
Tal vez no habíamos presenciado un episodio que pusiera en primera plana con tanta nitidez la prisión discursiva que paga el gobierno del presidente Gustavo Petro como su viaje a Haití en plena crisis humanitaria y de orden público en el Catatumbo.
Tras las críticas, el presidente salió muy pronto a desplegar otra de sus disertaciones con las que cree que puede defender cualquier cosa. Puso de presente que el país caribeño fue fundamental en la gesta por la independencia de Simón Bolívar y que solo fue a lograr la bobadita de “construir humanidad”. Se jactó de que no viajó a Davos, pero sí a Haití porque está con los pobres del mundo y creyó que convencía a incautos al argumentar que ese país es importante porque el narcotráfico que nos tiene sumidos en violencia también pasa por allá.
Lo cierto es que los aportes de Haití sí fueron importantes para la campaña libertadora: en un momento decisivo Bolívar recibió del presidente Petión armamento, tropas y un refugio seguro mientras planeaba una nueva arremetida libertadora. También lo es que el 17 de febrero de 1978 los Estados colombiano y haitiano suscribieron el tratado Liévano-Brutus, mediante el cual se trazó la frontera marítima entre ambos países. Sin embargo, ninguno de esos antecedentes justifica un viaje populista y costoso.
Claro que uno de los países más desiguales del mundo, como lo es Colombia, podría compartir experiencias valiosas con otro en la misma categoría, como Haití. Los gestos de solidaridad con ese país adolorido incluso pueden revestir importancia estratégica, pero no en la mitad de la catástrofe humanitaria más grave que se ha visto durante la presidencia de Petro. Ya son miles de personas, incluyendo niños y mujeres embarazadas, hacinadas en un estadio; un suceso que empuja el desplazamiento forzado de más de 30.000 seres humanos, como lo certificó la Defensoría del Pueblo.
El ELN avanza en su genocidio de los firmantes de la paz con las FARC; los clanes y carteles enfrentados en una rapiña para repartirse el territorio; el gabinete tiembla en medio de un remezón que no termina; las reformas emproblemadas; el erario y la economía que prometen tiempos de vacas raquíticas, y el presidente de viaje para dar discursos erráticos y grandilocuentes que ya no significan nada.
No, señor presidente, nadie le cree sus excusas, ni usted fue a adelantar nada sustancial ni era el momento. Tampoco fue a ayudar o llevar soluciones de política pública sino a ser aplaudido; a descubrir estatuas. Tan insulsa resultó la visita que en Haití también se quejaron. El Diario Libre recogió la molestia de un ciudadano: “No pueden pagar a los maestros. Los hospitales están cerrados. ¿Era necesario gastar todo ese dinero por un presidente que estaba de visita?”. Se refiere a los supuestos 3,8 millones de dólares invertidos para ampliar la pista en la que aterrizó Petro y a otros gastos cosméticos.
No hubo poder humano que convenciera al presidente de aplazar su periplo mesiánico, si es que alguien lo intentó. Y cada vez se hace más evidente su obstinación con los símbolos, los discursos y su arremetida verbal contra todas las cosas, en especial contra la razón y la lógica en muchas ocasiones.
¿En dónde quedó ese parlamentario brillante, el orador contundente e inspirador? Se lo tragaron las palabras que acompañan su delirio y su incapacidad de reconocer las faltas de su gobierno. Por eso viaja a Haití en medio del desastre que se desenvuelve en Colombia; porque a veces pareciera que se quedó atrapado en el mundo de las ideas en donde sí puede controlar lo que pasa, donde le basta con citar a un cineasta italiano, un filósofo rebuscado y algún héroe de la independencia de cualquier lugar del mundo.
Tan consumido está el presidente por los alegatos interminables que su uso de Twitter es cada vez más alarmante. Como si en el imperio de arriba no gobernara otro señor impulsivo, este sí dueño del mundo, que con un solo trino podría poner este país patas arriba. Más allá de las estigmatizaciones, desinformaciones y peleas innecesarias, ¿cuánto tiempo gasta el presidente saciándose de dopamina al frente de la pantalla de su celular todos los días?
Y esa cárcel discursiva es cómoda porque está amoblada por los micrófonos y cuentas pagadas, por los seguidores fieles que atribuyen todo lo malo al establecimiento, por el canal público que convirtió en radio bemba de sus discursos. Por lo menos ahí adentro todo tiene sentido: incluso viajar a recibir medallas en Haití mientras el Catatumbo se deshace a pedazos.

