
Suele pasar que las vías por las que se justifica y protege el machismo se profundizan con el paso del tiempo. Es el caso del presidente Gustavo Petro. En entrevista con El País ya no excusa las agresiones de Armando Benedetti al tildarlo de “loco”, sino que ha dado el paso ulterior de cualquier machito carnetizado: negar la existencia de la violencia con la excusa de que las mujeres agredidas los defienden.
Reconoció el presidente que “hay acusaciones alrededor del tema feminista” (porque él cree que agredir a las mujeres es un problema solo de las feministas, y se le nota). Después sumó que la esposa de Benedetti pidió que no lo “destruyera” y que el único proceso judicial en firme en su contra es uno por tráfico de influencias. Sugiere entonces Petro que si la esposa defiende al marido agresor es porque los hechos no ocurrieron o son excusables.
Lo primero sería que alguien le pusiera de presente la denuncia que existe en contra de su nuevo ministro por agredir a su esposa y suegra al frente de sus hijos en Madrid. Ese expediente no es una interpretación laxa de una circunstancia confusa, sino la declaración expresa de fuerzas policiales sobre un hombre que incurrió en violencia basada en género.
La denuncia contiene una descripción gráfica de lo que ocurrió, e incluye una frase que lee: “que el yerno de la diciente abrió la puerta, blandiendo contra la diciente un cuchillo de cocina de entre 20 y 25 centímetros de hoja, manifestando AQUÍ NO VAS A ENTRAR, LOCA DE MIERDA, HIJA DE PUTA”.

El hecho —en apariencia inexplicable— de que la víctima, su madre o las personas cercanas al agresor lo defiendan ha sido ampliamente estudiado por las ciencias sociales desde hace décadas. Lo dijo el mismo presidente a El País: “cuando una esposa defiende a su esposo es porque puede haber subordinación”. Si el presidente cree que “subordinación” quiere decir que las mujeres agredidas y su entorno soportan circunstancias de sumisión emocional y económica y por eso regresan a sus agresores, está en lo cierto.
Por eso ninguno de los mensajes que puedan difundir Adelina Covo o Adelina Guerrero en sus cuentas de Twitter, si es que los escriben ellas, son resarcitorios de ninguna manera. Ni el miedo o compasión que puedan sentir por Benedetti las Adelinas borran los hechos que ocurrieron y que yacen ante autoridades públicas en España. Y estos no son los únicos y los involucrados lo saben. No se trata de quitarle agencia a las mujeres, pero sí de evitar que se instrumentalice a las víctimas para garantizar la impunidad de sus agresores.
Si esas evidencias no le bastan a Petro, tiene también a la mano, tras una simple búsqueda en internet, los audios en los que Benedetti trató de “coya” y todo lo que le sigue a Laura Sarabia.
Que digan lo que quieran del nuevo ministro: que se ríen con él en su regreso triunfal al congreso porque es un mamagallista empedernido, que es el único que puede garantizar el éxito de las reformas del Gobierno, que es un hombre rehabilitado y merece una segunda oportunidad, pero no van a reescribir la verdad. Nada de lo que haga o diga Petro podrá borrar la violencia que ha ejercido y promovido Benedetti en contra de las mujeres.
Y lo último, nadie pide que se “destruya” a Benedetti; dejar de nombrarlo en los cargos más influyentes del gobierno no es “destruirlo”. A Benedetti no le va a pasar nada, presidente. ¿No ve que lo tiene a usted y a un grupo variopinto de poderosos chantajeados hasta la médula? Ni siquiera todas las denuncias por corrupción o los hechos de violencia machista han diezmado su fuerza.
Está claro que Petro decidió tragarse el sapo del chantaje de Benedetti, pero que no pretenda ahora blandir la carta sucia de que “su esposa lo defiende”. Esa defensa, incluso si viniera en forma de entrevista grabada con las directamente afectadas, no borra la violencia ejercida y constada ante por lo menos una autoridad.
Tal vez el presidente proyecta y refleja su situación en las esposas de los hombres violentos. Las que perdonan y regresan por miedo, vergüenza o necesidad y se exponen a la muerte. Ojalá este feminicidio del “cambio” en manos de Petro y Benedetti no derive en otros, el de las mujeres reales que utilizan para lavarse las caras.

