Daniel Samper Ospina
14 Agosto 2022

Daniel Samper Ospina

EN MI IGLESIA

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Se me ocurrió la idea de montar mi propia Iglesia cuando conocí el borrador de la reforma tributaria de Petro y descubrí que pretenden gravar la longaniza.

—Descongela la longaniza y saca la cacerola —le dije a mi mujer, temprano en la mañana.
—Si quieres desayunar longaniza, prepáratela tú mismo —me puso en mi lugar. 
—La cacerola es para salir a protestar, no para cocinar: sobre mi cadáver permitiré que graven la longaniza. Y la morcilla.

Y lo decía en serio. En una leída superficial de la reforma tributaria, me di cuenta de que el Gobierno pretende poner impuestos a la verdadera canasta básica del colombiano: gravar la gaseosa, gravar el Chocorramo y el Herpo. ¡Gravar las Frunas!  

—Primero lee bien y después sí protestas —dijo mientras me quitaba la cacerola. 

Y leí bien y me sostuve. Sí: entiendo que, con el pretexto de promover la salud pública, el gobierno quiera agregar impuestos a todo lo que contenga glucosa, excepción hecha de doña Isa Zuleta, que es un terrón de azúcar. Con gravar un solo vasito de Mac Flurry con Chocorramo podrían financiar los sueldos de todos los congresistas, empezando por los de aquellos que ponen trabas para bajárselo. Como Isa Zuleta. 

Pero resultaba inadmisible cargar con impuestos a la morcilla, la longaniza y el chorizo porque por esa vía los únicos alimentos libres de alzas serán los salmones de los Rausch: y no es que me refiera a ellos de esa forma, no: lo digo literalmente. La reforma afectará a las cuatro mil personas más ricas que coman chunchullo y habrá una nueva e inesperada gama de productos gourmet

—Mija, metamos a la nevera la Manzana Postobón Gran Reserva que esta noche viene el jefe de Luis Carlos a comer —dirá el papá de Luis Carlos—. Vamos a servirla agrupaditos y a recepcionarlos como se debe…  
—En un acto de caballerosidad, sirvámosla con hielo.

He ahí la moral del Gobierno: grava la longaniza pero deja tranquila la pizza con piña; grava la morcilla pero deja quieta la changua: ¿esa es la paz de Petro? 

Si se trata de gravar el salchichón, ¿no podrían hacerlo gradualmente, al menos? ¿Subir impuestos a partir de los tres dedos? ¿Ofrecer ese homenaje, si no al pueblo, al menos al doctor Vargas Lleras?

—Deja de decir bobadas y agradece que la gente comerá más sano —dijo mi mujer para interrumpir mi soliloquio.

No quise hablarle del tráfico ilegal de embutidos que producirán los impuestos; tampoco del nacimiento del cartel del Chocorramo. 

—Te oiré decir eso cuando caiga el primer cargamento de contrabando de morcilla en la frontera —susurré.

En tal caso —lo pensé pero no se lo dije— será necesario nombrar cuanto antes al Gordo Bautista como zar anticontrabando. Para quien no lo sepa, el Gordo Bautista se llama José Fernando Bautista, es exfuncionario de confianza de Juan Manuel Santos y predecesor de Armandito Benedetti en la embajada de Venezuela, y ha sonado para diversos cargos en el gobierno del Tribuno del Pueblo. Saltó a la fama como servidor público el día que logró conquistar el corazón de la hija de Angelino Garzón, a quien Santos, en su primera posesión, rebautizó con el súbito nombre de Angelina, porque era evidente que no sabía cómo se llamaba. Bien: José Fernando sí lo sabía y, gordo bandido, gordo sinvergüenza, gordo caco y bribón, se robó el corazón de Angelina. Y cuando me refiero a él con el apelativo de “Gordo”, aclaro que lo hago de manera cariñosa: es el mote con que se le conoce en el mundo de la política. Y al Gordo le gusta el mote. Como salta a la vista. 

El Gordo, pues,  podría combatir los carteles del chunchullo y demás embutidos que produzca la reforma tributaria, o incluso reemplazar a Armandito Benedetti en Venezuela.  Podría integrar una comisión de apoyo. O pedirla: pedir dicha comisión. O siquiera ser el encargado de negociar el gas con el hermano país ahora que la nueva ministra de Minas dijo, en declaraciones explosivas (si me autorizan el término), que Colombia dejará de explorar gas y, llegado el caso, se lo comprará a Venezuela: jugada genial con que, en un solo movimiento, consigue poner en riesgo la seguridad energética del país, sacrificar su soberanía para someterla a los caprichos de Maduro y afectar el planeta, porque de todos modos quemaremos CO2 acá. La esperanza es que el brócoli quede exento de carga tributaria para que cada familia se encargue de su propia producción de gas.

—Gravar comida chatarra desestimula su consumo —me dijo mi esposa, ya al borde del petrismo—. Antes de opinar entérate o terminarás de youtuber —concluyó.
—Pues eso quiero —respondí— para ser millonario: ¡millonario!
—Mejor ponte a rezar para que eso pase —concluyó mi mujer humana.

Y fue justo ahí, en ese momento, cuando lo vislumbré. El Gobierno piensa inundar de impuestos todos los resquicios de la economía, salvo uno: las utilidades de las Iglesias. Si debo ponerme a rezar para ser millonario, basta con habilitar el garaje de la casa y montar mi propia religión: quedar exento de cualquier tributo; recoger ganancias en neto, como la Iglesia católica, o en bruto, como el pastor Saade (si me autorizan la expresión).  

Me parece bien que los únicos procesados que no paguen impuestos sean los políticos con cuestionamientos judiciales: de hecho el nuevo embajador en Nicaragua está ultraprocesado. Y aun así lo nombraron. Me parece bien, digo, siempre y cuando continúen las excepciones tributarias para quienes nos dedicamos al sacrificado oficio de la fe: no en vano estamos en un país laico. 

En mi Iglesia nadie podrá armar chats grupales ni mandar audios por WhatsApp; las reuniones por zoom durarán máximo 20 minutos; la jerarquía únicamente podrá ser ocupada por personas sin pelo, y se adorará a la morcilla y al chorizo y al Gordo Bautista. Isa Zuleta quemará el incienso y las candidaturas de sus rivales en cada homilía. La ministra de Minas ingerirá su propio brócoli. Y nadie estará obligado a bajarse el sueldo. De esa forma atraeremos a muchos líderes políticos que posaban de alternativos, así perdamos feligreses de bien. Como los salmones de los Rausch.


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