Ana Bejarano Ricaurte
17 Abril 2022

Ana Bejarano Ricaurte

EL CLÓSET DEL ASTOR

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Para mi otro Daniel, quien siempre está a mi lado y a quien debo tanta felicidad.

El Astor Plaza es un teatro bogotano que fue fundado en 1979 por la familia Sefair con la esperanza de llevar a la capital lo que llamaban el eurocine y aportar muestras de cine arte al país. Así fue por décadas, hasta que la llegada de otras plataformas que ofrecían más opciones diezmaron su público. Tras un proceso de renovación, el Astor logró quedarse. Se reinventó y transformó su oferta para convertirse en un escenario donde hoy pueden verse todo tipo de eventos, hasta conferencias. 

En la pasada madrugada del 10 de abril, al frente de este emblemático lugar de la cultura bogotana tuvo lugar una persecución a una pareja homosexual. Varios testigos ya han relatado a medios de comunicación lo que parece la comisión de un crimen de odio, pues dos tipos se acercaron a la pareja que esperaba un carro, para gritarle improperios y golpearla. 

Afortunadamente, otras personas y algunos vecinos del lugar se solidarizaron para detener la agresión, hasta que las víctimas pudieron resguardarse en el teatro. Esa triste noche el Astor se volvió en un clóset momentáneo, al que una pareja gay fue conducida a la fuerza, para sobrevivir. Al parecer, por lo menos uno de los agresores pertenece a un grupo neonazi y ha sido denunciado en el pasado por crímenes semejantes, ante la mirada complaciente y silenciosa de las autoridades. 

No sorprende ese letargo de la Fiscalía, pues Colombia es uno de los países latinoamericanos donde reina una de las más violentas expresiones de la homofobia.  Líderes de esta comunidad son asesinados sistemáticamente y episodios de violencia en su contra son registrados mensualmente a nivel regional y nacional, sin que nada les ocurra a los agresores. Como lo dijo la organización Colombia Diversa, el 2020 fue el año con la cifra más alta de violencia policial, asesinatos y amenazas contra personas de esta minoría.  

Y qué cosa curiosa es esta forma particular de odio. Las ciencias sociales han estudiado hasta el cansancio los fundamentos de la homofobia y de todas las maneras de rechazo a la comunidad LGBTIQ. Porque sí resulta extraño el asunto de andar escupiendo rencor y vociferando en contra de un aspecto tan personal de un ser humano. ¿Por qué habría alguien de molestarse hasta el extremo de ejercer violencia contra otro con base en quién decide amar o llevarse a la cama? ¿Qué le importa? Y la respuesta es inequívocamente la misma: la homofobia es una forma de odiarse a sí mismo, porque casi siempre las personas que la profesan y practican luchan ferozmente contra sus propios deseos o tendencias reprimidas.  

Es un fenómeno que parece quedarle como anillo al dedo a este país que si algo sabe es no quererse. Una sociedad que persiste en la violencia, en la distorsión del otro y de sí misma. Una comunidad compuesta de individuos incapaces de reflexionar sobre sí mismos, mirarse al espejo y aceptarse. 

Los ejemplos pululan. Uno de ellos es la homofobia profesada desde el púlpito de la fe católica, pues ella es precisamente la incapacidad de esa institución de entenderse. De asumir que muchos hombres han elegido vestir la sotana por el temor a amar en libertad. Un prejuicio precisamente alimentado por los dogmas del Vaticano; el círculo vicioso del odio, del temor y del aplastante efecto del clóset como opción de vida. Otro caso es el de los padres que desprecian a su hijo homosexual, que están también odiándose a sí mismos; a su legado y a su sangre.  

Por supuesto algunos dirán que de ciertas posiciones de rechazo conceptual a agredir a alguien en la calle hay mucho trecho. Cierto y falso al mismo tiempo. Las formas de relativizar el acceso a derechos y oportunidades, a la vida en sociedad, son el camino que permite defender la idea de que las personas de la comunidad LGBTIQ son ciudadanos de menor categoría y por esa vía es más fácil justificar la violencia en su contra. 

A menudo la antipatía profesada conduce a la hipocresía o la contradicción. Así ocurre con las posiciones del candidato Federico Gutiérrez, el único de los realmente opcionados que dice estar en contra de la homofobia, pero pregona en contra de la adopción para parejas del mismo sexo.  

La erradicación de la homofobia es un asunto trascendental para la protección de los derechos humanos en Colombia. Debería ser tema esencial en la campaña electoral, pues la persistencia de esta forma de odio es una justificación de la violencia en general. 

Además, sería un paso importante para acabar con el odio en sí mismo, que en tan diferentes expresiones milita en nuestra quebrantada sociedad. Que el respeto e inclusión real de esta comunidad sirvan para repensarnos, para entendernos en un nuevo contexto. Imitemos al Astor, que supo cambiar y persistir. Que ese teatro chapineruno no haga nunca más de clóset fugaz. Y que cesen aquellos sumergidos en la inquina propia, reducidos a empuñarla para dañar a quienes eligen vivir y amar en libertad. 

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