Es sábado 30 de abril y la cabeza cana del presidente Duque humea de la rabia: su mano derecha, María Paula Correa, ha citado a una reunión de comité la misma noche en que Maluma se presenta en el estadio de Medellín. La invitada especial, por si fuera poco, es Madonna: la chica material cuyas canciones solía bailar por allá en los años ochenta, cuando era apenas el guitarrista de una banda de rock que soñaba con convertirse en gerente de Colcultura. ¿Habría sido mucho pedir organizar la reunión en otro momento?, piensa el presidente en silencio: ¿esa es la paz de Santos? ¿El hermano de Duque es mamón?
El respeto reverencial ante su mano derecha le impide reclamarle y, por el contrario, se presenta en el salón de crisis recién bañado. La reunión es de suma importancia. Revisarán el balance ejecutivo de la obra presidencial para descubrir cuáles de sus empeños son obras tangibles y cuáles, tristemente, se quedaron plasmados en el papel, acaso con la misma letra con que el mandatario redactó en campaña aquella bella carta dirigida a su hija (que previamente había redactado el candidato español Albert Rivera).
—Tomemos asiento. Tú con especial cuidado, Martha Lucía —advierte la jefa de gabinete.
Extrae entonces de su cartera una carpeta con un manuscrito.
—Acá tenemos el listado de Iván que hicimos por allá en el 2018, cuando no imaginábamos lo que vendría —informa.
Los presentes rememoran aquellos días de campaña: en especial Hassan Nassar, que por entonces era un tremendo periodista independiente que cuestionaba a Iván Duque sobre el número de Crocs que utilizaba Álvaro Uribe.
Para ofrecer su toque personal al informe, el mandatario sugiere que María Paula Correa lea uno por uno los puntos que prometió mientras él echa mano de las tarjeticas verdes y rojas que utilizaba en su programa de televisión, para incorporarlas a la dinámica.
Papel en mano, la doctora María Paula se pone de pie, solemne, y comienza la lectura de los propósitos presidenciales.
—Montar en cuatrimoto en San Andrés —afirma.
—Y en la parte de adelante y manejando yo solito —completa el presidente, mientras saca la tarjetica verde y algunos de los presentes aplauden.
—Conseguir chaqueta de cuero de aviador….
—Y marcada con mi nombre, como la de Tom Cruise en Top Gun…
Los presentes celebran con una risa sonora la ocurrencia.
—Que el hermano Andrés conozca al menos veinte países —lee la doctora Correa.
Esta vez no solo levanta la tarjetica verde, sino que recita los destinos donde los hermanos Duque han puesto la pica en Flandes: el Vaticano, Bruselas, Washington, Nueva York y varias ciudades de España; entre ellas, Madrid.
—Nos quedó faltando Ucrania —se lamenta.
—A propósito de Madrid —continúa la doctora Correa—: acá dice “Conocer a Emilio Buitrago…”.
El presidente no comprende.
—O algo semejante.
Duque pide entonces la hoja, para constatar:
—¡Butragueño! ¡No Buitrago! —y entre risas saca de nuevo la tarjetica verde, mientras grita, risueño, la palabra ¡check!
Uno a uno el ejercicio se repite.
Ejecutivo, como es, la mayoría son objetivos concretos, de fácil constatación: Comprarle a María Juliana un vestido color verde menta, no importa el material: ¡check!
Conseguir la sede para Colombia de la feria del libro de Bogotá: tarjetica verde.
Aprender a hacer Tang con sabor a naranja (y enseñar a hacerlo en televisión): ¡check!
Algunos parecen ambiciones académicas:
“Dejar en alto el nombre de la Sergio para orgullo del doctor Noguera”, lee María Paula mientras los concurrentes, todos de dicha universidad, se ponen de pie y entonan el himno.
Otros más son de orden internacional:
—Entonar la canción Cantares con el presidente de Ecuador.
—¡Check!
—Enviar saludos de Uribe al rey de España.
—¡Check!
Otros son de tipo cultural:
—Promover a los artistas nacionales organizando un concierto en la frontera.
—¡Check! ¡Y en cien días o menos! —celebra el presidente.
Otros son trazados científicos:
—Encomendar el país a la Virgen de Chiquinquirá para que nos proteja del virus —lee la doctora Correa.
—En realidad dice de todo mal, pero es que en esa época no se sabía lo del virus —reconoce el presidente.
Otros objetivos son de orden técnico y se ventilan con ayuda del ministro de Economía:
—Que se pierda un máximo de setenta mil millones de pesos del presupuesto de internet para los niños, ni un peso más…
—Check, check, recontracheck —dice, eufórico el presidente—. Tarjetica verde. Con felicitación a la doctora Karen, a quien echamos. De menos.
Son las 9:17 de la noche y el presidente celebra los últimos logros que juró obtener por aquellos días en que pesaba más de 95 kilos: “No llamar a Petro por su nombre”; “Explicar en la Unesco el concepto de economía naranja”; “Escribir un artículo de portada para Semana”; “Reinventar el castellano”.
Con enorme humildad, ha permitido campo para la autocrítica: “Objetar a la JEP”; “Convencer al ministro Diego Molano de la operación de cambio de sexo para no violar la ley de paridad de género”: ¡tarjetica roja para mí mismo!, dice de frente.
Al filo de la media noche, María Paula toma la palabra para emitir la noticia del año, acaso del cuatrienio:
—Señores: según mis anotaciones, podemos decir con orgullo que llevamos ejecutado el 90 por ciento del plan que se trazó el presidente Duque.
El actor Jorge Cárdenas, que por alguna razón estaba convocado a la reunión, se pone de pie e inicia una lenta ovación que se precipita cuando se suman los presentes, uno a uno. Ese nivel de ejecuciones únicamente se había observado en el gobierno de su mentor, Álvaro Uribe. Y de forma literal. Merece entonces este aplauso de aguacero triunfal, mientras se despide entre vítores. Vítores como Vítor Muñoz, el secretario general, otrora bodeguero, que llora de emoción.
Animado por el riguroso método para medir sus logros, aquella misma noche redacta en un nuevo papel sus objetivos para los próximos cuatro años: convertirse en magistrado de la Corte Constitucional para revertir la absurda medida que tumbó la ley de garantías; viajar a Ucrania con su hermano Andrés. Y asistir, suceda lo que suceda, al próximo concierto de Maluma con Madonna.