Como muchos colombianos me debato entre la incertidumbre y la esperanza. Este viernes junto con Federico Gómez Lara, el director de Cambio, pasé casi tres horas con el presidente electo Gustavo Petro y a pesar de que pudimos hacerle muchas preguntas, aún estoy lleno de dudas.
Había hablado con Petro por teléfono un día después de las elecciones y le había pedido que considerara darnos su primera entrevista después de la elección. El miércoles, hacia las siete de la noche, los miembros de su equipo de comunicación me confirmaron que nos atendería el viernes a las ocho de la mañana en su apartamento.
Para tener tiempo de preparar la entrevista y llegar con la anticipación suficiente, tuve que correr al aeropuerto esa misma noche, comprar el tiquete en el mostrador y conseguir un cupo en el vuelo que salía a las diez. Llegué a las dos de la mañana a una helada Bogotá y apenas desperté, me fui a reunir con Federico e Ignacio Gómez para conversar sobre las preguntas. En eso se fue el jueves entero.
Petro es un personaje singular que en un momento puede producir un titular como si lo estuviera leyendo y en otros se sumerge en largas reflexiones y elaboraciones, como si estuviera pensando en voz alta. El reto es dejarlo hablar –porque a veces esos prolongados soliloquios vienen con su noticia– pero también hay que impedirle cortésmente que se aleje de la ruta de la entrevista.
Lo conozco hace muchos años como fuente de información y lo he llamado “representante”, “senador”, “alcalde”, ocasionalmente lo he tratado por su nombre pero sentí algo extraño este viernes cuando lo saludé: “Buenos días, presidente”.
Petro es consciente del miedo que su elección produce en millones de colombianos. Aunque ganó por una mayoría clara, casi la mitad del país votó contra él. La elección del domingo pasado fue una especie de plebiscito a favor o en contra suya. La democracia operó y el próximo 7 de agosto el hombre que se hizo guerrillero del M-19 cuando tenía 18 años será el presidente de la república.
En la larga conversación sentí que era consciente de la necesidad de acercar su discurso a los que votaron contra él y moderar las expectativas de los que lo apoyaron. Por primera vez en la historia de Colombia, la mayoría eligió presidente a un candidato de izquierda, un exguerrillero que ha cumplido su compromiso de paz por más de 30 años. Sin importar lo que uno piense de él, esa es una innegable prueba de democracia.
Asegura que su gobierno será el de la Constitución y que cumplirá siempre con las normas. Sabe también que gobernar es distinto a hacer oposición, que ha sido la actividad de casi toda su vida pública. Entiende que sus iniciativas no se pueden sacar adelante sin alianzas y que esas alianzas siempre obligan a ceder un poco en las reformas. Esas concesiones son indispensables para gobernar pero ya empiezan a traer inconformidad en sus filas.
En ese asunto vi a un Petro sumamente pragmático. En cambio creo que tendrá que trabajar mucho más en su relación con los militares y la Policía. Existe una desconfianza de raíz fundada en el hecho de que el próximo presidente constitucional fue miembro de un grupo subversivo. El tema no se limita a un cambio de cúpula, Petro es el comandante supremo de las Fuerzas Armadas pero si no se gana su confianza, su gobierno podría complicarse.
En el tema económico, después de oírlo, tuve una sensación mezclada. Creo que su plan de sustitución gradual del petróleo es razonable si está acompasado con el tiempo y que eso, que aún suena raro en Colombia, es la tendencia en muchos países.
La explotación del carbón, por ejemplo, tiene sus años contados y eso no depende de quién sea el presidente de Colombia. Las minas terminarán cerradas por acuerdos ambientales internacionales. Sin embargo, por la guerra de Ucrania, varias economías desarrolladas están necesitando carbón en este momento y el presidente electo nos dijo que Colombia debe aprovechar la oportunidad y que no sería raro que durante su gobierno se exportara mucho más carbón que ahora. En eso tiene más claridad y sentido práctico del que le atribuyen algunos comentaristas.
De todo lo que le oí cuidadosamente, lo que me pareció más preocupante fue la idea de castigar con altos impuestos el reparto de utilidades de las compañías pensando en que así se mantiene el capital de trabajo. Creo que eso podría espantar inversionistas porque uno de los signos de estos tiempos es el libre movimiento del dinero. Si se vuelve costoso liquidar utilidades, el capital va a ir a otra parte y se afecta el empleo. Vale la pena que lo reconsidere.
Petro recibirá una difícil herencia del gobierno de Iván Duque y arranca con mucha gente en contra, pero también representa la esperanza de millones de colombianos que sienten que nunca antes habían podido ganar una elección.
Probablemente su gobierno no será el paraíso que sueñan muchos de ellos pero tampoco el infierno que nos quieren vender otros.