Daniel Samper Ospina
5 Junio 2022

Daniel Samper Ospina

RODOLFO Y PETRO: ¡ÚNANSE!

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Extendí uno a uno todos los tapetes de la casa —incluyendo los del baño, aun los antideslizantes de la ducha— y con ellos tracé un camino que me conducía a la puerta del carro para asistir manejando a mi puesto de votación: aquella imagen del presidente Duque convertido en la versión rolliza de la reina de Isabel me caló hasta el alma y quería imitarlo: sentir bajo mis tobillos la majestad del poder; asistir a la fiesta de la democracia como si fuera una noche de gala, acaso los premios Oscar, siquiera los TV y Novelas.

—¿Quién agarró todos los tapetes? —gritó mi esposa.
—No me los vayas a quitar que ya casi salgo —le advertí.
—¡Clavaste el único kilim que teníamos sobre un charco!
—Nos vamos a votar. Ponte la chaqueta de foami.

Mi esposa no tiene chaqueta de foami porque nunca ha procurado ser una mujer elegante, pero daba lo mismo. Lo importante era asistir a aquella jornada en que el candidato humano, impulsado por sus alianzas de última hora con el combo de Enilce López, desde ahora conocida como La Gata Humana, y Rodolfo Hernández, aquel abuelo amenazante, mitad hombre, mitad meme, pasaron a segunda vuelta. 

Para entonces la jornada electoral apenas comenzaba y yo procuraba definir mi voto entre las opciones que más me llamaban la atención: la de Luis Pérez y la de Íngrid Betancourt. No conocía aún que el doctor Rodolfo volvería trizas la candidatura uribista de Fico Gutiérrez y que en torno suyo se reorganizaría el voto antipetrista; tampoco que los resultados de aquel domingo de elecciones serían el legado sideral del paso de Iván Duque por la Presidencia: la jubilación del uribismo. Ese fue su verdadero aporte a los libros de historia.

Lejos de comprender el momento solemne, sin embargo, mi esposa continuaba regañándome por el único kilim que teníamos:

—Guarda el kilim y al volver lo secas porque está empapado —me ordenó.  
—Se mojó, y eso es lo que hay que hacer en votaciones: mojarse, tomar partido —le respondí.

Cumplimos con el deber democrático cada uno a su manera: sin contarnos —ni cantarnos— el voto; ni siquiera en la tarde, cuando caía el sol y nos sentamos en la sala para analizar los resultados. El país, efectivamente, pidió un cambio: exige ser gobernado por alguien que no toque guitarra ni imposte la voz cuando hable a la tropa. Se abren ahora dos alternativas diferentes para lograrlo: dos tipos de populismo para que cada uno elija el que más le guste: si el ideológico de izquierda del candidato humano, el hombre que se alía con clanes políticos tradicionales para impulsar el cambio; o el folclórico y chabacano del Abdalá Bucaramanga, candidato anticorrupción que arrastra un escándalo de corrupción.

Me dediqué entonces a estudiarlos, pero la tarea no resultaba sencilla. El programa de Petro, por ejemplo, no tiene cómo financiarse. El programa del ingeniero, por su parte, será de televisión, se emitirá a diario y lo utilizará para regañar a los senadores, a la manera de López Obrador. 

En las redes sociales los fogones echaban humo y la presión se elevaba de tal modo que por un momento tuve ganas de ser Iván Duque: de largarme del país y viajar por Europa con mis hermanas. 

Las propuestas de los dos candidatos invadieron mi cabeza como un aguacero: la reforma pensional de Petro y el viaje en familia al mar del ingeniero; el tren eléctrico elevado de Petro y la reducción del IVA del ingeniero.

Entonces me sucedió lo mismo que a Martin Luther King en Estados Unidos, lo mismo que Inti Asprilla en el Congreso: y es que tuve un sueño. El sueño de que cese esta guerra de gritos en que uno le dice a Rodolfo Hernández que es machista para que el otro le responda que más machista será Álex Flórez, o Hollman Morris, o demás líderes del petrismo; esta guerra en que uno echa en cara su escándalo de corrupción en el contrato de Vitalogic y el otro le refriega las alianzas con el clan de los Jattin.

Por favor, amigos: paren ya, quería decirles. Son más las cosas que los unen que las que los separan. Regresen a la calma, a aquellos días en que el uno soñaba convocar una Constituyente y el otro decretar el estado de conmoción para gobernar por decreto; en que Petro pensaba en Rodolfo como fórmula y Rodolfo pensaba votar por Petro en la segunda vuelta. El ingeniero propone luchar para que la familia colombiana conozca el mar y Petro quiere construir un tren elevado que vaya de una costa a la otra: ¿y si en ese tren viaja la familia para conocer de una vez los dos litorales? Con lo que ahorre el ingeniero fusionando ministerios podríamos financiar los diez mil médicos que propone llevar Petro a los barrios. Y como el abuelo tiktoker es uno de los cuatro mil hombres más ricos del país, el ingeniero mismo podrá ayudar a financiar la reforma tributaria de Petro para obtener los cincuenta billones con los cuales Petro repartirá subsidios a todo el mundo, especialmente a los ancianos: como el mismo ingeniero.

Únanse. Ahórrenle dinero a la nación. Compartan experiencias con los negocios de las basuras: el uno con Aseo Capital, el otro con el escándalo de Vitalogic que se lo devora. Lancen la Petrolfoneta e impúlsenla con combustibles fósiles, en honor al ingeniero, y energías verdes, en honor al partido que le hizo creer a Fajardo que lo apoyaba. Y combinen los zapatos Ferragamo con las camisas marca Lacoste hasta que sean felices. 

Mi ensoñación me llevaba cada vez más lejos hasta que mi esposa me regresó a la realidad, con el tapete en la mano:

—¿Ahora qué hacemos? —me preguntó.
—Solo quiero que las bandewas wrojas se alcen —le dije— y me hago desgüevar para lograrlo…
—Me refiero al tapete: era el único que teníamos —me recriminó.

Por poco le digo que las mujeres deberían criar a los chinos, como aseguró Rodolfo; y que ella estaba actuando de acuerdo con sus hormonas, como señaló Petro. 

Pero preferí llevar en silencio el tapete al lavadero donde procuré limpiarlo en vano. Porque quedó tan sucio como estas elecciones.


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