Enrique Santos Calderón
12 Junio 2022

Enrique Santos Calderón

NO HAY QUE SER PETRISTA...

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La elección presidencial colombiana despierta un creciente interés –casi una curiosidad morbosa— en el exterior. No es difícil entender por qué.

El escenario es original, noticioso y algo insólito: un curtido líder de izquierda con pasado guerrillero que asusta al establecimiento enfrenta a un anciano ingeniero que sacudió al sistema político con su irreverente populismo. Uno es lógico y pétreo; el otro, contradictorio y jovial. Ambos cuestionan al régimen actual.

La prensa extranjera le ha sacado obvio jugo periodístico a semejante situación. Un ejemplo es la forma como The Washington Post, segundo diario estadounidense, arrancó un reciente artículo: “El procaz exalcalde era conocido por insultar a sus empleados, llamarlos gordos, perezosos y estúpidos. Fue suspendido por cachetear a un concejal, está sindicado de otorgar contratos ilegales y fue grabado diciendo que era seguidor del ´gran pensador alemán Adolfo Hitler` (…) Este hombre puede ser el próximo presidente de Colombia”.

El hecho de que cualquiera puede ganar –las encuestas señalan empate técnico— ha acentuado la expectativa y especulaciones internacionales. Mientras la BBC de Londres analiza en detalle la  posibilidad de que Colombia elija por primera vez  en su historia a un presidente de izquierda, The New York Times (que ha destacado a cuatro reporteros para cubrir estos comicios) habla de que el “Trump colombiano” puede ganar las presidenciales con su “verbo incendiario y discurso populista”, y diversos medios europeos tratan de descifrar la tormentosa personalidad del ingeniero que construyó su éxito político a través de redes sociales como TikTok.

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El hecho de hallarnos ante unas elecciones sin precedentes y una disyuntiva que puede ser histórica se ha prestado para que desenfrenados tuiteros de ambos espectros circulen por las redes toda índole de apocalípticas elucubraciones sobre el bando contrario. Desde burdos videos sobre el negro futuro que le espera al país si sube el terrorista Petro hasta extravagantes hipótesis con el peligro autoritario que encarna el fascista Hernández…

Todo vale —chuzadas, filtraciones acomodadas, insultos, falacias— en una envenenada rivalidad propagandística dañina para el país, por sus efectos desestabilizadores y por las heridas que abre y los odios que siembra. Tácticas de “guerra sucia” tan comunes en campañas electorales que —aquí y allá— acuden a cualquier expediente con tal de socavar al contrario. Gajes de la política y la condición humana… 

Prueba máxima del grado de madurez y estabilidad de la democracia colombiana será la forma como el país asuma el resultado del próximo domingo. Lo único seguro es que será muy apretado y la reacción ante este inquietante escenario marcará quiénes somos como ciudadanos y si —gane quien gane—sabremos echar para adelante.

¿O seguiremos atrapados en conflictos del pasado? ¿Condenados a repetir crisis como la del 19 de abril de 1970? Dependerá en primera instancia de la actitud que los contendores asuman ante el desenlace y, por supuesto, de la transparencia misma del proceso electoral. Preocupa en este sentido que aún haya dudas sobre la rectitud de la Registraduría. Que en esta última semana los dos candidatos lograran un acuerdo sobre reglas del juego para la transición sería bienvenida muestra de sensatez.

La escogencia del próximo domingo 19 me resultó complicada. He cavilado todos estos días y defendido el voto en blanco como una opción digna y respetable cuando no convencen las alternativas en juego. Los chantajes moralistas de quienes lo califican como “cobarde” son tan risibles como los embates de las barras bravas petristas que lo equiparan a una “traición al pueblo”. Sigo creyendo que expresa una protesta válida y concreta. Pero decidí que no votaré en blanco en esta crucial elección.

Nunca he sido petrista y no me seducen su programa ni su personalidad. Si fuera por mera simpatía votaría por Rodolfo Hernández, que es un viejo original y frentero. Pero hay que ver a quienes arrastra (¿qué tal la joyita del senador Mario Castaño?)  y la promesa de que recibe apoyos pero no cambia el discurso no ofrece certeza sobre su capacidad para manejar lo que lo rodea: desde uribismo beligerante y liberalismo clientelista, pasando por duquismo resentido y conservatismo puestero, hasta exponentes varios de la ultraderecha militarista.

Por otra parte reúne, como ya se sabe, al empresariado serio y a amplios sectores medios y altos que simplemente votarán contra Petro. Y no creo que le faltarán votos juveniles. Mi hijo menor de 26 años —valga el dato familiar— me anunció que votará por el ingeniero.

Si en el rodolfismo es notoria la presencia de indeseables de la política tradicional, en la campaña del candidato de izquierda no faltan los cuestionables. Basta repasar la lista de sus adherentes en la Costa. Pillos y bandidos hay de ambos lados. Esto no es cosa de ángeles. Tampoco de programas y promesas de uno u otro sino de quiénes son, qué saben y qué representan.

Además de su entorno de adherentes, el talante autoritario y embrujo populista de Rodolfo Hernández me inhiben para votar por él. Petro conoce mejor el país, la región, el funcionamiento del Estado, y no creo que quiera, o pueda, atornillarse en el poder. En la perspectiva de un “voto finish”, ya no pienso que en blanco sea la mejor opción.

Por eso suscribo la atinada frase que en estos días soltó la actriz Natalia Reyes: “No hay que ser petrista para votar por Petro”. Aunque el voto no salga del alma sino de la resignación.

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