Federico Díaz Granados
21 Abril 2024

Federico Díaz Granados

Irene Vallejo y la poesía

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Había sido larga la espera. Desde la pandemia y los días más duros del confinamiento quería conocer a Irene Vallejo, la autora que nos salvó a tantos del tedio y del miedo en aquellos días incertidumbre. Aún ni ella misma se explica cuál fue el momento exacto de inflexión en el que su libro El infinito en un junco se convirtió en el fenómeno editorial que es hoy. Ese libro que había sido escrito como un preludio de despedida de la literatura porque debía dedicarse de lleno a cuidar a su hijo que había nacido con una enfermedad se convertía en una puerta insospechada que se abriría a los lectores de todo el mundo, quienes iban a encontrar un verdadero refugio en sus palabras. Compré la edición de pasta dura de Siruela por internet. No había otro modo de acceder al mercado, a los medicamentos y por supuesto a los libros en esos días. Ya el voz a voz era una certeza de que algo muy hermoso traía ese libro que estaba conmoviendo a miles de lectores en los meses más complejos de la pandemia. Estábamos encerrados, con las libertades restringidas y viendo la improvisación de los diferentes gobiernos para afrontar la urgencia. El miedo a la muerte era una tragedia compartida y llegaba a muchas manos un libro que muchos hubieran considerado impensable para ese momento por tratarse de un ensayo sobre la historia de los libros, la lectura y la escritura. Podríamos, entonces, haber pensado que seria un libro ideal para un público restringido de bibliotecarios, promotores de lectura, literatos o filólogos. Sin embargo, ese voz a voz fue creciendo y El infinito en un junco (aparecido en el otoño de 2019, poco antes de que se anunciara en China el primer caso de coronavirus, se convertiría en el libro más vendido y leído del 2020 y que a la postre ganaría el Premio Nacional de Ensayo en ese mismo año. Con la sencillez y ternura que la caracterizan, Irene Vallejo nos respondió en días pasados a un pequeño grupo de lectores que el éxito del libro podría deberse a que ella menciona con tanto afecto y admiración a los libreros que ellos empezaron a recomendar, también desde el cariño, el libro en sus respectivas librerías. Una cadena y una red genuina de afectos como punto de partida y que pronto crecería a una velocidad insospechada. Un libro palabra oral y escrita pero que también cuenta la historia humana y de los primeros relatos era lo que nos salvaba a muchos en el encierro mientras nos conectábamos por plataformas para no sentirnos tan solos a merced del virus. 

Por eso digo que había sido larga la espera. Estuvo pocos días en el Hay Festival en Cartagena a comienzos de 2022 pero regresaba a Colombia a participar en la Feria Internacional del Libro de Bogotá no sin antes aceptar una invitación que le había hecho su amiga, la escritora Velia Vidal, a visitar el departamento del Chocó para que conociera toda la tarea que se ha venido realizando allí la Corporación Motete y cruzara el río Atrato para llegar a una escuela rural y conversar con los estudiantes y la comunidad. Este inicio de viaje a Colombia en el Chocó cargó de unas emociones iniciales muy intensas el resto de la estadía. Luego llegaría a Bogotá donde daría el discurso inaugural de FILBo y se encontraría por primera vez con sus lectores, muchos de ellos que se desplazaron desde otras ciudades para cumplir la cita con su autora favorita. Entre ellos estaba yo que quedé conmovido con su discurso que fue aplaudido de pie por los asistentes. Era el discurso central, frente a los presidentes Gustavo Petro, y Luis Ignacio Lula Da Silva y más de setecientas personas en el Auditorio José Asunción Silva de Corferias, auditorio que lleva el nombre de nuestro más universal de los poetas como si también se tratara de una feliz cita con el destino. “Cuenta una antigua leyenda que una mujer joven inventó la pintura para aferrar sus recuerdos, para poseer la huella de un instante pasajero. Ella, de cuyo nombre el escritor romano Plinio el viejo no quiso o supo acordarse, era la hija de un alfarero. Estaba enamorada de un hombre que pronto partiría de viaje, en aquel tiempo era tan peligroso aventurarse por los caminos polvorientos entre los bosques donde acechaban los bandidos, que nadie decía adiós sin un nudo en la garganta. Durante la última noche juntos, a la luz de una vela, la chica dibujó la sombra de su amante en la pared de la habitación. Ese primer trazo fue una rebelión frente al olvido y a la ausencia. Así empezó el arte, la inminencia de una separación, la primera punzada de la nostalgia, un contorno en un muro, el amor en rebeldía contra lo efímero. La escritura también nació como dibujo y como promesa de salvar lo fugaz. Durante la mayor parte de nuestra historia las palabras escapaban de los labios y no existía nada capaz de retener aquellos sonidos breves y fugaces, apenas una vibración de aire”. Así comenzaba, en clave de poesía, el discurso que Irene Vallejo ofreció para iniciar una fiesta de los libros y de la palabra donde hubo referencias a Emma Reyes, Gabriel García Márquez, José Eustasio Rivera, Arnoldo Palacios y un guiño final a Héctor Abad Faciolince cuando concluye que “en nuestras manos está trazar las huellas de la memoria que seremos”. 

La presencia de Irene Vallejo en Colombia fue, otra vez, un triunfo de la poesía. En medio de las disyuntivas políticas y las noticias de la guerra que vienen desde muchas latitudes Irene nos trajo una semana de sosiego. Su encuentro con cada lector fue un acto de generosidad. Más de seiscientas personas estuvieron el jueves para la firma de libros luego de su charla con la directora de la Biblioteca Nacional de Colombia Adriana Martínez Villalba y otras trescientas cincuenta acudieron a la mañana siguiente a la Biblioteca del Gimnasio Moderno para tener la firma y la foto con la autora. Ver a muchos salir con lágrimas de emoción fue la satisfacción más grande para los organizadores de cada evento. 

Irene Vallejo volvió a recordarnos que la poesía es anterior a las preguntas que formulamos como seres humanos, que allí están los ecos de nuestros antepasados y que las palabras que pronunciamos hoy las traemos desde siempre. Sabemos bien que la poesía celebra ese pasado porque seguimos siendo seres de palabras y estamos hechos de palabras que son protagonistas de nuestros actos de creación y reflexión sobre nuestro verdadero papel sobre la tierra y nos permiten el descubrimiento de significados que permiten dar sentido a nuestras vidas y nuestro mundo. Por eso la poesía y los grandes mitos no solo preservan la historia sino el conjunto de todas nuestras emociones: el amor, la muerte, el miedo entre otros asuntos nos han acompañado siempre y aquellos misterios intangibles solo tienen posibles respuestas en esas palabras que combinadas de una manera exacta nos definen y nos dan una identidad que nos invite a una mejor comprensión del mundo y de nosotros mismos. A través de la poesía y de los mitos, exploramos los límites de lo conocido y nos aventuramos en los dominios de lo desconocido. De ahí que los mitos llenos de narrativas pobladas de símbolos y claves contribuyan a dar un sentido a ese mundo y a nuestro papel en él. Por eso hay que volver a ellos a esos relatos que han sido contados por generaciones a lo largo de los siglos y cuyas emociones llegan intactas a este tiempo. Ya nos había recordado Irene Vallejo en El infinito en un junco que “Somos los únicos animales que fabulan, que ahuyentan la oscuridad con cuentos, que gracias a los relatos aprenden a convivir con el caos, que avivan los rescoldos de las hogueras con el aire de sus palabras, que recorren largas distancias para llevar sus historias a los extraños. Y cuando compartimos los mismos relatos, dejamos de ser extraños”. Por eso ella nos deja su profunda convicción en el poder de los relatos como herramienta para la supervivencia humana, destacando que somos la única especie que explora el mundo a través de historias. Esa es su lealtad. Sabe que las palabras tienen un poder transformador y jamás podrán ser neutras o ambiguas. Precisamente en sus matices están sus equidades. Si el lenguaje es nuestro código que nos define como especie es en los clásicos donde reside su asombro y fortaleza y por eso aquellos relatos llegan a este tiempo invictos a recordarnos lo que somos en una era dominada por la tecnología y el vértigo capitalista. 

Qué privilegio haber tenido una semana con Irene Vallejo en Colombia, escucharla y releerla. Nos deja muchas lecciones de bondad y de belleza en tiempos en que el asombro y la posibilidad de maravillarnos está pasado de moda. Queda la voz de Irene entre nosotros, su festejo, su defensa de los libros y de los clásicos. Solo con poesía y el poder del lenguaje podremos llenar de prestigio y de dignidad un mundo que derrumba y que deberá volver a sus relatos, a sus primeros mitos para prevalecer y sobrevivir. 

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