Yezid Arteta Dávila
5 Octubre 2023 08:10 pm

Yezid Arteta Dávila

¡Viva la raza!

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¡Viva la raza!, arengó Mario ‘Azteca’ Barrios ante veinte mil personas que el pasado 30 de septiembre colmaban el T-Mobile Arena de Las Vegas. El público exultante, aplaudió y agitó las banderas mexicanas. El Azteca estaba eufórico, acababa de derrotar por decisión unánime al experimentado boxeador cubano Yordenis Ugas, obteniendo el fajín del peso welter del Consejo Mundial de Boxeo. Sangre indígena corre por la venas del boxeador de origen mexicano, explicó el comentarista de la velada boxística en la que el Canelo Álvarez se impuso al norteamericano Jermell Charlo, sumando con esta victoria cuatro títulos a su palmarés.      

Tres días antes de la velada boxística, arribaron a la capital de Colombia miles de indígenas en apoyo a las reformas sociales impulsadas por el presidente Gustavo Petro. A algunos periodistas les pareció inapropiado que los indios recalaran en Bogotá, como si la ciudad fuese una especie de fortaleza medieval o un emplazamiento postapocalíptico en el que son rechazados los que cargan la peste. Al día de hoy ninguna de las tribus que habitan el territorio colombiano ha siquiera insinuado separarse del país. Son parte de la nación colombiana. Tienen derecho, como los periodistas que los atacan, a estar en la capital. Siglos antes de que aparecieran los periodistas, el altiplano sobre el que se levanta Bogotá estaba ocupado por unos indios que sembraban maíz y fabricaban figuritas de oro. Los indios fueron primero que los cronistas de Indias.

Sería bueno que quienes reprueban a los indios —siguiendo las recomendaciones una senadora opositora— se pongan a estudiar, para que al hablar delante de un micrófono no digan sandeces. El problema no está en los intereses que los periodistas representan, sino en la manera burda de hacerlo. Parece no existir entre ellos la más mínima preocupación por entender a las sociedades indígenas. La visión que tienen sobre el mundo originario resulta pueril. No guardan empatía por el sufrimiento y el exterminio al que fueron sometidos. Les parece más exótico y creíble lo que les cuenta un monje del Tíbet sobre la reencarnación que la sabia palabra de un mamo arahuaco acerca de la comunión entre el individuo y la naturaleza. Hace alrededor de dos mil años los pueblos de la Sierra Nevada sabían que la existencia humana dependía de la armonía que experimentarán los individuos con la naturaleza. Sólo hasta 2009 les dieron la razón en Copenhague: ¡Cambio climático!  

El historiador británico Matthew Restall en su libro Los siete mitos de la conquista española explica el “fallo comunicativo” que se produjo durante el encuentro entre Atahualpa y Pizarro ocurrido en Cajamarca en 1532. Mientras Atahualpa fue a la cita confiado, Pizarro y sus hombres iban con otra intención: atrapar y ejecutar al jefe inca. Atahualpa fue muerto a garrote en la plaza de Cajamarca. Cinco siglos después hay quienes siguen trampeando, estigmatizando y pordebajeando a los indios. Sólo los aceptan como vasallos o ciudadanos subalternos. 

Las cosas han cambiado radicalmente en Suramérica. Los indígenas han elegido y derrocado presidentes en Bolivia, Perú y Ecuador. Dialogan con los gobiernos de turno de tú a tú. Sin complejos. Hace años que dejaron de ser los mandaderos de las élites en el poder. Han recuperado la estima que les arrebataron los colonizadores llegados desde el otro lado del Atlántico; y luego las oligarquías criollas. Pareciera que una parte del periodismo colombiano sigue atado a los tiempos de Colón, cuando la consigna era la de destruir las formas de vida india mediante la espada y el crucifijo. 

Toro Sentado, líder espiritual de los lakotas, ejecutó la danza del sol y se hizo cincuenta cortes en cada brazo, antes de ordenar a Caballo Loco y Toro Blanco, la noche del 25 de junio de 1876, cargar contra el Séptimo de Caballería durante la mítica batalla de Little Bighorn en la que murió el cruel teniente coronel Custer. En la conquista del oeste norteamericano los pueblos indígenas lucharon con fe e inteligencia, pero al final fueron sometidos, como lo documenta el excapitán Peter Cozzens en La tierra llora, uno de las mejores obras de historia militar. Por fortuna aún quedan pueblos indios en Latinoamérica como los que se expresaron en la Plaza de Bolívar de Bogotá en apoyo a su presidente o un Mario ‘Azteca’ Barrios, el púgil que después de dejarse la vida sobre un cuadrilátero, aún le quedan fuerzas y orgullo para gritar a todo pulmón: ¡Que viva la raza!

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