Daniel Samper Pizano
15 Mayo 2022 03:05 am

Daniel Samper Pizano

EL FANTASMA INVESTIGADOR

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A comienzos de 2006 se produjo el encuentro más fantasmagórico que haya presenciado Bogotá. En la oficina de un abogado penalista defensor de paramilitares coincidieron el narcotraficante más elusivo de Colombia y el periodista más invisible del país. El delincuente, un hombre de regular peso y estatura, cara simpática y pelo corto negro era Daniel Barrera, alias el Loco, un santandereano de 38 años convertido en el “nuevo patrón” de la droga en la capital y luego jefe de un grupo paraco en los llanos orientales. Manejaba tres cédulas, varias identidades y, con el tiempo, modificó su fisonomía a punta de bisturí y eliminó con ácido sus huellas dactilares. Al periodista se lo presentaron como “un importante comerciante”.

Los colegas del reportero definían a su compañero como “discreto”, “temerario”, “paciente” y “tranquilo”. Y sobre todo “invisible”. Sin exagerar demasiado podría decirse que más allá de la sala de redacción pocos lo identificaban. Pese a que desde 1994 trabajaba en la revista Semana, donde muchos de sus informes constituían denuncias demoledoras sobre corrupción administrativa, narcotráfico, guerrillas y abusos militares, el autor pasaba inadvertido. Ni siquiera firmaba.

Ricardo Calderon

Hoy ya no tanto. Gracias a sus chivas, que ahora salen en televisión y abarcan al área internacional, la imagen de Ricardo Calderón Villegas es más familiar que antes. En los últimos días otro destacado periodista, Diego Garzón, publicó un libro sobre Calderón, y El País (España) le dedicó amplio espacio. Muy conocido y querido por sus compañeros, sigue odiando la vida social y pasa agachado cuando le otorgan un premio, el último de los cuales fue un Rey de España por sus teleinformes sobre el asesinato del presidente de Haití. Ha recibido más de treinta galardones, pero solo acudió a recibir uno de ellos, el Simón Bolívar a su vida y obra, en 2013. Muchos que habían leído durante años sus famosas denuncias pudieron descubrir por primera vez su aspecto a través de la pantalla: calvo, miope, esbelto, barbado y sonriente. En palabras que pronunció aquel día destacó el trabajo en equipo, declaró que no se sentía cómodo “en este ni ningún otro escenario público”, recomendó a los periodistas jóvenes que no se dejen seducir por “la comodidad de la tecnología” y se definió como un soldado anónimo del periodismo: “el desconocido que recibe el premio más conocido de Colombia”. 

El libro de Garzón es una excelente manera de conocer a Calderón. Representa, a su vez, un modelo del relato de no ficción, donde abundan la recreación de diálogos, las descripciones y los minuciosos detalles. (Los mejores reporteros investigativos tienen memoria prodigiosa, como Calderón, Daniel Coronell, Alberto Donadío, Martha Soto, Gerardo Reyes, Yohir Akerman y otros que no recuerdo). Sus páginas adquieren a veces un carácter cinematográfico al relatar la intimidad de muchos de los informes de Calderón y cómo ha logrado este sobrevivir a palizas, amenazas diversas, atentados y trampas. Una de las jugadas sucias que más le indignaron la tendió José Obdulio Gaviria, consejero de Álvaro Uribe, al difundir la falsa especie de que Calderón traicionaba a sus fuentes. Uribe mismo lo sindicó por radio de haber recibido dinero para publicar calumnias y acabó rectificando la infame acusación.

Si fueron necesarios Dustin Hoffman y Robert Redford para recrear a Bernstein y Woodward, los parceros de Watergate, para encarnar a Ricardo haría falta un cruce entre Indiana Jones y el Señor Pelusín, estrella de Siete vidas, este gato es un peligro.

El reportero invisible es también un tratado de ética y ejercicio profesional que revela importantes claves del periodismo investigativo. Eso sí, el lector debe estar preparado para recibir dos impactos opuestos. Por un lado, la sensación descorazonadora de que este país está corrompido hasta la médula: es interminable el desfile de asaltantes de las arcas públicas, políticos sin escrúpulos, jueces torcidos, periodistas venales, asesinos uniformados (unos, de grupos ilegales, y no pocos, de las Fuerzas Armadas)... Hay episodios que se convirtieron en marcas vergonzosas, como los falsos positivos, las chuzadas del Das, las prisiones resorts, la Casa de Nari y los falsos testigos. Ciertos nombres y sombras parecen sobrevolar buena parte de los escenarios ilegales.

Por otro lado, el alivio de saber que hay gente valiente dispuesta a jugársela en defensa de la ley: magistrados insobornables, gobernantes sin tacha, congresistas laboriosos, militares rectos, empresarios éticos, periodistas como Calderón.

Los dos personajes que se conocieron de refilón en aquella oficina del abogado penalista nunca más se encontraron, por supuesto. Pero, dice Garzón, “el Loco fue una amenaza constante para Calderón durante seis años”, y el periodista siguió escribiendo sobre sus crímenes. En 2012 Barrera fue capturado y extraditado a Estados Unidos. Allí lo condenó un tribunal a 35 de prisión por narcotráfico.

Ricardo Calderón continúa dedicado a su labor de siempre en silencio y lejos de los reflectores. Ahora lo hace en Caracol Televisión, que lo alojó en noviembre de 2020, cuando el fantasma entendió que Semana, esencialmente transformada, había dejado de ser su casa de toda la vida.

ESQUIRLAS. Este Gobierno y sus sucursales están empeñados en hacer trizas la institucionalidad. La procuradora y ex ministra Margarita Cabello suspende en pleno auge electoral al alcalde de Medellín, elegido por voto popular, e Iván Duque lo reemplaza por un acólito suyo que arará el terreno al candidato de la derecha. ¿Justificación? Que el alcalde intervino en política. Quizás. Pero nunca tanto como el presidente y el comandante del Ejército.

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