Helena Urán Bidegain
7 Septiembre 2022

Helena Urán Bidegain

No queremos repetir

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Colombia pasa por un momento en el que el nuevo Gobierno busca dejar atrás el orden establecido desde hace décadas; uno que produjo desigualdad y dolor e intenta ahora transformar la sociedad hacia una más plural, menos bélica, más humana, con una cultura de derechos humanos y respeto. El nuevo Gobierno anuncia su apuesta a pacificar y democratizar el país.

Gracias al Sistema Integral de Paz se ha podido avanzar en temas de justicia y verdad y, aunque aún falta camino por recorrer, debemos pensar también en cómo prevenir nuevos episodios de violencia y horror.

En este proceso de reeducación hacia la paz y la democracia del país será necesario dar muchos pasos y hacerlo de manera articulada. Entre ellos, que las instituciones garanticen sus promesas, que los partidos de oposición tengan un régimen de derechos establecido, que en temas de seguridad exista una mayor capacidad civil de supervisión, mayor control de la corrupción; pero, además, que el Estado no se vea cooptado por intereses ajenos al bien de toda la sociedad, es decir, que las reglas establecidas no favorezcan a unos sobre el resto, que la sociedad civil en articulación con diversas ONG sea fuerte y activa, que se fortalezca la solidaridad social, que el ciudadano entienda que es sujeto de derechos y que aprenda, con seguridad, cómo representar sus intereses ante el poder, que se construya una cultura de la memoria que dé sentido al pasado, identidad colectiva y herramientas para moldear el futuro que la sociedad merece.

Pero, además de todo lo anterior, para realmente entrar en el terreno de la reconciliación, la prevención, la no repetición y la construcción de la paz, el país debe, por un lado, atender las patologías que ha dejado la realidad de la violencia en aquellos que han sufrido traumas extremos a causa de crímenes de lesa humanidad, pero también en el resto de la población, que padece las afectaciones de vivir en una cultura de violencia, discriminación y/o precariedad.

Y es importante poner el foco allí porque bajo esas circunstancias el tejido de la comunidad se ve afectado en general; incluso, la calidad de vida para aquellos privilegiados de la sociedad, baja: aumenta la desconfianza, cambia la forma de relacionarnos, se crean nuevas políticas y normas sociales. Así mismo, la represión y el silencio producen impotencia; la impunidad y la indefensión generan la sensación de no tener control sobre nada y, por tanto, desánimo, frustración y más violencia en muchos casos, o una visión negativa del futuro, e inacción. No hay nada más desfavorable para una sociedad que ciudadanos débiles y bloqueados, que no se sientan en capacidad de hacerle control al poder.

Pero, además de la atención al trauma individual, es necesario que sobre las masacres, desapariciones forzadas y demás crímenes de guerra, los medios de comunicación informen de una manera humana y se cuestionen si su manera de informar los hace cómplices de estructuras de poder injustas o por el contrario da herramientas al ciudadano para armarse su propio criterio; así mismo que la memoria histórica sirva para que influya nuestra conciencia colectiva y de nación; que contribuya al sentimiento de pertenencia, es decir, a forjar una identidad que fortalezca el sentido de comunidad. Así, estos eventos terribles serán sentidos por la sociedad no como casos ajenos, sino que devendrán un trauma colectivo sobre el que, en conjunto, debemos reflexionar.

Los estudios de la memoria constituyen un marco mayor que los del trauma, por lo cual existen múltiples entrelazamientos y superposiciones entre los dos campos de investigación, pero lo claro es que tanto el uno como el otro son necesarios para la no repetición y la pacificación y por ello insisto, una y otra vez, en su importancia para que podamos dejar atrás la violencia.

Tanto la memoria como el trauma que llega a ser colectivo, confrontan al total de la sociedad, la obligan a salir de su insensibilidad y de la naturalización del horror; a rechazar el pasado de violencia; a sentir la realidad como un asunto afecta su bienestar general, no solo el de los violentados. Es decir, a la reconstrucción de un nuevo orden moral que lleve a decidir que no se quiere vivir más en el horror y que ya hay que salir de ahí.

Porque como lo explica Jeffrey C. Alexander: “El trauma (colectivo) no es el resultado de un grupo sufriendo dolor, sino el resultado de este agudo malestar que entra en el núcleo del sentido de la propia identidad de la colectividad. Los actores colectivos ‘deciden’ representar el dolor social como una amenaza fundamental para su sentido de quiénes son, de dónde vienen y a dónde quieren ir. Y para la elaboración de reivindicaciones”.

Como ejemplo, en un inicio el trauma de las víctimas judías del nazismo era interpretado como hechos subyacentes a la guerra, y eran representadas como una masa petrificada, degradada y maloliente, no solo por los reporteros de los periódicos sino también por algunos de los oficiales generales más poderosos del alto mando aliado. Fue solo hasta que lo vivido por ellos se dio a conocer a través de testimonios, memorias, extensiones simbólicas e identificaciones psicológicas, que estos sucesos –antes experimentados como traumáticos solo por las víctimas judías– generaron también dolor en los demás, se generalizaron y universalizaron. Su representación ya no se refería a acontecimientos que tuvieron lugar en un momento y lugar concretos, sino a un trauma que se convirtió en emblemático del sufrimiento humano como tal. El horrible trauma de los judíos se convirtió en el trauma de toda la humanidad.

Este ejemplo debe servirnos para el caso colombiano. Un país lleno de experiencias traumáticas individuales y de grupo, que nos han mantenido bloqueados, mirando la vida desde el dolor y la adversidad, pero no como un trauma colectivo que genera sentido de comunidad y que nos interpela a tramitar y transformar esa realidad.

Para dejar atrás el dolor de la guerra el país debe sentirlo como un asunto que nos involucra a todos; un asunto del que no estamos orgullosos ni queremos repetir más; un asunto que ha herido el alma de la nación de la que todos hacemos parte y que como sociedad queremos sanar porque ya es hora de caminar hacia un futuro con paz.

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