Entre otros asuntos, tiene fama internacional MacLamus (nacida Maria Cristina Lamus) por su afición a la música. Pero no es ella una melómana cualquiera. Las melodías que prefiere son las que están presas en cajitas: pitilleras, ceniceros, juguetes, recuerdos folclóricos... Así lo confiesa en sus décimas de hoy.
Apunta una biografía
que Tchaikovsky amó las notas
de Mozart en dulces gotas
que probó en su melodía.
Siendo un niño todavía,
de Don Giovanni escuchó
un aria que lo arrobó
en una bella cajita,
regalo de un sibarita.
¡Y a componer se entregó!
Por cierto, encontré un buen día
por allá en San Petersburgo,
cual magia de taumaturgo,
una bella artesanía
que me llenó de alegría:
sobre un arca de colores
varias matrioskas bailaban
la mazurca, y evocaban
danzas rusas de pastores,
numen de compositores.
Mayor fue aún mi sorpresa,
una tarde en Estambul
frente a la Mezquita Azul,
cuando detecté una pieza,
admirable en su simpleza:
al girar la manivela
en un instante se cuela
la Marcha turca de Mozart
que, acompasada, retoza,
pasa fugaz… luego vuela.
El gran museo de Chopin,
todo un hito de Varsovia
por causas apenas obvias,
es un obligado plan.
Allí fui con Sebastián,
ilustrado acompañante
quien me propuso galante:
“Llévate aquella cajita
tan curiosa, tan bonita,
donde suena el Vals brillante.”
En Barcelona, de paso,
invertimos una tarde
con amigos, sin alardes,
dando un juicioso repaso
en el Museo de Picasso.
Otra joya musical
me esperaba allí al final:
de Kandinsky los colores
resguardaban, protectores,
de una Arabesque el cristal.
Es la música en cajita
un regalo de la ciencia
que con talento y paciencia
a gozarla nos invita.
Gastar en viajes me excita
y al comprar nadie me ataja
mientras que mi ahorro baja.
Yo así resumo mi meta:
cajitas en la maleta
y desencaje en la caja.
