Daniel Samper Pizano
6 Diciembre 2020

Daniel Samper Pizano

¿Vacunas? ¡Mamola!

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Avanza un proyecto de ley según el cual los colombianos tendremos vacuna anticovid gratuita y universal. Parece sano, justo, bonito y sensato. Pero, no nos engañemos, se trata de una mera declaración, algo que propone un ideal pero rara vez lo consigue: Tanto la carta de Derechos del Hombre como nuestra Constitución (artículo 13) dicen que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, etc. Fantasías. En la vida real una mujer yemenita no tiene la libertad de una alumna de Harvard y un negrito (¿o debo decir pequeño infante afrocolombiano?) del Chocó no conoce los mismos derechos que un gomelo bogotano.

Igual ocurrirá con el derecho universal y gratuito a la vacuna. Ante la noticia de que el gobierno nacional compró 10 millones de dosis, ya se están arremangando 50 millones de ciudadanos para que les pongan su pinchazo. Siento decirles: mamola. También miles de millones de terrícolas, enterados de que empiezan a vacunar a los británicos, se ven inmunizados en cuestión de pocos meses. Otra vez, mamola. La realidad es muy distinta y bastante cruel.

Empecemos por Colombia. Diez millones de dosis son 5 millones de vacunas (se requiere doble ración) y de esos 5 millones se cree que podrían fallar 250.000. Quedan 4.750.000 inoculaciones para el grupo de personas en grave riesgo, que son, básicamente, los trabajadores de la salud y la gente vulnerable (mayores de 60 años y ciertos enfermos). Pero ocurre que en el grupo letal califican 14 millones de ciudadanos, o sea que casi dos tercios de ellos se quedarán esperando el arribo de las prometidas dosis de la Organización Mundial de la Salud (OMS) o un nuevo esfuercito del exhausto presupuesto nacional. A su lado aguardan los restantes 45 millones de compatriotas que no caben como indispensables o vulnerables, aunque sospecho que la plata y las palancas abrirán algunos cupos por debajo de cuerda. El ministro de Salud habla de que la inmensa mayoría de los colombianos “tendrán acceso a la vacuna en 2022”. Supongamos que así será. ¿Y mientras tanto? Mientras tanto, el virus seguirá enseñoreándose, los hospitales estrechándose, los ciudadanos violando las normas de bioseguridad y los estudiantes sometidos a una enseñanza virtual que, por pobreza y cortedad tecnológica, solo alcanza a una parte de los niños. Ya conocemos el botín del enemigo invisible durante diez meses en nuestras tierras: 1.140.000 contagios, 37.000 muertos y una legión de arruinados, desempleados y empobrecidos. Los corolarios son obvios: si no cambiamos de costumbres y adquirimos un poco de responsabilidad y civismo, cuando llegue la vacuna dentro de casi dos años hallará diezmados los candidatos a recibirla.

En el planeta las cosas son peores. La OMS aspiraba a crear una especie de gran cooperativa universal, Covax, que recogiera la producción de vacunas y las repartiera según un índice equitativo de vulnerabilidad.  Se matricularon más de 170 países, entre ellos varios de los más poderosos, que siempre apuestan a todos los caballos. Ingenua la OMS: creía que éramos “iguales en derechos y en dignidad”, pero, antes de que parpadeara, los gobiernos más ricos firmaron acuerdos por separado con los laboratorios que ofrecían las mejores perspectivas de una vacuna pronta y segura. De este modo el espíritu despiadado del capitalismo salvaje se reprodujo en el mercado antivirus y, sin que hubiera salido aún la primera vacuna, una oligarquía de naciones que representa al 13 por ciento de la población mundial ya había acaparado el 51 por ciento de los productos en prueba. Las farmacéuticas –sobre todo Pfizer y Moderna-- firmaron dichosas los contratos no obstante que las autoridades científicas rogaban que se olvidaran de ganancias, enjugaran gastos y donaran a la humanidad las fórmulas. Así hicieron, por ejemplo, Marie Curie y su esposo al descubrir la radioactividad.

Para mayor tragedia, le cayó al mundo el virus Trump con su lema egoísta de America First. Estados Unidos se retiró de la OMS y exprimió su jugosa chequera hasta asegurarse un futuro inmediato cómodo: 40 millones de dosis en diciembre, 70 millones en enero, otro tanto en febrero y 150 millones mensuales de marzo en adelante. “La inmensa mayoría de los estadounidenses estarán vacunados en junio”, asegura The New York Times. Europa se ha quedado un poco atrás, pero tiene con qué seducir a los laboratorios, mientras que China y Rusia van por su lado con sus propios inventos.

Ante este panorama, las 4.750.000 vacunas completas de Colombia son, sin desconocer los esfuerzos del Gobierno, una borona. Pero es más duro el calvario de África y partes de Asia y América Latina, cuya única esperanza es el desvalido Covax. En suma, solo habrá vacunas cooperativas para catorce de cada cien inquilinos del planeta. Sylvie Moon, experta internacional, comenta: “Rige la ley de la selva. Los países más poderosos se han asegurado existencias de vacuna muchísimo mayores que el resto de mundo”. La prestigiosa Universidad de Duke (Estados Unidos) añade: “Los contratos directos de los países ricos han dejado solo un trocito del pastel para que se repartan los demás en forma equitativa”. Y el director de la OMS lamenta que las soluciones no se acordaron “a partir de imperativos de moral pública”, sino a punta de dinero.

Habría querido que la conclusión de esta columna citara a Sócrates, San Agustín, Spinoza, Kant o por lo menos Woody Allen. Pero el que tenía razón era el finado Guillermo Zuluaga, Montecristo: “El que tiene plata marranea”.

ESQUIRLA. Si un juez de circuito de Bogotá cree que tiene poderes para rectificar a la OMS y sus científicos, entonces que prohíba la presencia del Covid19 en el país y ordene que los enfermos sanen.

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