Daniel Samper Pizano
26 Julio 2020

Daniel Samper Pizano

¡Oh júbilo inmortal!

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Nuevo aniversario del grito de Independencia, esta vez más pandémico que patriótico. Aquel 20 de julio de 1810 fue un día atípico; tan atípico que los colombianos estuvimos unidos por una meta común y la alcanzamos con un mínimo de violencia. Ignoro si, al sacrificar la cátedra de historia patria, ya no saben nuestros estudiantes lo del florero de Llorente, la arenga de Acevedo y Gómez y el reemplazo del virrey español por una Junta Suprema.

A largo plazo, lo más interesante no fue lo que ocurrió ese viernes, sino las cosas que pasaron en los días y meses siguientes. Ellas revelan el ADN nacional, son nuestro espejo. Como abrebocas, los indios fusagasugáes fueron desterrados, se calumnió y encarceló a un jerarca de la Iglesia y los precios alcanzaron la estratósfera: alfandoques a tres por real, arroba de azúcar a cuatro pesos y a tres la múcura de chicha... Corrían rumores de subversión y la tropa realista arcabuceó a varios sospechosos en los Llanos. Todo lo cual, aceptémoslo, ya se parece más a la esencia de Colombia que la jubilosa jornada del 20. Y las semejanzas iban a aumentar.

La cacareada separación de España era falsa. La Junta Suprema proclamó presidente al virrey (que no aceptó), aclaró que la pelea no era con España sino con Francia (que sojuzgaba a España) y manifestó su adhesión a Fernando VII (que fue el peor rey que ha parido la tierra de Cervantes). La ruptura general con la mamá patria solo llegó tres años después. Regresemos a julio de 1810: el pueblo levantisco, precursor de las redes sociales, se alborotó el 25 al correr el chisme de que el virrey intentaba asumir de nuevo el mando. Por poco lo linchan, lo que forzó a la junta a inventar la primera extradición clandestina. El 15 de agosto, mientras atiborraba las calles una procesión, cierto carruaje con el virrey a bordo salió al amparo de la oscuridad hacia Cartagena y de allí a España. ¿Les suena?

Mientras tanto, los 25.000 habitantes de Santa Fe retomaban la vida cotidiana. El diario de notas que entre 1743 y 1819 llevó el sastre José María Caballero cuenta que un zapatero mató a otro el 9 de octubre de 1810; el 8 de noviembre hubo serenata a altos dignatarios (montaban parrandas y serenatas casi todos los días) y el 11, corrida de toros (había toros casi todas las semanas). El 4 de diciembre murió de rabia un rico comerciante porque no le cuadró el balance: ¡había llegado el capitalismo...! Y el 8 regresó el personaje que iba a cambiar nuestra historia: don Antonio Nariño, quien, luego de inspirar la independencia con sus escritos y con la traducción de los Derechos del Hombre, volvía de una de sus clásicas temporadas de prisionero torturado. El pueblo santafereño, que lo admiraba como líder (piensen en un Luis Carlos Galán), tardó poco en investirlo presidente y más tarde en dictador (ojo: no conviene que esto lo sepa Claudia López). Nariño pensaba que el nuevo país debía ser centralista; pero otros próceres (entre ellos Torres, Caldas, Santander y a veces Bolívar) defendían un Estado federal. Las ideas se volvieron bandos sectarios y en torno a ellos se alineó la clase dirigente: el país ya estaba maduro para la primera de las 32 guerras civiles del coronel Aureliano Buendía. Estalló en 1812 y terminó en 1815, apenas a tiempo para seguir peleando, esta vez contra los españoles, que intentaban reconquistarnos con Pablo Morillo al frente. Lo apodaban el Pacificador y, como casi todo pacificador, hacía la guerra sin reparar en derechos humanos. Tal como ahora. La Virgen de Chiquinquirá ya rondaba por ahí, pero apostaba a los dos bandos (está documentado). Por el costado rival, Bolívar fusiló a 886 españoles en 1813 y Santander a 60 prisioneros en 1819. Cosas son que llevamos en el ADN.

En Bogotá campeaba ya la inseguridad. Primero pulularon los crímenes inter pares: marchanta apuñala a marchanta, miliciano se carga a miliciano, chapetón liquida a chapetón, NN mata a NN... Luego todos los demás: marido contra mujer, deudor contra acreedor... En esta materia el país ha avanzado: se ve más proactividad, más empoderamiento. Los odiados y vituperados reconquistadores entraron a Santa Fe en mayo del 1816 y los cachacos los recibieron como héroes, con fiestas, voladores y vivas al rey y a Morillo. ¿Recuerdan el retorno triunfal del defenestrado dictador Rojas Pinilla?

El Pacificador puso paz... en la tumba de decenas de patriotas ejecutados. Muchos son parte de nuestra historia. En cambio, la amnesia cubre a los héroes de estrato bajo. Tomás, un niño mulato que enfrentó cuchillo en mano al amo maltratador (abril de 1813). Manuel María, un negrito que gritó: “Si ser patriota es delito de muerte, lo soy aunque pierda la vida” (mayo de1816). Lo fusilaron. En 1818 había nuevo virrey, que mataba sin distingos de raza: en solo dos meses arcabuceó a cuatro blancos, tres negros y un indígena. Pero estos mártires del pueblo no recibieron el reconocimiento de sus conciudadanos. Así eran las cosas después del 20 de julio, y siguen siendo parecidas. No hay nada nuevo bajo el jubiloso sol de Colombia.

(Aprovecho para recomendar la mirada humorística de Lecciones de histEria de Colombia, Edición Bicentenario, 2019. El autor soy yo, pero el libro es chévere).

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