
Se ha puesto de moda en el mundo actual que personas elegidas democráticamente utilicen el poder y la confianza de los ciudadanos para afirmar que ellos no solamente derivan su autoridad del pueblo, sino que son el pueblo y que por eso cancelan garantías, controles y reglas que están consagradas en las constituciones que hicieron posible su ascenso al poder. Para hacerlo sin disparar un solo tiro, han creado una plataforma de agitación política que les permite distraer a la opinión pública primero y luego confundirla para finalmente dominarla y reprimir cualquier intento de oposición, discusión o crítica. Esto lo logran provocando incidentes, noticias o amenazas lanzadas a diario a fin de generar incertidumbre que debilita la libertad de acción y condiciona las respuestas del público, conduciendo a la perdida de libertad y de derechos de la ciudadanía. En Colombia no solamente se respetaron las reglas, sino que desde que se hizo la paz con el M-19 los ‘esclavistas’ les dieron todas las oportunidades y les perdonaron sus crímenes. Al actual presidente lo incorporaron a la diplomacia para que pudiera estudiar en la Universidad Católica de Lovaina, prácticamente becado.
La incertidumbre no es solamente un fenómeno económico o político, sino una situación que actúa sobre la bioquímica de los individuos que la perciben, poniéndolos en estado de alerta permanente. La previsión de peligro o de que algo malo va a suceder hace que el cerebro produzca hormonas como la adrenalina y el cortisol, que preparan al cuerpo para responder al peligro. El efecto de la permanente incertidumbre es distinto del que causa una situación aislada de riesgo o de peligro, porque incertidumbre es no tener conocimiento, estado en el cual el individuo tiende a imaginar muchísimos escenarios posibles, lo que causa una permanente liberación de estas hormonas y a una sobredosis que induce depresión, inacción, sensación de que no se puede hacer algo y aversión al riesgo. La generación constante de incertidumbre es el arma que utilizan los autócratas y los aprendices de conducción de las masas para mantener aparentemente impotente a la ciudadanía y adquirir cada vez mayor control.
Para llegar a este resultado han recurrido a comportamientos histéricos o atípicos, performances políticas, simulacros de demencia, amenazas de violencia, y hasta quejas de que no los dejan y de ser rehenes de los poderes parlamentarios o judiciales. Este comportamiento no está exento de riesgos para los tiranos. Hay un elemento que ellos no controlan y que reacciona impredeciblemente a la incertidumbre creada por ellos que limita su poder. Se trata del “Señor Mercado”, como lo ha bautizado Benjamin Graham, el mentor de Warren Buffet. Este Señor Mercado “es un retrato de los mercados financieros propensos a los arrebatos y pánicos, a extensos períodos de exuberancia irracional o a la depresión inactiva”. Recientemente se han presentado episodios en los que déspotas y el Señor Mercado han estado agarrados, tratando de asfixiar el uno al otro, atrapados en una espiral autodestructiva. Nos preguntamos cuál de los dos está empañicado. ¿El mercado financiero reacciona fríamente a las consecuencias de los actos despóticos o son estos la campana que ha despertado abruptamente al sistema financiero para encontrarse con mayor aversión al riesgo en el mercado, menor inversión o con caídas en el empleo?
Al someter a los déspotas a tomarse su propia medicina, estos también reciben sobrecargas de hormonas que rebasan el punto en el que dejan de ser útiles para sus discursos o sus propósitos y pueden afectar gravemente su criterio o llevarlos a cometer serias equivocaciones, a excesos sexuales, o en el consumo desmedido de estimulantes o alcohol, hasta terminar en la sala de emergencia de un hospital con sobredosis de hormonas, estimulantes, alcohol y arrepentimiento. Si no le temen a Dios, a las leyes o a los jueces, deberían temerle al mercado y moderar sus actuaciones.
