Daniel Samper Ospina
13 Febrero 2022

Daniel Samper Ospina

PESADILLAS POLOMBIANAS

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No me canso de decir que una semana en Polombia equivale a siete años humanos: que únicamente en Polombia, en un mismo momento, revienta un escándalo de infidelidad, sexo y crimen protagonizado por un candidato presidencial; el puntero de las encuestas aparece ebrio en un video en que habla de la capital roja de Colombia; el ministro de Defensa denuncia, de golpe, una conspiración rusa por culpa de la cual Putin se debate entre invadir Ucrania o intervenir en Cúcuta; se disparan a la vez el precio de la comida, el crimen en las calles, la deforestación en el Amazonas, los ríos en Pereira, las masacres en Arauca; y todo esto sucede mientras el presidente, con justa razón, decide viajar a Luxemburgo, a esquiar en la nieve con su hermano, porque acá todo resulta insoportable como para esperar a la Semana Santa: ¿quién, si tuviera los medios, no se largaría a Europa con cualquier pretexto, incluso con el de reunirse con el papa, para descansar de semejante torbellino? Se asoma uno las redes sociales y se encuentra con un audio en que el contratista Julio Gerlein le informa a su amante, la congresista Aída Merlano, que le metió doce mil millones de pesos para su curul en el Senado: ¡doce mil millones de pesos: doce mil! Está todo tan caro: el kilo de papa, la carne… una curul. Don  Julio le dice a su amada: “hombe, no seas marica, yo te puse doce mil millones para tus elecciones”. A lo que doña Aída responde: “papi, deja la exageración, ¿a quién se lo distes?, deja la locura”, con lo cual queda claro que lo peor de nuestra lacerada patria no solo es la corrupción, sino la dicción de sus corruptos; el insólito uso del plural para hablar de una sola fecha electoral; el familiar y cariñoso insulto de “marica”, extrañamente aplicado a una mujer; el mal uso de las conjugaciones. La situación deja muchas preguntas en el aire: ¿durante cuántas elecciones fue Julio Gerlein el sugar daddy de la señora Merlano? En el nuevo capítulo de esta novela de sexo, amor y corrupción, ¿cuál nombre existe para designar el vínculo entre Julio Gerlein y Álex Char? ¿Ellos dos qué vienen siendo? ¿Hermanitos de financiaciones?

Agobiado por tanto peso, esta semana, mientras observaba los epilépticos informes del noticiero, entrecerré los ojos y, en dos parpadeos, sin darme cuenta, me sumergí en un sueño profundo en que coincidía en Luxemburgo con los hermanos Duque Márquez y los acompañaba en su apretada agenda por los Países Bajos. Nos reuníamos con diversos burócratas de alto nivel para hablar de ecología. Nos recibía el presidente de Francia. Iván —a estas alturas del viaje yo lo llamaba Iván— sacaba pecho por el Acuerdo de Escazú, con la mentirita piadosa de que lo había hecho aprobar; omitía el detalle de que su gobierno acababa de dar el visto bueno a la exploración petrolera en el Amazonas —y en la Sierra Nevada— y sostenía conversaciones muy profundas sobre el medio ambiente frente a quien le pusieran por delante:

—Yo soy conservador en todos los sentidos: por eso creo en el carbono azul, porque ese es el color de mi partido. 
—Pero nos informan que están acabando con Chiribequete —le decía uno de los burócratas.
—Nombraremos un alto consejero para Chiribequete una vez regresemos al país. Y una vez averigüemos dónde queda Chiribequete… o qué cacique es. 

Posteriormente nos largábamos a esquiar, que era el origen del plan. Se nos pegaba el ministro Correa. Se nos pegaba María Paula Correa. Pero no iba Martha Lucía Ramírez porque seguro se caía… y se nos pegaba. 

El hermano de Duque hacía todo tipo de bromas pesadas en la pista, porque el hermano de Duque es mamón, y el presidente se lanzaba desde la cima y se torcía el tobillo, y al llegar al hotel hacía gala de su talento natural para los juegos de palabras, como cuando dijo que a alias Guacho se le acabó la guachafita. Entonces anunció ante la comitiva: “Amigos: me luxé en Luxemburgo”.

Luego emprendíamos el vuelo de regreso, lo cual me permitía aparecer de forma insólita, sin que mediara algún tipo de transición entre una escena y la otra, en Girardot, en el hotel de Gustavo Bolívar, en una mesa al borde de la piscina: allí pedía una cerveza helada y me la bebía mientras comentaba la realidad nacional. Y así me bajaba una tras otra como si no hubiera mañana, y claro: el cambio horario, el cansancio, el poco sueño me jugaron una mala pasada y terminé evocando las banderas rojas, por mi equipo del alma, el Santa Fe, y la ciudad roja, que era ya no recuerdo bien si Girardot o Stalingrado. En esas llegaba Petro y Gustavo Bolívar lo incorporaba a la charla, pero para entonces yo ya iba para mi decimotercera cerveza, que fue la que me sentó mal. Y me dio la cariñosa hacia Petro, a quien llamaba Gustavo: le decía Gustavo esto, Gustavo aquello, Gustavo te perdono si te alías con César Gaviria, el neoliberal humano; Gustavo, qué piensas de las mafias de la cerveza. 

Petro se comportaba a la altura y sobrellevaba la conversación con decoro y algo de incomodidad, mientras yo le pedía que se tomara un trago, al menos uno, porque la realidad de este país no se aguantaba a palo seco: “Mira no más las fotos de Aída y Álex en el malecón; mira los que dice Aída del Oso Yogui y del malecón de Álex”, le comentaba, mientras deglutía una nueva cerveza que me sentaba nuevamente mal, como la realidad del país. Antes de caer desgonzado como Sergio Fajardo, le grité: 

—Yo te puse doce mil pesos para tus elecciones, Gustavo.

En el momento en que mi esposa me despertó, aparecía la noticia de que el Gobierno permitirá la exploración petrolera en el Amazonas y demás lugares protegidos. Ojalá Duque nombre con urgencia el alto comisionado para Chiribequete, pensé; para que proteja la vida de ese y de cualquier otro cacique. ¡Salud!


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