como los combustibles- y tras un recorrido que tarda entre ocho y nueve días llegan a una planta de distribución en Neiva, Huila.
Allí se cargan los carrotanques, que salen por carretera hasta Puerto Asís en Putumayo, en un recorrido de 418 kilómetros. Y al llegar al municipio se trasladan a embarcaciones fluviales que viajan por el río Putumayo.
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“Es una travesía fluvial de 2.500 kilómetros, que toma entre 20 y 30 días de tránsito por el río Putumayo y después conecta con el río Amazonas para llegar a Leticia. Esta es la única forma que tiene el combustible para llegar”, explicó a CAMBIO Carolina Escobar Arias, directora senior de planeación de la operación en Terpel.
El combustible no solo lo necesitan las personas para moverse en su día a día. La operación del Aeropuerto Internacional Alfredo Vásquez Cobo, en Leticia, también requiere de combustible jet, el que utilizan los aviones, y también abastece únicamente Terpel.
La ruta es otra, pero también es problemática. Sale desde la planta de Sebastopol, en el Magdalena Medio, en Santander. Los carrotanques hacen un trayecto de 900 kilómetros, y luego el combustible toma los mismos 2.500 kilómetros por vía fluvial.
Todo esto en condiciones normales. Cuando el río Putumayo baja, la navegabilidad se vuelve más compleja. Las embarcaciones corren el riesgo de encallar y no pueden viajar barcos con la misma capacidad. Eso sucedió el año pasado, con el Fenómeno del Niño que está viviendo el país desde hace varios meses.
Las embarcaciones fluviales que permiten llevar combustibles tienen unas condiciones especiales, un doble fondo para evitar filtraciones y una capacidad de carga entre 150.000 galones a 250.000 galones.
“Este tipo de embarcaciones requieren que el nivel del río esté más alto para poder zarpar y recorrer los 2.500 kilómetros. Con el cambio climático hemos tenido emplayamientos, y por eso hemos tenido embarcaciones paradas por alrededor de cuatro meses y sin poder transitar. Por eso no podemos llegar a veces durante un tercio del año a Leticia y dependemos de la capacidad de almacenamiento de las plantas”, explica Escobar.
Hay otra ruta más corta, una alternativa que se usó el año pasado. Los carrotanques que salen de Neiva hacia Puerto Asís continúan hasta Puerto Provincia, en Ecuador. El trayecto fluvial arranca por el río Napo, el cual conecta con el río Amazonas y continúa el trayecto por Perú. Por esta ruta el trayecto terrestre son 550 kilómetros, el fluvial 1.100 kilómetros, menos de la mitad que el recorrido por el Putumayo. Pero este recorrido implica mayores costos de operaciones, más equipos de navegación, así como trámites y requerimientos aduaneros internacionales complejos que solo permiten el cruce de embarcaciones con ciertas especificaciones.
La situación es tan compleja que Terpel prefirió invertir 4.200 millones de pesos y ampliar su planta en el Amazonas a finales de 2023. La capacidad de abastecimiento creció 45 por ciento y pasó de 460.000 galones a 824.140 galones. La planta pasó de ocho a trece grandes tanques que permiten almacenar combustible durante 68 días.
Según la empresa, diariamente se despachan más o menos 10.000 galones de gasolina, 5.000 de ACPM y 5.000 de jet, para el aeropuerto. La capacidad de estos tanques permite guardar 860.000 galones de gasolina, 210.000 de ACPM o diésel y 265.000 de jet. Toda la región y la zona de las tres fronteras depende de los combustibles guardados en 13 tanques metálicos de más o menos dos metros de alto.
Una vida alrededor del río
Todos los días, a las 7:00 am, Rodolfo Navarro sale a atender la fila de botes, lanchas y barcos que se preparan para abastecerse de combustibles y seguir su curso por el Amazonas. Está listo desde más temprano, pero esa es la hora en la que, legalmente, se permite la navegación por el río más caudaloso del planeta.
Navarro es el propietario de Distribuidora Los Comuneros, una estación de servicio fluvial en Leticia en la que surte a botes turísticos, pequeñas lanchas de comunidades indígenas que están incluso a ocho días de navegación, a la fuerza pública y los colegios que hacen presencia en el Amazonas. En el resto del departamento no hay más estaciones y todas las embarcaciones se congregan en la Isla de la Fantasía.
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“El combustible es un motor para mover el turismo. Los motores fuera de borda consumen 10 veces más gasolina que un motor terrestre. Para ir y volver desde Leticia a Puerto Nariño (otro municipio ribereño en el Amazonas) se gastan más o menos 140 galones, mientras que un carro o un bus puede hacer 140 kilómetros con 15 o 20 galones”, comenta Navarro.
Al día, hasta las 5:00 pm cuando cierra su estación por las restricciones de navegabilidad, recibe entre 70 y 80 embarcaciones. La mayoría, dice, se llevan entre 20 y 150 galones, pero también llegan barcos de mayor tamaño que deben viajar largas distancias y pueden llevarse hasta 1.000 galones.
La estación fluvial de Navarro es un planchón pequeño gris y rojo, con techo y paredes de metal. Está llena de mangueras, tanques y bidones de gasolina. También tiene una pequeña oficina con un escritorio. En la esquina hay una planta decorativa en una matera hecha de un tanque metálico reformado.
Junto a la estación fluvial, Navarro tiene otra balsa, menos moderna, de techo y piso de madera, en la que hace tres décadas funciona un taller mecánico para los barcos. Entre los ladridos de tres perros que custodian -como en casi todos los talleres mecánicos- se aprecian herramientas, tuercas y repuestos. Con esa balsa inició Navarro su oficio hace 30 años de manera particular para vender la gasolina que le surtía Terpel.
“Hace 30 años no era tan complejo. Trabajábamos en balsas de madera y al principio yo vendía la gasolina en canecas y baldes. Llevo 30 años como lo que llaman un aliado de la empresa, pero desde hace 12 años tenemos un contrato de marca, ellos nos proveen el combustible y les dejamos poner la marca”, dice.
Uno de los botes que visita a diario la Isla de la Fantasía es el de Sergio Rojas, un operador de turismo que tiene su propia agencia, Amazonas Jungle Tours, y vive en Leticia. Casi todos los días recibe turistas. Llega al aeropuerto, espera a que hagan el papeleo de ingreso, y se los lleva para el río. “Para cualquier tour, para cualquier actividad de delfines o de bote dependemos de la gasolina. La única manera de movernos en el Amazonas es por el agua. El combustible es vital”, asegura Rojas, quien ha llegado a pagar hasta 35.000 pesos por un galón de gasolina en el Amazonas.
El operador turístico menciona que, para las dinámicas de la región, la verdadera carretera es el río. El Amazonas y el Putumayo abrazan al municipio, pero en las temporadas más secas del año la navegación se dificulta. “El verano no ayuda, pero se ha vuelto más fuerte año a año”, dice.
El precio del combustible, sequía y otros problemas
Pero no solo la naturaleza le juega en contra a los leticianos. A diferencia de otros países de la región, Colombia mantuvo los subsidios estatales a los combustibles luego de la pandemia. En Colombia existe un Fondo de Estabilización de Precios para los Combustibles, el FEPC, una herramienta con la cual el Estado financia parte del precio de los combustibles a los consumidores. En la pandemia el precio internacional del petróleo subió, lo que encareció la gasolina a nivel internacional.
En ese entonces el presidente Iván Duque decidió mantener el subsidio, con la intención de proteger el bolsillo de los consumidores. Sin embargo, alguien tenía que pagar esa diferencia, lo hizo el Estado, y esto generó un hueco en las finanzas públicas que llegó a ser de 37 billones de pesos en 2022. Por ello en octubre de 2022 el Ministerio de Minas y el Ministerio de Hacienda comenzaron a incrementar poco a poco los prejuicios de la gasolina.
Desde entonces se han aplicado 14 incrementos a la gasolina corriente, lo que la llevó a pasar de alrededor de 9.000 pesos a una tarifa promedio de 15.160 pesos a nivel nacional. Con los aumentos en la gasolina el déficit del FEPC bajó a 20 billones al cierre del año pasado. El gobierno anunció que la gasolina ya se niveló a los precios internacionales y que en 2024 empezará el mismo proceso con el diésel, que debe incrementar alrededor de 8.000 pesos por galón.
Ante esta situación, por cerca de tres años, mientras en Brasil y Perú subía la gasolina, en Colombia los precios se mantuvieron quietos o relativamente más bajos, lo que llevó a los pobladores de estos dos países a comprar solo gasolina colombiana. El consumo anual de gasolina corriente reportado en Leticia pasó de 2 millones de galones antes de la pandemia a cinco millones de galones. Se duplicó.
Según Rojas, las personas venían desde Manaos, en Brasil y desde Caballococha, otra ciudad ribereña ubicada en Perú, para surtirse de gasolina y diésel. “Ellos compraban de una todo, en efectivo, preguntaban el cupo y se llevaban la gasolina”, dice. Aunque a mediados de 2022 comenzó el desmonte gradual del subsidio a la gasolina, hoy en día sigue siendo más barato comprar en Colombia y la calidad del combustible colombiano, dicen los lugareños, es mejor.
A esa competencia voraz se le sumó el problema de la sequía el año pasado. Durante cerca de cuatro meses, entre agosto y noviembre de 2023, Sergio Rojas tuvo que cambiar su rutina para poder seguir trabajando.
“Era un problema, llegaba la gasolina, me tocaba comprar donde podía y acumulaba, si sabía que necesitaba por ejemplo 100 galones para moverme para algún recorrido, compraba y guardaba. Una cosa es Leticia, y otra las comunidades. La gasolina la he pagado en Puerto Nariño (Amazonas) hasta en 35.000 el galón, y me tocaba sí o sí comprarlo porque sino cómo hago para cumplirle a los turistas, en Leticia el galón está a 17.000, antes estaba a 12.000, pero pues se necesita”, asegura Rojas.
Con pesar, el operador turístico que en sus tiempos libres maneja una página de Facebook con noticias, reconoce que la situación ni siquiera hizo eco en los medios nacionales, ni llamó mucho la atención del gobierno. “Regiones como la nuestra básicamente están olvidadas. Lograr una vocería a nivel nacional es complicado, nunca nos escuchan, cuando se secó el río no hubo ni a quién acudir. El gobierno central seguro se imaginaba que todo estaba bien, pero estábamos sufriendo demasiado”, lamenta Rojas.
En tierra la situación no es muy diferente
Oscar Forero tiene 48 años. Desde su infancia, recuerda, su familia ha estado en el negocio de los combustibles. Llevan cuatro décadas como los dueños de una de las dos estaciones de servicio terrestre que hay en el municipio de Leticia, la estación Avenida Sexta, y desde hace ocho meses Forero es su administrador.
“Con la estación tenemos más de 40 años en la familia, a mí me tocó lo fácil, que fue cogerla funcionando. Ha sido un negocio rentable”, dice. Como minorista, se dedica a comprar el producto a la empresa, con un carrotanque que sale de la planta de Leticia abastece su estación y suministra el combustible a los consumidores. Desde que se puso al frente del negocio Forero ha modernizado su estación. Con un sistema de facturación electrónica que instaló puede ver cuántos pistolazos de gasolina hace al día. El registro más alto que tiene es de 4.300.
Según la Asociación Colombiana de Petróleo y Gas (ACP), en 2023 el consumo de gasolina a nivel nacional cayó 2,5 por ciento, pasó de 160.000 barriles diarios en 2022 a 156.000 barriles por día en 2023. Esto, según el gremio, se explicó por el incremento en el precio de venta y por cambios en los hábitos de consumo de los ciudadanos. Pero en Leticia la realidad es otra.
A pesar del incremento que ha visto la gasolina en el último año y medio por cuenta de los esfuerzos del gobierno para normalizar los precios de la gasolina, Forero dice que el consumo se ha mantenido.
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“Acá a como esté el combustible lo pagan. No importa que se ponga caro. En Leticia tenemos algo que no se maneja en el interior que es un subsidio al combustible, son más o menos 2.000 pesos. Cuando la gasolina tiene subsidio está como en 17.509 pesos, cuando se acaba el subsidio tiene un costo de 19.500”, dice.
Todas las estaciones, terrestres y fluviales, tienen un cupo de gasolina subsidiada. La empresa les vende a este precio, pero cuando se gasta o se vende ese cupo, deben comprar y vender la gasolina al precio sin subsidio. Ahí es donde cambia el precio. Pero sigue siendo mucho más benevolente que los casi 24.000 pesos que se pagan por galón en Tabatinga, en Brasil.
La vida en las tres fronteras tiene una dinámica propia. No existe un paso migratorio entre Brasil y Colombia, solo basta con cruzar la calle para ver el cambio en los letreros, de español a portugués y escuchar otra lengua. La mayoría de los lugareños hablan, o entienden, los dos idiomas, y los comercios reciben pesos, reales y soles. Las tres fronteras y la Amazonia viven bajo sus propias reglas.
William Panduro es leticiano. Al igual que Sergio Rojas vive del turismo, trabaja como conductor de la empresa Paraíso Ecológico, tiene familiares colombianos y también brasileños. “Nos une la dependencia de un país al otro. Brasil nos compra tecnología, allá es más caro todo, y nosotros compramos alimentos. Una manzana o una fruta, por ejemplo, puede costar 4.000 o 5,000 pesos si llega por avión, traerlas desde Brasil sale mucho más barato por vía fluvial”, asegura. En Brasil, el Amazonas deja de ser el Amazonas, en el tramo entre las tres fronteras y Manaos se llama Río Solimões, son 1.700 km, y por ahí es donde fluye todo el comercio de la zona.
Panduro menciona que el asunto de la gasolina es un tema de conversación común a lado y lado del río. “En épocas de sequía empieza Cristo a padecer”, dice. Aunque Panduro conduce una camioneta en su trabajo, en su casa se mueve en moto.
Hace dos años, antes de que subieran los combustibles, William Panduro tanqueaba su moto con 30.000 pesos. Hoy le cuesta 60.000 pesos “dejarla full”. En la zona se presenta contrabando de gasolina, pero no a un nivel que llegue a afectar a los comercios. “Las gasolineras no atienden las 24 horas, solo en el día. Hay gente que compra de a litro, y por eso hay otros que lo compran y lo revenden”, dice el conductor. Aunque hoy el combustible está más costoso, Panduro cree que sigue saliendo mejor tanquear de este lado de la calle.
“Yo diría que hay casi que una moto por casa. La mayoría de la gente que se mueve por tierra lo hace en moto. En Tabatinga se vende gasolina, pero por litro, y sale como en 7.000 u 8.000 pesos. En Colombia el galón son 18.000 pesos hoy, pero antes costaba alrededor de 8.000 pesos el galón, que son cuatro litros. Sale mejor tanquear en Colombia, y la gasolina no tiene tanto problema de octanaje, mientras que la brasileña es un biocombustible, y ha generado problemas en los motores”, dice.
Al mirar el mapa de Colombia, una estrella que parece mal dibujada, sobresale el Trapecio Amazónico, esa península que se extiende desde el río Putumayo, entre Brasil y Perú, y le permite a Colombia tener riberas sobre el río Amazonas. Si no fuera por esta división geográfica particular, Leticia no estaría sobre el río, o tal vez no existiría Leticia.
El Amazonas tiene un producto interno bruto (PIB) departamental de 880.000 millones de pesos, lo que lo convierte en la cuarta menor economía regional. Su aporte no llega a ser el 1 por ciento del PIB nacional. Las demás estadísticas que permiten visualizar la realidad de Leticia y la región, como la tasa de desempleo, la de informalidad o los indicadores de pobreza, no son sencillas de establecer. Dentro de las mediciones nacionales que presenta el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) se agrupan los departamentos de la Amazonía y la Orinoquía en una sola estadística. Por las condiciones y la naturaleza de la zona no es de extrañar la dificultad de medir la realidad.
“Solo pertenecemos a Colombia por nombre, no nos paran bolas, ningún presidente se ha enfocado de verdad en el Amazonas. El Estado está 100 por ciento desconectado de Leticia. No esperamos que el Estado cree empleos, pero sí debe crear oportunidades”, concluye Panduro.