Si al Dante lo inspiraron el cielo y el averno, María Cristina Lamus tiene su infierno particular, que comparten millones de ciudadanos: los trámites burocráticos a través de internet. Mucho más dispendiosos e inseguros que los antiguos de lápiz y papel, han logrado formar un caos inenarrable en Bogotá con el pago del impuesto predial. Y esta es apenas una de las gestiones que ponen a prueba la paciencia diaria de los contribuyentes.
La Secretaría de Hacienda
ha convertido en calvario
aquello del formulario
para que la gente atienda
su deber con la vivienda.
Trámite fácil de hacer,
a mi saber y entender,
pero ya tan engorroso,
tan jarto, tan dispendioso,
que es mejor desaprender.
En la mañana, temprano,
me planto ante la pantalla
para ver si no me falla,
ni me produce desgano.
Ruego a Dios que algún fulano,
que ahora se llama “sistema”,
me dirima el cruel teorema
del “Ingrese aquí sus datos”:
cédula y diez garabatos
que resuelvan el problema.
Y cuando pongo la clave
con números y mayúsculas,
más unas cuantas minúsculas,
del acceso doy la llave
a ese solitario enclave.
Entonces surge un mensaje
que más parece espionaje:
“Regístrese aquí”, me anuncia,
y mi mente lo pronuncia
pero no hay aterrizaje.
Intento en el celular
llamar al número dado
para suplir el frustrado
triple ensayo de llegar
al documento a pagar.
Y… ¿qué oigo en la grabación
que demora la atención
de un asesor en la oreja
para que escuche mi queja?
Una armoniosa canción…
El lago de cisnes es
sin duda la melodía
que embelesa y nunca hastía,
aunque Tchaikovsky tal vez
sufriera más de un revés
frente a su “estreno triunfal”,
en el que le fue muy mal.
Pero me digo: ¡qué suerte!,
que Tchaikovsky hasta la muerte
nunca supo del predial.