
Circombia es en sí misma un acto de conmoción interior y podríamos comprobarlo con los sucesos de esta semana: reapareció un guerrillero que se hace llamar Primo Gay; robaron las letras de la tumba de Rodolfo Hernández; a juzgar por su equipo económico, Vicky Dávila pretende ser la copia femenina de Milei, ser Milady; la senadora Norma Hurtado lidera la reforma laboral, lo cual significa, sí, que hay una senadora que se llama Norma Hurtado. Armandito Benedetti será ministro de las TIC, aspiración que compartía con Berto, entre otras aspiraciones. Y Jaime Raúl Salamanca, el presidente de la Cámara, confesó en sus historias de Instagram que no es un hombre dotado: a la pregunta “¿cuánto le mide?”, que le formuló un seguidor, respondió: “Poquito pero ahí me bandeo”. Preside la Cámara Baja, en todos los sentidos. No responde por las medidas del órgano legislativo, sino de su propio órgano.
Por si no fuera suficiente, el presidente Berto decretó la conmoción interior, luego la conmoción exterior, y acto seguido viajó a Haití. La interior, porque, a dos años largos de su posesión, acaba de enterarse de que el Catatumbo, la zona en la que prometió construir una universidad y que juró convertir en “la capital de la paz”, no está en las manos del Estado, sino en las del ELN: la guerrilla que el mismo presidente dijo en campaña que terminaría en tres meses.
Y conmoción exterior porque, de forma simultánea, nombró como canciller a Laurita Sarabia en el que acaso sea el mayor logro de su gobierno. Porque Laurita será la primera canciller de la historia de tan corta edad; la primera canciller de la historia que ha ordenado someter a un polígrafo a una niñera, en un sótano, con agentes del Estado, porque se le refundió una maleta llena de plata: maleta que va a necesitar en su nuevo cargo.
Ella misma dictaba el cuestionario a los agentes.
—¿Usted cogió la maleta de la doctora Laura? —mandaba preguntar.
—No —insistía Marelbys.
—¿Y usted le daba Coca Cola de noche al hijo de la doctora Laura?
Y, sin embargo, la noticia de la semana no fue esa: fue el decreto de la conmoción interior con el que el Gobierno pretende afrontar la situación del Catatumbo. El presidente anunció la medida desde su cuenta de X en la que evocó, idealista, al ELN como una guerrilla romántica. En un extenso trino confesó, además, que guarda la sotana de Camilo Torres: “El ELN se apartó de la teoría del ‘amor eficaz’ de su fundador, el sacerdote Camilo Torres Restrepo, del que aún guardo su sotana”, dijo. No aclaró si la tiene guardada en el armario, en medio de pepas de naftalina o si, a veces, en la soledad de una tarde de domingo, se la pone encima, mientras toma también el sombrero de Pizarro y la espada de Bolívar, y posa con melancolía frente a un espejo.
¿Duerme con la sotana? No. Él duerme desnudo, según confesó de forma asombrosa en una entrevista. Pero acaso la llevaba puesta cuando se animó a decretar la conmoción interior en unos hechos que sucedieron así:
El presidente convoca a su equipo jurídico de confianza que, curiosamente, carece de abogados, y llega a la cita tarde y vestido con la sotana de Camilo Torres.
—¡Necesitamos declarar el estado de conmoción interior! —clama sin rodeos.
—¡Pero en el gobierno de Duque dijimos que los que la declaraban eran dictadores! —lo contradice Nerú, uno de los asesores, mientras detalla su disfraz.
Laurita Sarabia toma la palabra.
—Podemos intentar simplemente que usted le ordene al ejército que actúe —sugiere.
—Imposible: tendría que transmitir la orden al ministro de Defensa y no sabemos dónde está ni quién es: el que está a cargo en la frontera es Diosdado Cabello —responde Berto.
—¿Y si llamamos a los cascos azules? —sugiere Gustavo Bolívar.
—¿O de otro color? —aporta Mafe Carrascal.
La propuesta cae en el silencio.
—¿Y si decimos que nos están dando un golpe blando? —propone entonces Hollman—. Lo tendría que informar el ministro Cristo, pero no me pasa al teléfono.
—¿Y si pides a Olmedo López que nos guíe? ¡Él atendió muy bien el fenómeno de la niña en La Guajira! —sugiere un asesor catalán.
El ambiente se torna lúgubre. Nadie musita palabra. Una súbita voz femenina, entonces, vislumbra una salida:
—Según el artículo 213 de la Constitución y la ley 137 del 94, en su artículo 34, para estabilizar el país el presidente puede pedir facultades especiales —anuncia con seguridad.
—¿Y tú eres…? —indaga el presidente.
—La señora de los tintos, presidente: Mary.
—¿Facultades especiales, dices?
—Eso dice el 213, presidente —asiente Mary.
—¡Pero cuáles facultades, si nunca hicimos la universidad!
Los asesores debaten: ¿puede el presidente manejar una crisis advertida hace meses con facultades especiales? ¿O debe solucionarla con facultades ordinarias? Si son ordinarias, ¿significa eso que las ordena el ministro de Educación?
El presidente se escurre en la silla, mordisquea el lápiz Berol 2 y dicta con su mejor voz de dictador:
—Escriban entonces: “Haciendo uso de sus facultades especiales, obtenidas en la ley que señaló doña Mary, y para pacificar el Catatumbo, el presidente de la República queda facultado para:
Artículo 1: perderse los fines de semana en modo agenda privada.
Artículo 2: viajar a Panamá sin pedir permiso al Congreso.
Artículo 3: resucitar la ley de financiamiento.
Artículo 4: estatizar los sistemas de salud, de educación, de energía y las pensiones.
Artículo 5: desplazarse a Haití en plena conmoción interior para que Laurita coja cancha como canciller y el gabinete —incluyendo el ministro de Defensa— se conmueva con una crisis humanitaria, dado que en Colombia todo marcha bien y somos potencia mundial de la vida.
Ordénese y cúmplase”.
Antes de levantar la sesión, se quita la sotana, porque el calor de Haití merece guayabera. Y viaja confiado en que el Congreso apruebe la medida.
Pero la única medida de la que se habla en el órgano legislativo es la del ídem del presidente de la Cámara.

