Leo para esta época de navidad el precioso libro del investigador mexicano Miguel León-Portilla Quince poetas del mundo nahuatl. Esta obra presenta una selección de los poetas y cantores más representativos del universo nahuatl con sus respectivas biografías. Los poemas escogidos van precedidos de enriquecedores trazos de la cosmogonía indígena que impregnaba el ambiente social y político en el que vivieron y crearon estos autores prehispánicos.
Entre esos creadores nahuatl se encuentra Tlatecatzin quien vivió en el siglo XIV. Es considerado un cantor del placer, la mujer y la muerte. En un poema dedicado a una abutani, como llamaban a una mujer pública en esos tiempos, el poeta reflexiona sobre la muerte que indiscriminadamente pone fin a las alegrías de la vida entre seres comunes, cantores y príncipes. Cada uno está aquí, sobre la tierra/ vosotros señores, mis príncipes/si mi corazón lo gustara, se embriagaría/ Yo solo me aflijo, digo, que no vaya yo al lugar de los descarnados/ Mi vida es cosa preciosa/Yo solo soy, yo soy un cantor/de oro son las flores que tengo, declara el poeta.
Uno de estos poetas es un ser infortunado. Se trata de Cuacuauhtzin quien al encontrar casualmente en el bosque al rey poeta Nezahualcoyotl le invita a su casa. El rey no había podido encontrar una esposa digna de concebir un heredero. Su generoso anfitrión pide a su hermosa prometida Azcalxochitzin que sirva los alimentos y bebidas del rey. Este retorna a su palacio con la intención de enviar a la guerra al poeta Cuacuauhtzin para que perezca en ella, de esta forma podría tomar para sí a la joven prometida. El poeta se entera de los planes del rey y organiza un convite al que asisten sus familiares más cercanos y sus mejores amigos. Sabe que esa fiesta es la despedida definitiva y que camina desdichado hacia la muerte. Lo lacera despedirse de su prometida, pero lo que más lo aflige es que quien ordena su muerte es un poeta como el, un amigo al que había agasajado en su casa. ¿Adónde en verdad iremos que nunca tengamos que morir? Aunque fuera yo piedra preciosa, aunque fuera oro, seré yo fundido/allá en el crisol seré perforado/ Solo tengo mi vida, yo, Cuacuauhtzin, soy desdichado. Inevitablemente, Cuacuauhtzin como estaba previsto muere en la batalla en 1443.
Estos cantos y poemas, nos revela León-Portilla, se conservaron en libros pictoglíficos o códices indígenas llenos de bellas ilustraciones. En esas pinturas las palabras de los poetas se plasman como volutas floridas que surgen de las bocas de los personajes. Tanto el proceso de creación, aprobación y representación en público de los poemas y cantos están asociados a fiestas, rituales y danzas. Dichos eventos celebran la vida a la vez que propician la reflexion acerca de su fragilidad, su naturaleza onírica y la condición efímera de la existencia vegetal y humana. Ello se refleja nítidamente en el poema de Tochihuitzin: De pronto salimos el sueño, solo vinimos a soñar/No es cierto, no es cierto que vinimos a vivir sobre la tierra/ Como yerba en primavera es nuestro ser/ Nuestro corazón hace nacer, germinan flores de nuestra carne/ Algunas abren sus corolas, luego se secan/ Así lo deja dicho Tochihitzin.