Luis Alberto Arango
13 Mayo 2022

Luis Alberto Arango

Retos de la docencia pospandemia

Los docentes debemos emplearnos a fondo para recuperar el tiempo y capacidades perdidas de nuestros estudiantes.

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El anterior semestre universitario tuvo un nivel académico regular. Supuse que fue por efectos nocivos de la pandemia. Por eso, en este semestre me empleé a fondo para estar aún más pendiente de mis estudiantes universitarios pues era claro que la pandemia les estaba pasando factura.

No me refiero a ser más estricto académicamente sino a tratar de conectarme con sus expectativas de volver a la educación presencial y adaptar la clase a la capacidad de cada uno de ellos. Difícil acomodarse a todos, pero no es imposible lograrlo con la mayoría. 

“Sin embargo, recibir clases a distancia socavó sus capacidades de interacción con sus compañeros, limitó su vocabulario, sus retos académicos fueron inferiores a los habituales…”.

Mis estudiantes son oro en polvo, solo hay que ajustar la temperatura y tener el crisol adecuado para lograr de ellos piezas de orfebrería únicas. Cada uno con su estilo, capacidades y habilidades. Ellos fueron privilegiados, tuvieron acceso a clases virtuales durante la pandemia con buenas plataformas y equipos de comunicación, profesores destacados y un currículo que se adaptó con rapidez a la virtualidad. 

Sin embargo, recibir clases a distancia socavó sus capacidades de interacción con sus compañeros, limitó su vocabulario, sus retos académicos fueron inferiores a los habituales y las cargas emocionales de su encierro aunadas con la pérdida de seres queridos crearon un reto mayor para sus profesores.

“Se anticipa que vamos a tener estudiantes con deficiencias en su formación o en el mejor de los casos, con serios retrasos en sus competencias y conocimientos…”.

Por lo tanto, este año es imperativo aumentar algunos componentes en la fundición: la sensibilidad, la empatía, la dedicación, la innovación y la paciencia.

Nadie sabe a ciencia cierta las consecuencias de lo que va a pasar con quienes no tuvieron el privilegio de educarse a distancia y que padecieron las cargas del encierro ocasionado por la pandemia.

“La responsabilidad ahora, y más que nunca, la tienen los profesores y los maestros de escuelas, colegios y universidades”.

Se anticipa que vamos a tener estudiantes con deficiencias en su formación o en el mejor de los casos, con serios retrasos en sus competencias y conocimientos, limitaciones que el tiempo y dedicación podrán resolver. 

Me impresiona, por ejemplo, saber que hay niños que durante la pandemia y en edad de aprender a hablar, no lo hicieron bien. El tapabocas de sus mentores cubrió sus bocas, lo que les impidió verlas para imitarlos y por lo tanto no aprendieron a articular sus labios y boca para poder emitir los sonidos correctos en la construcción oral de sus palabras. 

Ahora y más que nunca, la responsabilidad para conjurar los efectos de la pandemia la tienen los profesores y los maestros de escuelas, colegios y universidades.

A nivel universitario el anquilosamiento intelectual se evidencia cuando comparo los últimos dos semestres académicos con los prepandémicos. Encuentro hoy estudiantes con limitaciones en comunicación oral, carencia de un vocabulario enriquecido, dificultad para concretar operaciones de racionamiento abstracto de nivel medio y que se acostumbraron a retos mentales inferiores a los que debían tener para su nivel de formación académica.

Una alta inflación, una posible crisis económica o el rumbo político del país son temas de menor calado frente al colosal reto que tenemos los profesores de entidades públicas y privadas y de todos los niveles educativos para evitar que el futuro cercano de nuestros estudiantes esté marcado por la herida que les ha dejado la pandemia.

Para unos, la herida ha sido más profunda que para otros, y ahí se va a quedar. Es nuestra responsabilidad, como profesores, redoblar nuestros esfuerzos, tiempo, cariño y dedicación para que sus heridas cicatricen de la mejor manera posible y con la menor cantidad de secuelas. 

Los paros de maestros de Fecode pueden esperar. No nos podemos dar el lujo de que los estudiantes de la educación pública pierdan más días de clase. Ojalá se ampliaran las semanas académicas para recuperar el tiempo perdido y adelantar a quienes no pudieron cubrir la malla curricular correspondiente al año y medio de encierro por la pandemia.

Se necesitará mayor formación docente para entender las necesidades y emociones de nuestros estudiantes pospandemia. Con esos nuevos conocimientos se tendrán mejores herramientas para inspirarlos, animarlos, retarlos y formarlos.

Colombia y sus instituciones educativas no pueden hacer menos que concentrar todos sus esfuerzos, no solo en formar nuevos profesores, sino también en acompañar a los cientos de miles de docentes que actualmente dan clases y que requieren apoyo y formación adicional para aprender a educar a los estudiantes pospandemia.

El próximo quinquenio es de enorme responsabilidad para los docentes colombianos. No podemos fallarles a las futuras generaciones. No se trata de pedir más herramientas tecnológicas, o mejores aulas de clase, o mayor cantidad de materiales de estudio. Si no hay, es lo que hay. 

Se trata de adaptarse a millones de estudiantes, de todos los niveles educativos, que tienen enormes deficiencias en sus competencias académicas duras y blandas. 

Requerirán, de parte de los docentes, de doble dedicación, empatía, afecto y generosidad, sabiendo que también se les puede y debe exigir, inspirar y motivar. 

Estoy convencido de que todos los estudiantes, con un buen acompañamiento, serán capaces de sanar sus heridas visibles e invisibles. En unos años sabremos que el redoblar esfuerzos por nuestros estudiantes no será en vano. No nos podemos permitir equivocarnos. El futuro de las siguientes generaciones y del país es el que está en juego.

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