Daniel Samper Pizano
22 Mayo 2022

Daniel Samper Pizano

A COMER MCPUTIN

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En el verano de 1957 Gabriel García Márquez recorrió el trasfondo de la Cortina de Hierro y publicó en Cromos una serie de reportajes sobre aquel viaje de noventa días. Tres crónicas estaban dedicadas a la antigua Unión Soviética y una de las tres llevaba un título memorable: “URSS: 22.400.000 kilómetros cuadrados sin un solo aviso de Coca-Cola”. La sensación que captó Gabo y transmitió a sus lectores era la de un consorcio de países variopinto, grandilocuente y enorme: dos veces Europa y diecinueve la extensión de Colombia, pero aislado y atrasado.

En los últimos meses Rusia (que ocupa 17 de los 22 millones) acaba de comprar un tiquete, quizás sin regreso, hacia aquella era. Sumado a las sanciones políticas, económicas y militares, se trata de un castigo cultural y comercial. Del país se están yendo muchas empresas y actividades que, como fruto del imperio capitalista occidental, y sobre todo norteamericano, definen las coordenadas de nuestro tiempo. Gústenos o no, ciertas marcas y consumos son parte del mundo popular contemporáneo.

El mosaico de empresas que abandonaron o abandonarán el mercado ruso como protesta por la criminal invasión de Ucrania representa mucho más que un álbum de logotipos. Es la telaraña de la sociedad contemporánea: consumista, avasalladora, mercantilista, esclavizante, lo que ustedes quieran, pero notable ADN de la época en que vivimos. Tanto así, que hasta China y la URSS tuvieron que incorporar estos productos y servicios a su economía y su sociedad y, además, proclamarlo: a eso se refiere GGM al mencionar la ausencia de anuncios, una forma de anonimato. Comer en bluyines y tenis una hamburguesa famosa acompañada por una gaseosa célebre constituye un carné universal.

El país que no lo haga se aísla o da un volantín hacia atrás en el tiempo. Los consumos globales son parte de la identidad ciudadana, sobre todo la de los jóvenes. Incluyo a los grandes espectáculos deportivos y musicales, que ya expulsaron a Rusia de su seno: ni Copa Mundo, ni vueltas ciclísticas internacionales, ni Eurovisión, ni grandes conciertos de rock, ni poderosas marcas de computadores o celulares, ni pizzerías ubicuas, ni cafeterías renombradas. Los rusos tendrán que acudir a materiales de segunda mano, a la falsificación o a la imitación, tres caminos culebreros. Cuando Cuba intentó producir un sustituto de la Coca-Cola, el Che Guevara probó el menjurje, lo escupió y dictó sentencia: “Sabe a cucaracha...”.

En la mayoría de los casos, condenar a Rusia fue al principio una mera declaración. Pero surgió de pronto el nuevo evangelio. Jeffrey Sonnenfeld, profesor de Administración Empresarial de la Universidad de Yale (Estados Unidos), decidió publicar una lista de firmas occidentales que habían cancelado negocios en Rusia por solidaridad con Ucrania. La primera versión apareció el 28 de febrero; contenía unas pocas docenas de nombres. Pero en breve lapso el número aumentó y a la lista blanca se sumó otra: la de las compañías que seguían muy orondas ganando plata en Rusia mientras el gobierno moscovita bombardeaba a su vecino. El efecto de la lista negra fue devastador. Ninguna empresa quería figurar en esta nefasta hoja e irritar a su clientela en Estados Unidos, Europa y parte del mundo. Así, lo que no pudo la solidaridad lo logró el temor a la mala imagen.

Empresas que declinaron Rusia
Mosaico de empresas que han abandonado Rusia.

En marzo se despidieron del mercado ruso Coca-Cola, Pepsi y Starbucks. Unas semanas después siguió McDonald´s; toda una catástrofe, pues deberá vender o cerrar una red de 850 restaurantes levantada a lo largo de 32 años y liquidar a 62.000 empleados. Con estas solicitadas marcas ecuménicas han salido cientos más de diversos orígenes nacionales: Apple, FedEx, Volkswagen, Toyota, Nokia, Siemens... Pero muchas quedan. Sonnefeld y su equipo de nueve profesores cogieron vuelo y emiten juicios de valor. “Admiro enormemente a las empresas que se han ido de Rusia”, dice este exalumno de Harvard, de 48 años e hijo de una refugiada soviética.

Mientras tanto, la temible lista se ha sofisticado. Ya tiene cinco categorías que miden el grado antirruso de sacrificio empresarial. Van desde la mejor nota (A), para los que quemaron el rancho, hasta la F (flunk) de los rajados: esos que siguen manejando sus negocios en la patria de los zares como si nada hubiera ocurrido. 

La plancha de Sonnenfeld es un reloj que marca las horas hacia atrás. Al autoexpulsarse de la cultura mercantil contemporánea, Rusia ha retrocedido cien años. Pronto desaparecerán los avisos de Coca-Cola de su territorio. Stalin Fried Chicken sustituirá al coronel Sanders. Las hamburguesas McPutin reemplazarán a las McDonald’s. Y las cucarachas entrarán en pánico.

De Santander a su tropa

La historia, hoy tan ignorada por los colombianos, siempre tiene lecciones que ofrecer. En marzo de 1825 fusilaron en Bogotá, con ajuste a la ley, al coronel venezolano Leonardo Infante por haber dado muerte a un compañero de armas. En esa ocasión, el general Francisco de Paula Santander, cuyo nombre ostenta la escuela de cadetes de la Policía Nacional, dirigió a la tropa las siguientes palabras de innegable actualidad:

“¡Soldados! Estas armas que os ha confiado la República no son para que las empleéis contra el ciudadano pacífico ni para atropellar las leyes; son para que defendáis su independencia y libertad y para que protejáis a vuestros conciudadanos y sostengáis invulnerables las leyes que ha establecido la nación. Si os desviáis de esta senda contad con el castigo, cualesquiera que sean vuestros servicios”.

Deberían estar esculpidas en piedra.

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