El presidente Berto invitó esta semana a salir a las calles a defender su gobierno porque a estas alturas del partido es a lo único que invita: para todo lo demás hay que pagar.
Y, sin embargo, tan pronto como lo escuché, quise sumarme.
Sí: yo sé que por esta época hay un exceso de planes: firmar un acuerdo nacional, mirar partidos de la selección, conseguir boletas de Shakira. Pero así suelen ser las cosas por estas épocas de fin de año en que todo se acumula, y llegan los días de receso escolar, y luego el Halloween, y después la Navidad: todo al mismo tiempo.
La semana había comenzado con el noble propósito del ministro Cristo de organizar un acuerdo nacional a través del cual Berto se comprometía a irse del poder en el 2026 (es decir, a cumplir la ley) y todos a desescalar el lenguaje (y el propio ministro a pronunciar la letra erre sin arrastrarla): un acuerdo necesario para que las muñecas de la mafia de la prensa Mossad fueran sutiles con las palabras, como lo es el propio Berto: un artesano del lenguaje que en lugar de decir “Amanecí con señito”, dice, de forma elegante, que tiene “agenda privada.”
Pero el acuerdo duró lo que doña Verónica en Bogotá. El Consejo Nacional Electoral consideró que la campaña de Berto puede merecer una multa por violar los topes, y el presidente interpretó aquel fallo como un golpe de Estado, y llamó a sus valientes a lo que parecería una guerra civil:
—Si van a tumbarnos del Gobierno, ¡vamos por el poder! —imprecó en un video.
No niego que, cuando lo escuché, quise tomar el palo de escoba con el que defendí a mi familia aquella noche en que se metieron al conjunto de al lado, y salir a la calle a dar la vida por Nerú, por Kiko Lizcano: ¡por las cejas de Beth Levy, por el hermano de Laurita! ¡Nos vamos a la guerra civil, si ese es el precio para que la campaña de Berto no pague multa alguna!
Siempre del lado de quien ostente el poder, me integraré rápidamente al contingente “Héroes del Ferragamo” para dejar a los enemigos del cambio como un zapato. Acamparé noches seguidas en el punto de encuentro que el gobierno señale (la plazoleta de la Nacho, los prados del conjunto Santa Ana de Chía), ojalá en la misma carpa con David Racero para comer frutas y verduras, y nos declararemos en asamblea permanente. Jugaremos naipes. Cantaremos canciones de Silvio. Y cuando Berto dicte la orden, iniciaremos el estallido social.
Imagino las escenas bélicas. Wilson Arias sostendrá un combate de lucha de sumo con Mauricio Cárdenas; Isabel Zuleta se revolcará en el barro con Paloma Valencia; el hermano de Petro se agarrará a palos con el hermano de Duque, que es mamón. A palos o a pelos, en caso de que se meta el propio Berto para defender sus implantes capilares en la segunda batalla del Peloponeso.
Julián Román se trenzará a muerte con Jorge Cárdenas; el ministro de Educación pechará a doña Gloria mientras se insultan cara a cara; Tomás y Jerónimo terminarán en cruenta muñequera con Nicolás y el otro Nicolás.
Lucas Arnau tratará de colgarse de la pañoleta del doctor Krápula. Estudiantes de las facultades de Derecho de todo el país se enfrentarán con sus homólogos de la facultad de Economía del Externado. Hollman Morris maltratará a Hassan Nassar, como si fuera su empleado. Hassan lo llamará tipejo peludo. Marelbys se rebelará contra Laurita y la amarrará a un polígrafo. Pelearán a mano limpio Guanumen contra el hacker Sepúlveda; Francia contra Martuchis; Benedetti contra su esposa; Roy Barreras contra Roy Barreras. Y la inteligencia artificial contra el petróleo.
Comandos bertistas rodearán centros estratégicos como Unilago para impedir que sus enemigos clonen el software Pegasus. Otros se organizarán por nodos y regarán piquetes de partisanos a lo largo de los pilotes ya construidos del tren elevado, por todo el litoral Pacífico, para protegerlos de la oligarquía que quiere impedir esa obra. El comandante Berto se calará entonces el sombrero vueltiao que heredó de Mancuso, y desde Panamá, a donde se dirigirá por asuntos de seguridad, lanzará instrucciones a sus “cascos blancos” mientras en el campo de batalla de Circombia se escuchan los alaridos de la guerra:
—¡A vencer o morir! —gritará Iván Cepeda.
—¡Hasta la victoria siempre! —gritará María José Pizarro.
—¡Guecuegden el acueggdo! —gritará Cristo.
—¡Primera línea, aiudaaaa! —gritará Inti Asprilla.
—¡Granadilla, lleve la granadilla! —gritará David Racero.
Entre tanto, y a la voz de “!Ajúa Cunad!”, la legión de “Rebeldes de DJ Duke”, dirigidos por su comandante Molano, marchará en bloque al protestódromo, donde lanzarán naranjas y jugarán 21 con la pelota, mientras los jóvenes Cabal, aliados con la escuadrón ecuestre de Jorgito, el mayoral de Uribe, tratarán de conquistar la ciudad en que nació Berto, para darle un golpe anímico. Pero unos sitiarán Ciénaga de Oro y otros Zipaquirá, y por culpa de esa división serán vencidos.
Es posible que, a partir de esta semana, al presidente Berto no le quede tiempo para gobernar, por más de que trabaje de forma incansable cuatro días a la semana, las cinco horas del día. Pero la agitación social copará toda su agenda, aun la privada, del mismo modo que la vida social agitará toda su copa. Así lo prive.
No importa. Quedaremos a su lado quienes estamos dispuestos a defender las obras concretas que dejó su cuatrienio: los hospitales; el tren elevado; los juegos panamericanos; el megatubo de agua potable de La Guajira; el túnel subterráneo de Soacha; ¡la red eléctrica de Canadá a la Patagonia! Construcciones monumentales por las que daremos la vida misma, en la guerra a la que nos convoquen, siempre y cuando, naturalmente, nos dé el tiempo. Porque a la vez son las eliminatorias del Mundial. Y el concierto de Shakira. Y ya casi es Navidad: demasiados eventos para atenderlos en las cinco horas del día de los cuatro días de la semana de estos meses de fin de año en que uno a veces “amanece con señito”.
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