Comenzaban los ochenta. El mercurio de los termómetros de Moscú marcaba 21º bajo cero. Uno de mis primeros actos al llegar a la Unión Soviética fue visitar el mausoleo en el que se conserva momificado el cuerpo de Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin. Nada que ver con las momias egipcias. Parecía un hombre durmiendo bocarriba. La ciencia soviética había conseguido detener el efecto corrosivo de la naturaleza. El artífice de la Revolución de Octubre no estaba muerto. Dormía. Meses después tuve el privilegio de entrar al despacho del Kremlin desde donde Lenin dirigió la Revolución, hasta que un ictus lo relegó a una dacha en Gorki, lugar en el que falleció el 21 de enero de 1924. Hace cien años.
Lenin, opuesto al culto de la personalidad, fue momificado por el estalinismo. No sólo su cuerpo sino también sus ideas. Stalin instrumentalizó la figura de Lenin, decapitó a la vieja guardia bolchevique y dirigió, a través de una camarilla, al movimiento comunista internacional. Fueron décadas en las que se reprimió, excluyó, censuró y purgó —parodiando a la profesora de la Universidad de La Habana Natasha Gómez Velásquez— a todo aquel que no comulgara con su chapucera y apocalíptica interpretación de los textos de Marx, Engels y Lenin. La represión estalinista y el inmovilismo posterior de la dirigencia soviética ocasionaron un irreversible daño al socialismo.
En el Gran Inquisidor, la parábola descrita por Dostoyevsky en Los hermanaos Karamazov, Cristo aparece en la Sevilla medieval. El Tribunal del Santo Oficio está en su esplendor. Los herejes son quemados en la hoguera. El cardenal de la Iglesia apresa y encierra a Cristo en un calabozo, acusándolo de entorpecer el trabajo de la Iglesia. En el hipotético caso de que Lenin hubiese resucitado, Stalin no dudaría en ordenar su arresto o asesinato, como hizo con Trotsky. La ideología convertida en dogma y la organización en secta.
El dogmatismo y el sectarismo minaron la base humanista del socialismo. Cientos de pensadores en el mundo como Albert Camus, por ejemplo, fueron defenestrados por la intelectualidad occidental del siglo XX que no tuvo el valor de levantarse contra el estalinismo. En la novela La peste y en obras teatrales como Calígula o Los justos, Camus oponía el humanismo al totalitarismo, amén de que toda lucha debía imponerse unos límites. No todo vale para conseguir un objetivo.
Para fortuna de Lenin, aparecieron grandes pensadores como Antonio Gramsci, Georg Lukács o Walter Benjamin que dinamizaron la obra de Marx, y recobraron su espectro humanista y romántico. Gramsci fue encarcelado por hacerlo, y Benjamin eligió el suicidio en la población catalana de Portbou, antes que caer en manos de la Gestapo. El peruano José Carlos Mariátegui hizo lo mismo en Latinoamérica: diferenció al marxismo de la ortodoxia estalinista. No queremos que el socialismo en América sea calco y copia, anotó en su artículo Aniversario y Balance, publicado en 1928 en la revista Amauta. Mariátegui fue reprochado por la ortodoxia que Stalin había instalado en América Latina. Los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana es una obra que vale estudiar en estos tiempos en que lo raizal gana importancia.
El año que corre, 2024, está teñido por la guerra, la charlatanería y el postureo. Cabe recordar que Lenin fue el único político de su época que se opuso radicalmente a la Primera Guerra Mundial, una de las peores masacres de las que se tiene historia. Matanza recientemente recreada en el filme antibélico Sin novedad en el frente —ganador de cuatro premios Oscar en 2023— basado en el libro testimonial de J. M. Remarque, el escritor alemán que estuvo en la guerra de trincheras. Lenin admiraba a Karl Kautsky, uno de los más relevantes teóricos marxistas, pero se apartó de él, y lo criticó por aprobar en el parlamento alemán, créditos para la guerra.
Tierra, paz y pan fue la consigna de Lenin para iniciar una revolución en 1917. Tres objetivos que, para el caso de Colombia, son razonables. Hay ocurrencias que duran un día. Hay ideas que perduran por más de cien años.