Ana Bejarano Ricaurte
6 Octubre 2024 03:10 am

Ana Bejarano Ricaurte

NUESTRO ACUERDO NACIONAL

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Desde el inicio del mandato del presidente Gustavo Petro se han elevado cantos que piden un acuerdo nacional. Y resultan especialmente útiles en los momentos de crisis.  

En los últimos días, el ministro Juan Fernando Cristo propuso una hoja de ruta para navegar hacia tal consenso. Es la tarea que le asignó el presidente a su ministro de la política al nombrarlo y es también la primera manifestación escrita del mismo. Los cinco ejes que propone son: seguridad y erradicación de la violencia del ejercicio de la política; respeto a las reglas electorales y al calendario electoral; transformación territorial de los municipios más afectados por el conflicto; crecimiento económico con equidad y un compromiso con la deliberación argumentada y el trámite en el Congreso de las reformas sociales.  

Lo primero sería preguntarse: ¿qué quiere decir que el gobierno emplee como arma de trueque que respetará la Constitución y los tiempos electorales que ella contempla para el periodo de Petro? Sobre la deliberación argumentada de las reformas del Gobierno sí sería un logro que todos los actores políticos se comprometieran con su discusión razonada, bien sea para hundirlas o convertirlas en leyes. La transformación territorial y el crecimiento con equidad son dos sueños lejanos que requieren especialmente de la operación eficaz y pulcra del Estado a largo plazo y de manera consistente. 

Pero la más indescifrable es la de la erradicación de la violencia política, según la cual es necesario “desescalar el lenguaje en el debate y la deliberación política, erradicar la estigmatización y respetar la diferencia y el disenso en todos los escenarios”. Porque si algo ha arreciado el presidente desde la mitad de su mandato es la retórica agresiva y encaminada a avivar odios. Petro se justifica en un hecho innegable y es que eso mismo ha hecho con él la derecha, incluso antes de que fuera presidente, al detestarlo ciegamente, repudiar cualquier cosa que diga o haga y hasta acosar a su hija menor de edad. 

Lo cierto es que la agresión como arma política, tan empleada por otras fuerzas como el uribismo, ya es parte esencial de la estrategia del sector radical del petrismo. Por eso convirtieron el noticiero de RTVC en un magazín panfletario en el que su director se autoentrevista con jocosa regularidad. Y cualquiera que lo critique a él y a otros ungidos de Palacio recibe el latigazo implacable de las bodegas o fanáticos en redes sociales, que llegan hasta prometer violaciones o ataques con ácido. 

Cristo tiene razón en la necesidad de desescalar la violencia del debate público, pero ¿quién convence a su jefe?

¡Ja! El eufemismo del acuerdo nacional no es nuevo y ha sido invocado por líderes de todos los colores en muchos momentos de la historia. Es el discurso con el que pretenden destrabar situaciones, someter a los adversarios, cumplir promesas que parecen imposibles. Lo invocó Uribe cuando ganó el No en el plebiscito por la paz, lo propuso Duque recién elegido y cada presidente ha tenido su propia versión.

Además, los loables esfuerzos de Cristo ignoran el acuerdo nacional que ya está en práctica y el miércoles pasado rindió sus frutos. Porque en un hecho sin precedentes el poderoso exsecretario del Congreso, Gregorio Eljach, fue elegido procurador nacional con 95 votos de todas las bancadas. El candidato que obtuvo el favor de los partidos tradicionales, del gobierno, de los caciques y del resto de interesados en el botín burocrático y disciplinario de esa redundante entidad.    

Tal vez ese es el verdadero acuerdo nacional. La garantía de que nuestros políticos hacen las cosas de la misma forma siempre. Al llegar al poder con campañas cuestionadas, gobernar con los gamonales, ajustar licitaciones y contratos, nombrar acosadores y personas cuestionadas por todo tipo de delitos, desproteger o menoscabar el erario, pasar leyes a punta de tráfico de influencias. Es el know how de nuestra política y del Estado, no importa quien lo dirija.

No, el verdadero acuerdo no es que así se haga la política en Colombia, sino que así la aceptemos. Que deambulemos mareados por este parapeto de democracia entre llamados vacíos de cambio y renovación, que garantizan que todo siga igual. El acuerdo no es entre ellos, es con nosotros, que lo aplaudimos y permitimos según convenga. 

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