Daniel Samper Ospina
12 Junio 2022

Daniel Samper Ospina

EN EL ARRESTO DE DUQUE

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Es tarde de sábado en el Palacio de Nariño y el presidente Iván Duque, aturdido todavía por el jet lag de su más reciente viaje, atiende una reunión de emergencia: el Alto Comisionado Para la Prevención del Arresto Presidencial ha convocado a la cúpula misma del Gobierno para analizar el requerimiento de un Tribunal de Ibagué que pretende arrestarlo por desacato. 

—No termino de entenderlo —se queja el presidente—: ¿qué figura es esa?
—Un fallo de tutela es una medida vinculante, Iván —explica su mano derecha, la jefe de gabinete María Paula Correa.
—Me refiero a esa, la que encierra el texto…
—Es un recuadro, Iván. En este recuadro viene el fallo; te lo voy a leer de nuevo…

La doctora Correa se toma algunos minutos para hacerlo otra vez en voz alta. Asienten durante su lectura el consejero para las comunicaciones y predicciones Hassan Nassar y el alto comisionado para la Paz, Juan Camilo Restrepo, a quien convocaron dada su condición de hombre de experiencia: no siempre se cuenta con un exalcalde de Medellín como asesor. 

El presidente escucha, atento, el fallo que lo obligaba a reconocer al “Parque de los Páramos” como sujeto con derechos.  

—¿Significa que el páramo era en realidad una persona, así como lo es el frailejón Ernesto Pérez? —pregunta tan pronto la doctora Correa termina con la lectura. 
—No propiamente, Iván: pero sí hemos debido de tomar unas medidas que nos saltamos.
—Pues tomémoslas —ordena—: y tomemos también una malteada de Oreo, que ya es media tarde. Y una galleta.

Es la propia doctora Correa la que se pone de pie para explicar la gravedad del caso.

—El problema, Iván, es que ahora debes pagar un arresto. Por desacato.

El silencio se toma el salón. Se escucha el rumor de la lluvia sobre el tejado de Palacio. Tras unos breves minutos de reflexión, y como si un viento de dignidad lo empujara, el presidente se pone de pie y, con el pecho inflamado de patria, exclama: 

—Si eso queréis, pueblo indolente, pueblo infame, sacad entonces los soldados con los heraldos… extended el tapete rojo hasta la cárcel misma… y permitidme salir al calabozo con la frente en alto… 

El silencio, de nuevo, invade el salón. La doctora Correa carraspea y hace una discreta seña a Juan Camilo Restrepo.

—Presidente, si me permite:  es apenas un arresto domiciliario … Y por cinco días nada más, el doble de lo que yo duré como alcalde de Medellín —le explica.

Pero el presidente no lo escucha:

—¿Creéis acaso que esto detendrá mi obra de gobierno, los altos logros en la economía naranja que lego a las futuras generaciones de mi patria? —exclama en voz alta.

La doctora Correa interviene:

—Es cierto, Iván, de golpe exageras. 
—¿Me quieren arrestar por un mecato y es tan solo eso lo que vos decís, señora mía? Encadenadme —pide el presidente.
—Es por desacato, no por mecato…—lo previene Restrepo.
—¿Por mentecato? ¡Demostradme que lo soy! —dice con furia.
—Des-a-cato, Iván: siéntate —le ordena la doctora María Paula.

Pero es imposible. El presidente sabe que en estos momentos cumple una cita con la historia. Sabe también que los avatares del poder incluyen el arduo sacrificio del líder por su pueblo. Y jura por su hermano Andrés que no será inferior a lo que la patria exige de él. 

—Llamad a Juan Guaidó y que se encargue mientras cumplo la pena…—ordena.
—Pero aún no ha llegado la boleta de arresto, presidente —le informa el alto comisionado para la Prevención del Arresto.
—Presidente: nadie te va a encanar… —intenta tranquilizarlo Hassan Nassar, acaso el único consejero que le habla de tú.
—¿Y a quién se le ocurre que me pintaré las canas ahora, tontos?
—Por encanarte me refiero a que te metan preso, presidente.

Los nervios lo carcomen por dentro. ¿Cómo será la vida en prisión?, se pregunta. ¿Qué tan duro será el catre, qué tan fría el agua de la ducha? Y sobre todo: ¿qué sucederá cuando aparezca de visita el hermano de Petro y hable de perdón social? ¿Grabará la conversación para filtrarla después a Vicky Dávila? 

Reflexiona si acaso a la patria misma le resultaría mejor que su gobierno continúe. Ese ocho por ciento de aceptación que aún conserva no es deleznable. Seguir de largo ahorraría a los colombianos una campaña cargada de pus, acusaciones y videos privados de la que cualquiera sale mareado. No en vano él no es un presidente del montón, como lo fuera Tomás Cipriano de Mosquera, a quien llamaban con el mote de Mascachochas. Y al pensar en la palabra “mote” se relame. 

—Alistad las caravanas… Vamos al Inpec —ordena.
—Presidente: en tal caso sería un arresto domiciliario…
—¿Eso implica que se pueden pedir domicilios? —pregunta a su secretario jurídico con un brillo de ilusión en la mirada.
—Eso implica, presidente, que tendrá que pagar el arresto en la casa —le explica el mismo secretario. 

El presidente se asoma a la ventana. Sopesa una a una sus palabras. Suspira. Y da la vuelta de nuevo para advertir a sus consejeros:

—Moriré si es preciso por la patria: alistad el Palacio para los días en que debo permanecer encerrado; preparad la sala de cine y un listado con series de Netflix que valgan la pena. Y si debo cumplir el tormento en una isla, preparad viaje para las Canarias, entonces: me gustaría que fuese allá. Mi hermano no conoce.

La doctora María Paula Correa se pone de pie y toma la vocería.

—Iván: no es necesario. Debes pasar el arresto en la casa y ya…
—Según el fallo, es en la casa de Cedritos —precisa el secretario jurídico.

El presidente reacciona con brusquedad: voltéase, mira a su equipo, tórnase su cara roja y combustionada, y grita:

—¿El arresto es en el apartamento de Cedritos? ¡No jodás! ¡Me hacen el favor y denuncian entonces al magistrado! ¡Qué hubo, pues! ¡Se les acabó la guachafita! 

El equipo entero entra en ebullición para preparar la denuncia. Mientras observa cómo corren de un lado para el otro, piensa en otras batallas que ha combatido. Y al pensarlo se imagina un batido, claro que sí: un batido de Oreo. Y una galleta.


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