El audio es conmovedor, lo publicó W Radio y la fuente está verificada: el hermano del presidente, Juan Fernando Petro, puso una queja de su propia voz en el salón de belleza Inlash, Cejas y Pestañas de Centro Chía, en los siguientes términos:
“Una cliente que se llama Beth Levy Bethel quería hacerse allá un tipo de cejas… pero ustedes hicieron un mal trabajo… Soy Juan Fernando Petro el esposo de Beth Levy y el hermano del presidente de la República… esto sonará muy pretencioso, pero no es posible que ustedes hagan un trabajo tan mal hecho… desde un comienzo advertidos que por ahí no era…” (sic. y lit.).
Quienes se oponen al Gobierno del Cambio dirán que estamos ante un capítulo inédito de “Usted no sabe quién soy yo”. Sin embargo, permítanme reivindicar el gesto de amor inédito del hombre que ama tanto a su mujer que la hace respetar ante su propia peluquería, en un ejercicio que exige el reconocimiento sincero y doloroso de que quedó mal.
Imaginemos la escena. Beth Levy regresa del centro comercial.
—Mi amor, ¿te gusta como me dejaron las cejas? —pregunta a su marido.
—No, Beth Levy, inmundas —reacciona él, con franqueza temeraria—: ¡mírame ese grosor! ¿Quién eres, acaso? ¿Chabelo? ¡Voy a llamar ya mismo para que nos devuelvan el dinero!
Esto, pues, en caso de que, a diferencia de su hermano, Juan Fernando sea incapaz de mentir. Porque, de lo contrario, la escena sería como esta:
Beth Levy llega a la casa y pregunta a su marido si le gusta cómo se ve.
—¡Quedaste divina! —miente él.
Pero ella se observa en el espejo y rompe en llanto:
—¡Sé sincero! —solloza—. ¡Mírame estas cejas! ¡Me parezco a Olmedo López! ¡Yo les advertí que por ahí no era!
Enamorado, como está, su esposo la consuela:
—Tranquila, mi amor: ellos no saben quién soy yo: les voy a mandar a la SIC, a la UIAF, a la DIAN, a la Fuerza Aeroespacial, ¡a los tanques de la UNGRD! ¡Llamaré al séquito de Verónica para que intervenga! ¡Llamaré a Laura! ¡No esperamos doscientos años para que te hicieran mal las cejas! ¡Las cejas se respetan, carajo! ¡Las cejas son imparables! ¡A la cuñada de Duque en cambio le dejaban bien las cejas! —vocifera, exaltado.
Marca, entonces, al teléfono Falcón y ordena, enérgico:
—Soy Juan Fernando Petro, defensor de la paz y hermano del presidente, por pretencioso que suene. Pásenme a doña Laura.
—Ella salió, doctor.
—Entonces a su segundo, a mi hermano.
—Él no se ha levantado.
—¡Qué diferencia con Miguel Turbay que se está preparando todas las madrugadas para una maratón! ¡Comuníqueme entonces con Casa Militar: ordenaré un seguimiento!
Pide que, efectivamente, tomen a la estilista entre ceja y ceja, si se puede decir así, y la detengan, para que aprenda a respetar la figura (y los pelitos) de la primera cuñada de la nación: ¡si pudo conseguir un millón de votos en las cárceles para su hermano, conseguirá castigar de modo ejemplar a aquella verduga de la depilación!
Los organismos del Estado recluyen a la estilista en una celda de la Picota desde cuyos barrotes se lamenta en vano:
—Si tan solo pudiera regresar el tiempo para depilarle mejor las cejas a doña Betíver… Si tan solo le hubiera repasado bien el lápiz… ¡Si al menos la hubiera llamado por su nombre y no Betíver! —se queja de su infausto destino, mientras se consuela con que la insatisfecha Beth Levy no haya pedido hacerse el bikini: en ese caso, la estarían sometiendo a un polígrafo en un sótano de Palacio.
Depilar cejas tiene sus detalles, nadie lo niega. Pero no nos digamos mentiras: no se trataba de arreglar las de Fidel Cano. Beth Levy tiene unas vellosidades preciosas a las que bastaba retocar aquí y allá con la misma delicadeza con que el ministro Bonillita diseña un recorte presupuestal.
Lo triste del asunto es que la misma Beth Levy ya había ocupado los titulares de los medios cuando la prensa informó que tanto a ella como a su marido les retiraron el pasaporte diplomático. Lo cual significa que la pareja tenía pasaporte diplomático, acaso para que le hicieran las cejas en el exterior. Gracias a esa noticia supimos, además, que su verdadero nombre es Leydi Yider Laverde. Pero ella se lo cambió por otro igualmente sencillo.
No es corriente encontrar gestos de amor como los de Juan Fernando Petro, el hombre al que el país conoció cuando visitaba cárceles en la campaña para pactar apoyos a su hermano. Gracias a ese episodio, supimos quién era él. Un hombre obsesivo con la belleza, un esteta que enfrentó aquel escándalo ofreciendo entrevistas desde la cama de hospital: postrado en ella, y con media tetilla asomada en su bata de paciente, informaba que lo había picado un alacrán. Esta vez lo picó el bicho de la pasión: ¡cuánto no desearían las esposas del mundo entero que el señor de la casa llame a la peluquería a reclamar por unas iluminaciones mal logradas, por ejemplo!
—¿Aló? ¿Con Pelos y Estilos? Habla con Daniel Samper; llamo porque mi esposa había elegido una henna color caoba, pero le pusieron una más rojiza, pese a que ella dijo que por ahí no era.
(En mi caso, omitiría el detalle de ser el sobrino de mi tío Ernesto para no terminar hablando con la peluquera sobre Diosdado Cabello y otros milagros capilares que le ponen a uno los pelos de punta).
Visitaré a la estilista que hizo las cejas de doña Beth Levy, o doña Leidy Yider, para averiguar exactamente qué sucedió: ¿quedaron las cejas tan mal delineadas como las políticas energéticas del Gobierno? ¿Con qué aspecto dejaron a la pobre mujer? ¿Quedó parecida a su esposo? ¿Conservan los pelitos de las cejas? ¿Podríamos enviarlos a Marte como tejido colombiano humano? ¿El hermano de Petro es mamón?
Por lo pronto, pido a ella y a Juan Fernando que no vayan a cejar, si se puede decir así, en su esfuerzo para lograr las cejas que la señora se merece. Que luchen por sus sueños. Y que el primer hermano presidencial la siga haciendo respetar con todo el peso de su parentela, así algunas personas digan que ahí está pintado. Como las cejas de doña Beth Yider. ¿O era doña Leidy Levy?
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