Yo andaba levantado en armas en el cañón del río Micay cuando el liberal Virgilio Barco Vargas gobernaba a Colombia. Observaba, entonces, esporádicos cultivos de coca a lo largo del desfiladero. Hacía cinco años que había abandonado mis estudios en la universidad y la militancia en la Juventud Comunista para enrolarme en las Farc. Luego del golpe militar en Chile contra el presidente electo Salvador Allende, creía a rajatabla que la única vía para redimir las injusticias en Colombia era mediante las armas. Mi trashumancia guerrillera transcurría por una seguidilla de caseríos levantados pobremente a lo largo de una carretera y luego sobre un camino de herradura que iba en paralelo al río Micay: El Mango, Sinaí, La Belleza, Puerto Rico, El Plateado, San Juan de Mechengue y un largo etcétera. Fue allí donde descubrí a la Phyllobates Terribilis, la diminuta rana amarilla, considerada como uno de los animales más tóxicos del planeta. Los ingenieros de las firmas que realizaban el estudio para construir la abortada central hidroeléctrica “Arrieros del Micay”, temían más a la rana que a la variedad de serpientes venenosas enroscadas bajo las piedras.
Iba con los míos por la trocha cuando divisé a un hombre calzado con cotizas luchando contra el lodo. Lucía una melena ceniza y un bigote de igual color. Una guerrillera se acercó hasta él y le ofreció la mano para sacarlo del barro. Cuando salió del atolladero me dirigí a él. Tú eres Alfredo Molano, le pregunté. Soy, respondió en tono bajo, como si fuera un gato ronroneando. Por aquí leemos tus libros y vemos Travesías cuando podemos por Señal Colombia. Sonrió. Nos estrechamos las manos. Qué te trae por aquí, inquirí. La coca, dijo encogiéndose de hombros. Corría el año de 1988. El gobierno de Barco había puesto en marcha el Plan Nacional de Rehabilitación (PNR), un ambicioso programa de desarrollo social que buscaba erradicar los escasos cultivos de coca en la región. El gobierno estaba terminando una microcentral hidroeléctrica y una planta procesadora de yuca en el corregimiento de Sinaí, amén de entregar lotes de ganado de leche y engorde a los labriegos. La región vivía un momento idílico. Había esperanza. Un gramo de jalea real vale más que uno de bazuco, pregonaba un cura desde el púlpito de su iglesia en Argelia. Los pelados correteaban en los descampados detrás de una pelota. No sentían miedo. No había confrontación sino colaboración a cuatro manos: Gobierno, comunidad internacional, organizaciones campesinas y guerrilla. Esa era la razón por la que Alfredo Molano estaba en el Cañón del Micay. Quería ver con sus propios ojos lo que allí estaba ocurriendo para luego contarlo.
¿En qué momento, Zavalita, se jodió el Cañón del Micay? Pasaron nueve gobiernos desde aquel encuentro con Molano: Barco, Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe uno, Uribe dos, Santos uno, Santos dos y Duque. ¿Qué pasó en esos 36 años de gobierno? ¿Qué hicieron estos gobiernos por la región? ¿Por qué la gente siguió sembrando coca? ¿Será posible que el gobierno que preside Gustavo Petro pueda hacer en un año lo que no se hizo en treinta y seis? El retroceso de la región no fue un asunto de un año, sino de décadas de desgobierno. La mayoría de los que hoy combaten en el Cañón del Micay ni siquiera había nacido cuando se intentó redimir el territorio con un programa bien intencionado (PNR), un proyecto que murió cuando las políticas neoliberales iniciadas con César Gaviria desmantelaron la vocación agrícola de los aldeanos. La quiebra y el desconsuelo los llevaron a sembrar coca.
En agosto pasado las Fuerzas Militares iniciaron la Operación Trueno sobre el Cañón del Micay. Los argelinos han perdido la cuenta sobre el número de operaciones militares que se han desplegado sobre su territorio sin que el orden socioeconómico que afecta sus vidas haya mejorado. Más que un puño de hierro los habitantes del municipio de Argelia añoran a un Estado que les ofrezca una alternativa distinta al violento mundo del narcotráfico.
Por invitación del presidente Petro estuve en el Consejo de Seguridad que se realizó el pasado 14 de agosto en Popayán. Tomé nota sobre los legítimos reclamos del gobernador del Cauca y los alcaldes municipales. Me llamaron la atención las palabras del brigadier general Federico Mejía Torres, comandante del Comando Específico del Cauca. Estamos en un momento histórico para sustituir los cultivos ilícitos, expresó el alto oficial. Es ahora o nunca, advirtió con vehemencia. Recordó el esfuerzo de noventa mil familias cafeteras del departamento que reclaman créditos blandos, fertilizantes y comercio justo. Más que enfrentamientos, el Cañón del Micay espera que otras voces se unan a las del general, como las de los empresarios, las comunidades y las de los de jóvenes que siguen en armas. Aún estamos a tiempo de evitar que la violencia nos lleve a un lugar sin retorno. Esto vale no sólo para el Cañón del Micay.