Joaquín Vélez Navarro
10 Enero 2024

Joaquín Vélez Navarro

La importancia del silencio

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

El ruido y el bullicio en Colombia se han vuelto insoportables. El ruido de los buses y los carros, además de la innecesaria y agotadora costumbre de pitar por cualquier cosa, ya no son los únicos sonidos molestos que tenemos que soportar. Cada vez hay más problemas entre vecinos como consecuencia de las constantes fiestas y la música a alto volumen. Ni la hora ni el nivel de sonido permitido son respetados. Los casos de bares, restaurantes, discotecas y hasta iglesias que incumplen con la normativa al respecto no dejan de aumentar. En varios restaurantes y cafés el volumen es también cada vez más alto. Se ha vuelto difícil mantener una conversación, o concentrarse y trabajar en estos lugares, por el alto volumen de la música que ponen.   

Tampoco se puede estar en una playa sin tener a una persona al lado con un parlante con música electrónica a reventar, a otra en el lado contrario con reguetón y a una atrás con vallenato que suena durísimo. Esa insufrible mezcla de sonidos, en competencia con el ruido de los barcos que fondean en las bahías de en frente, hace que ir a una playa en Colombia sea más una pesadilla que un placer. Es imposible relajarse y descansar. En cualquier lugar en donde uno esté, tiene que aguantarse el gusto musical del vecino y el nivel de volumen que este escoja, así supere los decibeles permitidos. 

La agresividad y violencia por parte de quienes generan el ruido son un problema adicional. Pedir que se baje el volumen y se respete a quien no quiere oír produce constantemente reacciones violentas. El video que publicó Ana Cristina Restrepo, en el que cogieron a piedra su carro solo por pedir con que se cumpliera la ley, sumado a otras historias que se han compartido en redes sobre actos violentos por solicitar respeto, muestran cómo muchos se sienten autorizados para perturbar la paz y tranquilidad del otro. Se les olvida, sin embargo, que no están solos y que vivimos en una comunidad. 

La intolerancia al ruido no es “neocolonización” como muy desatinadamente lo afirmó un usuario de X en un trino. Tampoco es un simple capricho de una persona amargada y envidiosa que no soporta que otros estén celebrando. El ruido causa graves daños a la salud de las personas. Como lo han señalado la Organización Mundial de la Salud – OMS y la Agencia Europea de Medio Ambiente – AEMA, la exposición al ruido afecta la salud de distintas maneras, al no solo producir molestias sino, entre otros, problemas auditivitos, respuestas hormonales indeseables, trastornos en el sueño y afectaciones en la salud mental y en los sistemas metabólico y cardiovascular. No es casualidad que, como lo ha afirmado la Sociedad Española de Acústica – SEA, el ruido sea el segundo agente contaminante que más causa muertes en Europa después de la contaminación del aire. 

Los efectos negativos del ruido no se limitan a las afectaciones a la salud. El ruido también incrementa la degradación ambiental y puede afectar la biodiversidad. Los animales, tanto terrestres como marinos, escogen su hábitat dependiendo de, entre otras cosas, el ruido. Los excesos de ruido pueden generar migraciones que alteran los ecosistemas y ponen en riesgo a la especie que migra. No fue por azar que en los confinamientos durante la pandemia, cuando el ruido disminuyó considerablemente, muchas especies volvieran a aparecer en sitios donde no se veían hace más de 20 años. 

Los colombianos tenemos que entender que aunque la fiesta y la música son una parte importante de nuestra cultura, los efectos del ruido son tremendamente perjudiciales para la salud y el medio ambiente. La solución no está, además, en que la gente se vuelva más tolerante al ruido o lo evite, pues no hay forma de hacerlo. Hay varias cosas que pueden hacerse al respecto. Como sociedad tenemos que condenar tajantemente a las personas que incumplen con las normativas sobre contaminación acústica. No podemos tampoco tolerar los insultos y la violencia, como viene ocurriendo, frente a quienes valientemente piden respeto y denuncian el exceso de volumen y el bullicio. Las autoridades también tienen un papel fundamental. Por un lado, deben garantizar que la normatividad sobre contaminación acústica se cumpla y que los infractores sean realmente sancionados. Por el otro, es deseable que piensen en políticas públicas en las que todos quepamos: tanto quienes les gusta oír música como los que quieren disfrutar del silencio. Un primer paso podría ser el establecimiento de zonas libres de ruido en ciertas áreas públicas, como parques y playas, para que quienes quieran descansar y relajarse, realmente lo puedan hacer.   

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más Columnas