Este 7 de agosto pasará a la historia. No se trata de un gobierno más sino de uno que tiene dividido al país por mitades casi iguales. Por un lado están quienes apoyaron la candidatura de Gustavo Petro con la esperanza de lograr un cambio definitivo que se traduzca en paz, oportunidades, justicia y unidad. Por otro lado, hay millones que estuvieron dispuestos a elegir a cualquiera con tal de cerrarle el paso al hombre que los llena de temor e incertidumbre y cuya administración imaginan autoritaria, ineficiente y enemiga del emprendimiento.
La difícil tarea del nuevo presidente consiste en merecer la confianza de quienes lo apoyaron y persuadir o al menos ganarse el beneficio de la duda de quienes están en su contra. Petro debe moderar las expectativas de los que esperan que todo cambie rápidamente. Al mismo tiempo tiene que procurar aliviar los temores de los que se imaginan que por su elección, Colombia se sumirá en el caos. No es solamente el presidente de quienes lo eligieron sino de todos los colombianos y para todos tendrá que trabajar.
Visión, disciplina, magnanimidad, coherencia, paciencia, firmeza, austeridad y tolerancia; son algunas de las virtudes de los jefes de Estado que han logrado guiar a sus pueblos hacia el progreso.
Independientemente de las antipatías que despierta en unos sectores, no tengo dudas de que Gustavo Petro tiene una visión clara del futuro del país. En cambio pienso, con sinceridad, que debe cultivar las otras virtudes para realizar su visión.
La disciplina es el fundamento de la ética del trabajo. Levantarse cada día a hacer la tarea. No descansar hasta sacar las cosas adelante. No aplazar deberes. Ser puntual, riguroso en la ejecución y enseñar con el ejemplo. Esta semana el aún presidente electo dejó esperando a más de 300 alcaldes que vinieron desde sus municipios a verlo y a oír sus planteamientos. Ese es un acto de descortesía pero sobre todo de indisciplina que no se debe repetir. El presidente tiene que exigirse a sí mismo, cumplir horarios y llegar a donde lo esperan.
La magnanimidad es la generosidad con el vencido. Es entender que los contradictores tienen algo o mucho de razón. Es ser capaz de buscar virtudes en quienes piensan diferente. En ese sentido creo que la reunión con el expresidente Álvaro Uribe es una buena señal. Sentarse a hablar con el contradictor, reconocer las diferencias y tratar de identificar propósitos comunes es algo que le hace falta a la política colombiana y que quizás el nuevo gobierno pueda convertir en costumbre.
La coherencia consiste en que las palabras estén acompañadas por los hechos. La credibilidad se acaba cuando se dicen unas cosas y se hacen otras. La elección del contralor general, por ejemplo, ha resultado un desafío temprano para este valor. El presidente Petro, como candidato, criticó la injerencia del gobierno Duque en la elección de contralor, procurador y defensor del pueblo. Sin embargo, ahora él está metiendo la mano en un proceso que debía desarrollarse con independencia. A nombre de la defensa “del mérito” el gobierno entrante busca cooptar al nuevo contralor y eso no es lo que había prometido. (Ver artículo completo aquí)
La paciencia es la capacidad de esperar. Seguir los caminos de la institucionalidad sin caer en la tentación de los atajos. El presidente Petro debe realizar su programa sin alterar los marcos normativos. Por ser él quien es, está obligado, quizás más que sus antecesores, a cumplir los procedimientos al pie de la letra. El más pequeño intento de acortar el camino va a ser interpretado en Colombia —y fuera de Colombia— como un paso al autoritarismo.
La firmeza es la persistencia en los propósitos iniciales. Es saber dónde está la meta y también es mostrársela permanentemente a la gente para que tenga claro cuál es el camino. Es no dejarse vencer por los obstáculos. Es priorizar compromisos para diferenciar lo principal de lo accesorio. Es saber que los símbolos son importantes pero más importantes son los hechos. Petro no puede dejar que el ruido en sus propias filas lo distraiga. Llega a la presidencia para buscar el bienestar de la mayoría de los colombianos y no de sus compañeros de lucha. Sin ser ingrato –o si es necesario, siéndolo—debe conservar su mirada en lo importante.
La austeridad es la fuente de la autoridad moral. Un líder no puede caminar sobre alfombras rojas mientras su pueblo vive en el hambre. El poder está lleno de boato y lujos innecesarios. Si Petro quiere conservar el respeto de la gente debe alejarse de cualquier pompa o comodidad excesiva. La misma norma debe regir para su familia, amigos y allegados. La frugalidad debe ser un mandamiento porque cualquier paso en el sentido contrario será leído como un acto de arrogancia o incluso de corrupción.
La tolerancia es el respeto por las ideas ajenas y la disposición al escrutinio público. Petro y sus allegados deben aprender a soportar la crítica y a respetar a los que discrepan de ellos. Es muy importante no solo que oiga a quienes estén en desacuerdo, sino que estimule esas voces en su entorno. Es usual que los presidentes queden cercados por aduladores y que se acostumbren a hablar solamente con aquellos que les dan la razón. El halago es una mala brújula. Si Petro quiere mantenerse conectado a la realidad debe acostumbrarse a oír a todos y a responder preguntas incómodas.
Un adagio anglosajón señala “la visión sin ejecución es solo alucinación”. Hoy Colombia empieza un viaje de cuatro años que en gran medida dependerá de la conducta del hombre al que la mayoría eligió como presidente.