Daniel Coronell
3 Noviembre 2024 03:11 am

Daniel Coronell

EL CHISTE

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Puede sonar exagerado pero el destino del mundo puede estar en manos del estado de Pensilvania y cambiar por cuenta de un chiste flojo. Nunca, desde que existen seguimientos estadísticos, se había presentado un empate tan estrecho y persistente en las encuestas como el que se vive en Estados Unidos hoy, a 48 horas de las elecciones. Todos los estudios están mostrando que el próximo martes los candidatos Kamala Harris y Donald Trump tienen la misma posibilidad estadística de ganar o de perder. Como si se tratara de una moneda al aire. Todo está dependiendo de los estados péndulo y, de acuerdo con varios análisis, de todos ellos el que más claramente puede inclinar la balanza es Pensilvania.

Las encuestas de votación nacional resultan poco útiles porque la elección no depende del voto popular sino de los delegados electorales. Pese a todo, el resultado es interesante justamente por la falta de definición. En unas encuestas gana la vicepresidenta y en otros el expresidente, siempre dentro del margen de error. A la hora de escribir esta columna según el agregador de encuestas Nate Silver, la candidata demócrata tiene el 48,5 por ciento y el republicano 47,4. Otros números da Real Clear Politics, para ellos va arriba Trump pero solo por tres décimas 48,4 por ciento contra 48,1 de Harris.

Los estados péndulo muestran también empates y un resultado parecido a la suma cero. Pensilvania con 19 votos electorales se ha convertido en el epicentro de los últimos y frenéticos días de campaña. Fue allí donde el expresidente Trump sobrevivió por un milímetro a un atentado contra su vida. Es allí donde mañana, lunes, la vicepresidenta Harris hará su última manifestación. Los dos saben que quien gane Pensilvania, muy probablemente ganará la elección.

Pensilvania está en el noreste de Estados Unidos y aunque pocas veces se asocie con grandes comunidades hispanas es uno de los lugares de mayor crecimiento latino, ya hay un millón de ellos. Los votantes hispanos se han duplicado desde el año 2000. De acuerdo con las cifras del censo, sobrepasan los 620.000 y son más de la mitad de la población de ciudades como Allentown y Reading, que podrían desatar un efecto dominó sobre Pensilvania y de paso sobre el país.

Hay muchos dominicanos y mexicanos pero la mayoría de los hispanos de Pensilvania son de origen puertorriqueño. Por eso los ojos de los expertos en política están pendientes de las posibles consecuencias que pueda tener un chiste flojo antipuertorriqueño –y racista– que fue contado durante un acto de campaña del expresidente Trump el domingo pasado.

Hace ocho días, el candidato republicano citó a un multitudinario acto llamado de “argumentos finales” en el Madison Square Garden de Nueva York. Ese es un estado históricamente demócrata y es improbable que Trump pueda ganarlo. Aún así quiso hacer allí esa manifestación, tal vez como una prueba de fuerza y también para subir las tendencias a su favor en un estado que le ha sido contrario, para mostrar que hay una ola nacional de apoyo a su nombre.

Fueron varias las declaraciones controversiales de los oradores. Por ejemplo Stephen Miller, antiguo asesor principal y escritor fantasma de los discursos de Trump, aseguró en el coliseo: “América es para los americanos y únicamente para los americanos”. Sin embargo, la frase que ha sido el eje de la política de esta semana, la última antes de las elecciones, vino del comediante Tony Hinchcliffe: “Hay una isla flotante de basura en medio del océano… Sí, creo que se llama Puerto Rico”. 

Hay cientos de miles de puertorriqueños en Nueva York, y casi medio millón en Florida, pero ningunos tan decisivos, en este momento y semana, como los que viven en Pensilvania.

El disgusto entre los boricuas se empezó a sentir el mismo domingo. A las voces de los ciudadanos comunes se han ido sumando las de famosos artistas como Jennifer López, Ricky Martin y Bad Bunny. El reguetonero Nicky Jam, que hace unos días había adherido a la causa de Donald Trump, le retiró públicamente su apoyo. Más allá de las voces reconocidas, la pregunta es si el chiste puede terminar inclinando la balanza en el estado clave de Pensilvania.

Tanto los voceros de su campaña como el propio expresidente Trump han desautorizado la broma racista. Él ha dicho que no conoce al comediante y no sabe siquiera quién lo invitó a su manifestación. 

La paradoja es una de las características más recurrentes de la política. Donald Trump que prácticamente no ha pagado ningún costo por lo que ha hecho, podría terminar perdiendo la presidencia por algo de lo que realmente no tuvo la culpa.

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