Daniel Samper Pizano
7 Agosto 2022

Daniel Samper Pizano

LA PALABRA DEL AÑO

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A Ernesto Guhl Nanetti, in memoriam.

Por esta época del almanaque, los dos mundos que hablan inglés —las Islas Británicas y Estados Unidos— se empecinan en una batalla para escoger la palabra más característica del año anterior, la más frecuentada, la más ajustada a los hechos del periodo. Contendores tradicionales son el Oxford English Dictionary, equivalente británico del Diccionario de la lengua española, y The New York Times, epítome del buen uso del inglés en Estados Unidos. Las palabras escogidas como banderas de 2021 fueron vax (vacuna) por los ingleses y uncertainty (incertidumbre) por los gringos.

Humildemente pienso que ambos se equivocan. Basta con ojear la prensa de cualquier país para encontrar desde hace dos o tres años las palabras que mejor describen cuanto acontece en el mundo: desastre, calamidad, desmadre... Y, sobre todo, catástrofe, catastrophe (inglés), katastrofi (alemán), katastrofa (ruso). Como muchos otros frutos del pensamiento, el término, que recorre numerosas lenguas, fue invento de los griegos clásicos a partir de dos conceptos: kata (hacia abajo) y strofi (voltear). Es decir: poner todo bocabajo.

Y bocabajo está. El verano de 2022 en el norte (invierno en el sur) ha batido ya récords que se consideraban invulnerables. Repetidas olas de calor siguen cobrando multitud de víctimas. En España han fallecido más de 2.200 ciudadanos, desde obreros del aseo en plena calle hasta cosechas mortales en ancianatos. En Oregon, Estados Unidos, y en Galicia, España, estallaron incendios de voracidad nunca vista que convirtieron en cenizas 160.000 hectáreas. Y se desgajan aguaceros sin precedentes. Y el calor aprieta: por primera vez en su historia, Inglaterra sobrepasó los 40 grados. 

El deshielo de las cumbres montañosas trajo un peligro letal a los habitantes de regiones alpinas y alteró la geografía. A 3.480 metros de altura, el deshielo de un glaciar modificó la línea divisoria italo-suiza y dividió en dos un hotel refugio: turistas que se acostaron en Suiza amanecieron en Italia sin moverse de la cama.

Mientras tanto, las inundaciones arrasaban vastos trozos del mapa de Asia y África. En Bangladesh y Pakistán más de 3.000 pueblos quedaron sepultados bajo el barro. Cerca de 15.000 casas (casas de pobres, se sobreentiende) desaparecieron arrastradas por las aguas turbulentas. Y, como ocurre durante todo el año, pero sobre todo en tiempos de mar tranquilo, cada semana desembarcan en Europa cientos de famélicos inmigrantes clandestinos que pagan fortunas por un puesto en una patera camino al futuro... o a la muerte.

Cada vez son más los científicos que advierten sobre el peligro concreto y real de extinción de la vida planetaria tal como la conocemos. En documento publicado por la prensa el l de agosto, un grupo de sabios advierte que es hora de explorar la posibilidad de un “colapso social global”, que conduciría a la desaparición de la humanidad. Todo ello podría ocurrir mientras se multiplican las guerras y se acentúan las desigualdades. Pero no será una extinción plácida; no nos “quedaremos dormiditos”, sino que nos sacudiremos “en medio de escenarios cataclísmicos”. Señala el profesor Luke Kemp, de la Universidad de Cambridge: “El cambio climático siempre ha cumplido un papel en sucesos de extinción masiva. Ha tumbado imperios y perfilado la historia”.

Aguas sin control, gases tóxicos, techos atmosféricos, tala de bosques, contaminación, calor y frío excesivos son algunos de los elementos que determinarán el futuro del mundo y de quienes lo habitamos. El peor de los todos los males es el comportamiento humano. “Enfrentar un porvenir de cambio climático acelerado cerrando los ojos ante los más graves casos constituye una estupidez fatal”, dice la declaración. 

No parece difícil adivinar a quién se dirigía la advertencia: a los líderes internacionales, recua de ineptos y locos donde muy pocos se salvan. La última insensatez ha sido la desafiante visita de la jefe demócrata Nancy Pelosi a Taiwán.

Si faltaban pruebas sobre la perversidad y escasas luces de quienes conducen este planeta hacia la catástrofe, ahí está la guerra criminal de Rusia contra Ucrania, que ha dejado millones de hambrientos en todo el mundo, sin patria a cinco millones de ucranios, sin casa a varios millones más, con duros recortes de energía a países que empezaban a resarcirse de la pandemia y a continentes enteros condenados al hielo durante la larga noche invernal que llega.

El deber de vigilar

El paso de Iván Duque y su pandilla de amiguitos por el poder demostró una vez más que si bien a un presidente inteligente y preparado le pueden salir mal las cosas (los ejemplos abundan en Colombia), es casi imposible que un mediocre como él haga un buen gobierno. A Duque habrá que anotarle algunos aciertos, como la acogida de los inmigrantes venezolanos y un balance en general favorable en la vacunación. Pero cualquier repaso objetivo señalará todos los errores, abusos y trampas que dejó en el camino.

En cuanto a su sucesor, que hoy se posesiona, voté por él y miro con optimismo sus primeros pasos. El país necesita que tenga éxito la izquierda en el poder y nos ofrezca nuevos capítulos de cambio a través de las urnas. Para contribuir a ello, esta columna seguirá ejerciendo la misión de vigilancia atenta y fiscalización severa que el sistema democrático exige a la prensa independiente.

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