En junio de 2015 el Congreso aprobó la reforma constitucional bautizada como “Equilibrio de Poderes”, en la cual se incluyó un artículo consensuado entre el Gobierno y el senador Eduardo Enríquez Maya, que estableció el derecho de los segundos en votación en las elecciones uninominales a ocupar una curul en Congreso, Asambleas y Concejos, según el caso. Dos años después, en cumplimiento de los acuerdos de paz del Teatro Colón, el legislativo por amplias mayorías adoptó un moderno estatuto de oposición, concertado con todas las fuerzas políticas del país, que desde la Constitución del 91 se había ordenado expedir. A seis años de sancionada la norma, se puede afirmar que su estreno, en lo nacional en 2018 y en lo territorial en 2019, ha sido un rotundo éxito y ha facilitado la alternancia democrática. En estos días que se proclaman y autoproclaman tantos ganadores y no aparece ningún perdedor de las elecciones recientes, es claro que el estatuto de oposición es un gran triunfador. Ya lo había sido en 2022 en la elección presidencial, cuando el líder visible de la oposición al Gobierno Duque, Gustavo Petro, fue elegido presidente después de ocupar su curul en el Senado y ejercer los demás derechos consagrados en el estatuto. Ahora en 2023, es evidente que funcionó en el caso de las alcaldías de capital y ciudades intermedias.
En la mayoría de los grandes centros urbanos se impuso el voto libre e independiente de los ciudadanos, que respaldaron en muchos casos a quienes desde su curul en los Concejos cuestionaron a los actuales gobernantes locales. Veamos los casos concretos. En Bogotá ganó Carlos Fernando Galán, segundo en las elecciones de 2019, quien ocupó su curul en el Concejo y desde ese momento asumió una posición crítica frente a la administración distrital, que aumentó su volumen con el calor de la campaña. En Bucaramanga el pastor Jaime Beltrán, también segundo hace cuatro años, y crítico de la administración del alcalde saliente, triunfó con contundencia. En Pereira, Mauricio Salazar, segundo en los comicios pasados, asumió su curul en el Concejo y ejerció control a la administración liberal que cumplía ya ocho años. Obtuvo una clara victoria. En Cúcuta y Pasto sucedió lo mismo con Jorge Acevedo y Nicolás Toro. En otras grandes capitales también ganaron líderes contrarios a los alcaldes, que no ocupaban curules de oposición en el Concejo, pero igual recogieron el voto protesta contra esas administraciones municipales. Es el caso de Medellín con Fico Gutiérrez, Cali con Alejandro Eder, Cartagena con Dumek Turbay o Manizales con Jorge Rojas.
En fin, con pocas excepciones como las de Barranquilla con Char, y Santa Marta en donde aún no se define si gana o pierde el exgobernador Caicedo, es claro que en las pasadas elecciones triunfaron la mayoría de candidatos que hicieron campaña cuestionando unas administraciones impopulares, que fueron afectadas además por la pandemia y las protestas sociales. La gente salió a votar contra esos alcaldes. El plebiscito contra Petro del que tanto se habló, se convirtió en un plebiscito sobre la gestión de los alcaldes de las grandes ciudades, sin desconocer que en el caso de Bogotá se despertó un voto castigo contra el gobierno nacional, que recogió Galán en su totalidad. Las elecciones departamentales, en cambio, son bien distintas con contadas excepciones. En las gobernaciones primaron las estructuras partidistas, alimentadas por el clientelismo y una financiación exorbitante de las campañas, que no tiene control alguno. Además, se juntaron en casi todo el país para asegurar su victoria. Cuando se mira el mapa, la mayoría de los gobernadores fueron avalados por coloridas coaliciones de los partidos liberal, U, Cambio Radical y Conservador, en algunos casos incluso reforzadas por el Centro Democrático.
La buena noticia es, entonces, que el estatuto de oposición en su estreno ha tenido efectos benéficos en la ampliación y profundización de la democracia en el nivel nacional y en las ciudades grandes, con lo que ello implica para una sana alternancia democrática. La mala es que aún no produce efectos en el caso de las gobernaciones. Ojo entonces los candidatos perdedores en esta elección. Si tienen vocación de servicio con sus ciudades y departamentos, asuman sus curules, trabajen y fiscalicen a los gobernantes entrantes con seriedad y responsabilidad. Seguramente sus electores los premiarán dentro de cuatro años. En el caso de la oposición presidencial, aún no surge con fuerza en el Congreso un líder como Petro, ante la ausencia de Rodolfo Hernández quien obtuvo el respaldo de más de 10 millones de votos hace menos de año y medio. Veremos qué pasa en los próximos dos años.