Daniel Samper Ospina
22 Mayo 2022

Daniel Samper Ospina

LO PEOR DE ESTAS ELECCIONES

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La prueba irrefutable de que estas elecciones me han afectado hasta la médula se dio esta semana, en el almuerzo, cuando decidí redactar un comunicado para despedir a Gladys, la empleada de la casa, en caso de que no votara por Íngrid Betancourt, en aquel momento la candidata de mis afectos.

A ustedes les consta que he apoyado a todos los aspirantes que se han ido rindiendo; que candidato al que respaldo, candidato que se retira. De esa suerte de maldición puede dar fe un Miguelito Ceballos, un Luis Pérez, un Juan Carlos Echeverri: exasperantes exaspirantes con quienes —lo cuento a modo de infidencia— abrí un grupo de chat para darles ánimo, con la idea de que las cosas no terminen acá; de que este 2022 sea apenas el comienzo de una rutilante carrera política que los lleve a todos a la Presidencia de Colombia en el 2026. En caso de que haya elecciones. Y de que quede Presidencia. Y de que todavía exista Colombia.

De aquel chat expulsamos a Álex Char, para no tener problemas, y me resistía a que ingresara Íngrid Betancourt; y por eso hacía fuerza por su candidatura. Para entonces las elecciones parecían un insoportable partido de pimpón entre los dos punteros de las encuestas de cuyas campañas provenían noticias lamentables: la de Fico Gutiérrez denunció el hallazgo de un micrófono en una de sus sedes principales, por ejemplo. Al parecer, un espía escuchaba sus reuniones de estrategia para copiar las mejores ideas: 

—¿Oistes, y cómo vamos a salvar la economía, Fico, parcero?
—Ah, yo no sé… Pero plata es plata…
—Ve, Fico, ¿querés algo de mecato?
—Clarinetes, Filomena, traeme una arepa, pues, parce…
—Fico, vos sí sos un bacán, hablás como uno de nosotros…
—¡Gracias, papá!
—¿Te la pongo en el plato?
—Claro que sí, Filomena: plato es plato…

Espiar a Fico Gutiérrez: he ahí la prueba de que el desempleo está por las nubes. 

Del otro lado las noticias tampoco parecían dignas de aplauso: el Pacto Histórico recibió en sus entrañas a la mal recordada Zulema Jattin, ahora convertida en ejemplo de reinserción y arrepentimiento. La parapolítica humana ingresó a las toldas del Pacto a través de la doctrina Dedirrá. 

Lo único llamativo parecía ser la súbita irrupción del ingeniero Rodolfo Hernández, el Donald Trump de Santander, que hizo del meme un arma política con la cual pulverizó a Sergio Fajardo y ahora le respira en la nuca al candidato preferido por Uribe. Y por Filomena.

Pero entonces su fenómeno no había despuntado y mi obsesión consistía en que Íngrid obtuviera la victoria en la primera vuelta, confiado de que el ingridismo -si bien vergonzante- estuviera vivo en las regiones. 

De modo que el martes en la mañana me serví un vaso de leche marca Colanta, leí el trino del empresario Sergio Araújo y procedí a redactar una advertencia electoral a todos mis empleados. Es decir, a Gladys:

“Apreciada Gladys:

Mis trabajadores gozan de plena autodeterminación y tienen derecho a votar libremente por quien cada uno decida. Pero yo también tengo pleno derecho sobre mi casa, y en adelante no cabrá en mi esquema de ayuda doméstica:

 

  1. Quien no vote por Íngrid Betancourt.
  2. Quien no apoye a Santa Fe.
  3. Quien no me ponga doble ración de fríjoles cuando haya bandeja paisa.

De no aceptar estas condiciones, espero su carta de renuncia en mi mesita de noche. Gracias”.

Gladys es una maravillosa persona, no digo que no. Y cocina como nadie. Su “huevos importados a la Frankfurt” son famosos.

Pero no podía ser ella quien pensara por sí misma en el momento de votar, y así se lo hice saber también a mi esposa y a mis hijas en el almuerzo.

—Si ustedes no votan por Íngrid, no vuelven a entrar a esta casa. Y si John Milton resulta elegido como reemplazo de Duque, nos vamos del país —les advertí.
—¿Quién es John Milton? —preguntó mi hija menor.
—¿Quién es Íngrid? —preguntó la mayor.
—¿Quién es Duque? —preguntó mi esposa.

La verdad es que, por culpa de estas elecciones, me siento durmiendo encima de un volcán. Todo me resulta tan peligroso y terrible que me dan ganas de tomar la cuenta de Twitter y proponer alianzas que reivindiquen la concordia en medio de este mar de odio: “Sergio e Ingeniero: ¡únanse! ¡Unidos pasarían a segunda vuelta y los dos se complementarían muy bien! ¡Rodolfo le pegaría cachetadas a Fajardo para que no se duerma! ¡Y el Profesor le enseñaría a hablar al Ingeniero sin groserías!”. “Íngrid y John Milton: ¡únanse!  ¡El pastor puede enseñar a Íngrid si Álex Char tiene maquinarias y ella puede enseñar al Pastor los principios básicos de la traición!”. “Doctor Miguel Gómez y margen de error: ¡únanse! ¡El margen de error complementa al doctor Gómez porque no estigmatiza a las ONG!”.

Incluso trataría de ir más allá: “Egan Bernal y Nairo Quintana: ¡únanse! ¡Ustedes juntos pueden ganar la segunda vuelta, en caso de que estemos hablando de la vuelta a España!”.

Pero la realidad política aconsejaba polarizar desde la candidatura de Íngrid, no solo para que se acercara a la presidencia, sino para alejarla de mi grupo de Whatsapp. De hecho procuré en vano pedir a Patrocinio Jiménez que adhiriera a su candidatura.

Alisté la carta a Gladys para entregársela al día siguiente pero, para mi sorpresa, en la mañana no la encontré.

—Si era un papel que estaba en su mesita de noche, su señora lo cogió, lo leyó y lo tiró a la caneca —me informó cuando le pregunté.

Mientras redactaba otra carta para hacer a mi esposa responsable de que Íngrid no pasara a segunda vuelta, me enteré de que la francocandidata retiró su aspiración para impulsar la de Rodolfo. Esta sería la única forma de frenar el inminente paso del Ingeniero a segunda vuelta. Porque de una adhesión con Íngrid nadie regresa. Si eso no hunde a nuestro Trump de Piedecuesta, nada lo hace.

Esa noche de nuevo sentí que dormía encima de un volcán. Pero pudo ser porque Gladys hizo fríjoles, y, sin haberle dicho nada, me cumplió con la doble ración.


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