Juan Camilo Restrepo
21 Diciembre 2023

Juan Camilo Restrepo

La improvisación como regla de conducta

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Me he preguntado muchas veces cuál es la causa profunda del desplome de la popularidad del presidente Petro. La explicación más plausible que he podido encontrar es su chocante manera de gobernar que, en vez de la sindéresis que cabría esperar de un buen gobernante, consiste en una permanente catarata de trinos y de anuncios, de peleas urbe et orbi, y de reflexiones sobre una peculiar visión que cree incontrovertible del mundo, que muy pocas veces se transforman en realidades tangibles de política pública.

Este estilo de gobierno genera frustración y decepción. La gente va entendiendo a medida que pasan los días que el 95 por ciento de las cosas que dice o propone Petro nunca se llevarán a la práctica. Que casi todas son meras bravuconadas con aquellos que se atreven a contrariarlo, o simples volutas de humo que nunca se concretizarán en nada concreto. 

Esta percepción va erodando el peso de la palabra presidencial que termina cayendo en la incredulidad. Allí radica la explicación más plausible a mi entender del tremendo derrumbe de la aceptación de Petro en las encuestas.

El afán de palabra parece ganarle a menudo en velocidad a la reflexión o al estudio previo. Casi nada de lo que dice el presidente está precedido de una utilería administrativa o presupuestal seria que permita asegurar que lo que dice se volverá realidad. 

Como la palabrería siempre antecede a los hechos, el telón de fondo que queda es el de una hojarasca verbal –con buenas o malas razones- pero despojada de un propósito serio de implementación. Lo importante termina siendo el decir, no el hacer.

Dos ejemplos de esto los hemos tenido en la semana que concluyó.

Primero, inusitadamente y contrariando lo que había dicho hasta el momento, salió con la tesis de que la política agraria que tanto había cacareado y que muchos le habíamos aplaudido ya no es posible cumplirla. ¿La razón? Como siempre sus antecesores son los culpables: lo hecho por Gaviria, por Santos, por Duque impide - según Petro- que los buenos propósitos agrarios consagrados en el punto número uno de los acuerdos de paz firmados en 2016 se puedan cumplir.


Año y medio diciendo lo contrario; un presupuesto para el Ministerio de Agricultura para la vigencia de 2024 de 9 billones de pesos (el más alto nunca asignado para la política rural); y de pronto: ¡que no se puede cumplir!, dijo lacónicamente Petro. Quedó así sepultada la que era quizás la principal de sus políticas transformadoras: el compromiso con la reforma rural.

El puntillazo de esta cadena de improvisaciones verbales lo tuvimos al final de semana cuando también, inesperadamente, salió con el brocardo de que los ceses al fuego dentro de su famosa política de paz total no eran lo importante ni lo apremiante: que lo que había que hacer primero –antes que insistir en firmar ceses al fuego- era desmontar el narcotráfico ¿para cuándo? No se sabe. 

En el montaje de estos ceses al fuego y de hostilidades se había gastado un esfuerzo enorme, aunque no siempre fructífero durante año y medio. Y se había dicho hasta la saciedad que era por donde había que comenzar los diálogos variopintos que conforman a la fecha la paz total. 

Bandazo grande y nueva improvisación verbal: a pocas semanas de que la Corte Constitucional dijera que la política de paz no se puede seguir manejando a punta de improntus o de improvisaciones, sino que se impone una ley previa de “sometimiento”, que el Gobierno no se ha molestado en tramitar en el Congreso como correspondía.

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