La prueba de que la COP16 ha sido un inocultable éxito fueron las declaraciones del alcalde Eder a la W Radio según las cuales, ante la saturada demanda hotelera, fue necesario adecuar algunos moteles de la ciudad para que las delegaciones internacionales tuvieran dónde hospedarse. Funcionarios de Suecia, de Dinamarca, de Francia no tuvieron otro remedio que el de acomodarse en esos extraños lugares que los organizadores les debieron presentar como “hoteles boutique”, en cuyos lobbies hacían comentarios en voz baja:
—Me asignaron una suite temática del Polo Norte. Mi cama queda dentro de un iglú y en la pared de enfrente hay dos osos polares, típicos Ursus Marítimus en pose de actividad sexual: me dicen los organizadores que es para tomar conciencia de que son animales en vía de extinción —decía un biólogo sueco.
—Yo vengo de Viena y jamás había visto tal barroquismo: en el techo de mi cama, que dicho sea de paso es roja y tiene forma de labios, hay un espejo ovalado al que luces de neón de diversos colores iluminan por debajo —comentaba, impresionado, un colega suyo austriaco.
—Seguramente en la ciudad no hay un Marriot, un Holiday Inn y otras cadenas que sí se ven en Europa —decía, condescendiente, un funcionario alemán.
—Bueno: en mi habitación sí había cadenas, precisamente. Salían de la cabecera de la cama —anotaba una diplomática suiza.
—Mi cuarto es de planetas y tuve que tapar las luces violetas con la cobija. La cobija era de tigre, la Panthera Tigris: debe ser porque acá todo tiene que ver con medio ambiente —decía un expositor italiano.
—Yo tuve que bajar a la media noche a pedir que arreglaran la cama, que comenzó a vibrar —comentaba un alemán—. Temblaba más que una cascabel, la Crotalos Tiseriatus.
Delegaciones en moteles. Un recurso que solo podía ser propio de Circombia.
—¿Tú en cuál hotel te estás quedando? —preguntaba un embajador a un periodista.
—En el Hilton. ¿Usted, embajador?
—En uno que se llama Condoricosas: parece que lo bautizaron de esa forma como homenaje a su ave insignia, que es el cóndor.
—Pídase el arroz con pollo de allá que es famoso.
Reconozco que, antes de aquel episodio, no albergaba mayores esperanzas sobre la COP16. Quiero decir: nuestra única experta en ambiente es doña Verónica, famosa por mover los hombros al compás de un bullerengue. Y en asuntos de supervivencia de especies podemos mostrar casos como el de Roe Barreraris, capaz de adaptarse a cualquier clima, en especial al político, para trepar entre las ramas, en especial del poder; o el del cejijunto Fajus Petrus Nicolae: aquel delfín caribeño que se alimenta de montañas de efectivo.
No tenemos nada más. Invertimos todos nuestros esfuerzos de conservación en Álvaro Leyva.
Y, sin embargo, el evento ha resultado un éxito. La ministra Muhamad esta vez pudo contener el llanto durante el discurso del presidente y después tomó la palabra para reafirmar su compromiso con nuestro verdadero patrimonio, que es la biodiversidad: por elegancia, omitió tocar el tema de la base militar que el Gobierno construye en la isla de Gorgona. El presidente de la Cámara reconoció involuntariamente que viajó a la Sultana del Valle para descansar, pero no se lo han permitido: aprovecharon su presencia para pedirle que exponga lo que sabe sobre los micos que habitan en las leyes, acaso los únicos primates libres de peligro. Y la sultana del valle, precisamente, doña Dilian Francisca Toro, resistió una embestida de chiflidos con entereza porque es mujer de una gran templanza. En unas partes más que en otras.
Pero quien se llevó las palmas fue el presidente Berto: por un lado, tomó distancia frente a la Inteligencia Artificial, para desconcierto del presidente Ecopetrol que ya ejecutaba la directriz anterior de quitarse el petróleo de la cabeza y llenársela de Inteligencia Artificial. Había comprado champú Salomé para tal fin.
Pero en el discurso presidencial fue más allá: como una deferencia con la familia del alcalde, criticó a los empresarios de la caña (que ahora contemplan pasarse al cultivo de la coca para vender las cosechas al Gobierno), y luego denunció con valentía las verdaderas intenciones de los dueños del gran capital: “los ricos del mundo sueñan con escaparse a Marte en sus naves de ensueño mientras dejan sus culpas en la Tierra destruida”, alertó.
Puede ver uno a Luis Carlos Sarmiento en el planeta rojo a bordo de un carrito de golf, mientras levanta polvaredas al lado de otros miembros del club selecto de millonarios que lograron mudarse antes de la extinción: los Ardila, los Gilinski. Elon Musk. El propio Nicolás Petro, en cuya mesita de noche guardaba fajos de dinero suficientes como para comprar él mismo el software Pegasus. Cada uno en su carrito mientras buscan sus respectivos lotes para construir un condominio marciano semejante al de Santa Ana de Chía. Pero más rocoso.
En aquel discurso el presidente no dio fechas concretas del apocalipsis: fue un dato que se reservó para soltarlo unos días más adelante, frente a un pelotón de militares a los que pidió prepararse para evacuar a los once millones de bogotanos en el mes marzo, cuando el nivel de los embalses sea el mismo que el de ejecución de Francia Márquez: cero.
Imagino las escenas. Los niños de los mil jardines infantiles que Berto dejó cuando fue alcalde huyen en éxodo hacia la laguna de Tota. Millones de ciudadanos atraviesan a pie el túnel de Soacha (que también dejó su alcaldía) para saciar su sed, si no en la reserva de Juan Amarillo, al menos en alguna cantina del barrio Prado Veraniego. Bogotanos sin baño, barbados y piojosos, que lo mismo podrían ser habitantes hipster de Quinta Camacho que víctimas de la sequía, marchan a pie hacia el occidente.
Si llegan a Cali podrán buscar hospedaje en los moteles: ojalá en Condoricosas, en la suite polar: en ese caso podrían bañarse con el champú Salomé que dejó el presidente de Ecopetrol, poco antes de volarse él también al condominio de Marte.
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