Federico Díaz Granados
7 Abril 2024

Federico Díaz Granados

Bajo el signo del Bogotazo

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Corría la década de los ochenta y en medio de las noticias que llegaban de la Guerra fría y los tropiezos del proceso de paz que había iniciado el presidente Belisario Betancur con las Farc y el M-19 entre otros grupos insurgentes los niños de ese momento veíamos la programación en los tres canales de televisión pública.  Los domingos en la noche, después del noticiero, en plena franja Prime Time, era el momento en el que muchas familias se reunían para ver la serie Revivamos nuestra historia que, bajo la asesoría histórica de Carlos José Reyes, la producción de Eduardo Lemaitre y la dirección de Jorge Alí Triana nos relató por medio de buenos dramatizados con excepcionales actuaciones algunos hechos históricos de nuestro país. 

En junio de 1984 se estrenó El Bogotazo, una miniserie de cinco capítulos sobre el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y los eventos posteriores en los que se incendió el centro de Bogotá y se fracturó para siempre nuestra historia como nación. En mi casa estaba la primera edición del libro que la Universidad Central, durante la rectoría de Jorge Enrique Molina, le había publicado al escritor Arturo Alape: El Bogotazo Memorias del olvido. Era una edición gruesa que mi padre tenía subrayada en diferentes colores. Las tertulias de esos días eran alrededor de ese libro y de la primera edición, también publicada por el fondo editorial de la misma universidad, de La tejedora de coronas del escritor cartagenero Germán Espinosa. El libro de Alape traía fotos y capítulos enteros dedicados a los testimonios y las voces de centenares de testigos de esa fatídica fecha.  Lo cierto es que al ser un tema cotidiano en las tertulias de entrecasa la adaptación resultaba muy atractiva para conocer la narrativa que allí se contaba. El elenco era de lujo: Edgardo Román hacía el papel de Gaitán, Víctor Mallarino el del presidente Mariano Ospina Pérez, Constanza Duque el de doña Berta Hernández de Ospina, Gloria Zapata el de Amparo Jaramillo de Gaitán, Alberto Saavedra representaba a Darío Echandía, Manuel Pachón a Plinio Mendoza Neira, Oscar de Moya a Diego Montaña Cuéllar y el gran Jairo Camargo a Juan Roa Sierra. 

Era un tiempo en el que las adaptaciones literarias o históricas para televisión tenían matices teatrales y los libretos estaban llenos de frases donde había un cuidado del idioma y de la veracidad de los hechos mencionados. Todos los actores y actrices venían de las grandes escuelas de teatro del país y tenían una sólida formación en el estudio de los personajes. Eso permitía que uno asistiera a una puesta en escena cuyos parlamentos quedaban grabados en la memoria. Así conocí siendo niño los eventos del 9 de abril de 1948 y me inquietó, con el paso del tiempo, indagar por tantos misterios que rodean esta fecha y que han sido plasmados en numerosos estudios y páginas literarias.

El misterioso personaje de Juan Roa Sierra será para siempre un enigma en nuestro relato histórico. Si actuó como un lobo solitario aquel día o si detrás de él había todo un complot de tantos interesados en eliminar a Gaitán es un asunto que a estas alturas está más cerca de la literatura que de las ciencias sociales. Lo cierto es que se trata de un personaje lleno de matices psicológicos y obsesiones que bien ha sabido retratar el escritor Miguel Torres en su Trilogía del 9 de abril integrada por las novelas El crimen del siglo, El incendio de abril y La invención del pasado. La presencia de Fidel Castro en la Bogotá de esos días también resulta un acontecimiento de novela. Él, junto a otros estudiantes cubanos, llegó a capital colombiana para asistir a un encuentro paralelo de ideas progresistas, bajo el amparo y padrinazgo de Juan Domingo Perón desde Argentina, en reacción a la IX Cumbre Panamericana que por esos días se celebraba en Bogotá con presencia de cancilleres y vicepresidentes de veintiún países entre ellos el general George Marshall.  Ya la crónica de Alape nos ha contado que Fidel estaba fascinado por la figura de Gaitán y que tenía cita con el líder liberal ese viernes 9 de abril a las dos de la tarde según consta en la agenda marcada de puño y letra de Gaitán dos días antes. Nunca llegó a la cita y seguramente tampoco iba a llegar, según cuenta Gabriel García Márquez en el capítulo dedicado al “Bogotazo” en Vivir para contarla, porque la invitación a almorzar de Plinio Mendoza Neira para celebrar la victoria jurídica en la que Gaitán logró la absolución del teniente Jesús María Cortés Poveda seguro se prolongaría el resto de la tarde. Todo aquel testimonio del líder cubano aparece narrado con detalles y con un estilo cercano y ameno en el libro de Alape.  

Fidel Castro regresó a Bogotá cuarenta y seis años después para asistir a la posesión presidencial de Ernesto Samper Pizano. Al día siguiente, el 8 de agosto el senador de la Unión Patriótica Manuel Cepeda organizó un acto cultural de bienvenida Fidel.  Arturo Alape y mi padre entre otros fueron oferentes. Yo asistí a dicho evento en el Salón Rojo del Hotel Tequendama y el reencuentro del presidente cubano con Arturo Alape fue tan emotivo que rompieron los protocolos del orden del día y compartieron con el público anécdotas inéditas no solo del 9 de abril sino de la entrevista que sostuvieron cuando Alape preparaba su libro. 

Ahora que la editorial Alfaguara reedita la novela El cadáver insepulto de Arturo Alape, que también tiene como escenario aquel viernes lluvioso del 9 de abril, vale la pena recordar tantos otros libros que han sido fundamentales, desde lo histórico, lo periodístico o lo literario para el esclarecimiento de esa verdad que todavía nos deben a los colombianos. Este es un buen día para recordar El día del odio de José Antonio Osorio Lizarazo, Cóndores no entierran todos los días de Gustavo Álvarez Gardeazabal, ¡Mataron a Gaitán! de Herbert “Tico” Braun, emblemático profesor de la Universidad de Virginia,  La selva y la lluvia de Arnoldo Palacios, Estaba la pájara pinta sentada en su verde limón de Albalucía Ángel, Bogotá Zombie, se levantan los muertos de Felipe González, Adriana Montoya y Rafael Navarro, ¿Qué pasó el 9 de abril?, itinerario de una revolución frustrada de Eduardo Santa, El jardín de las Delicias de Guillermo Cardona y Pa' que se acabe la vaina de William Ospina así como volver a las fotos de Manuel H. Rodríguez, Sady González y Tito Celis que tantas veces nos han traído al presente de una forma tan nítida los rostros de una ciudad destruida y de unos personajes anónimos que fueron testigos del día más trascendental de nuestra historia en el siglo XX. 

Aquella mañana del 8 de agosto de 1994 en el Hotel Tequendama Fidel se explayó en anécdotas Al día siguiente, el alma de ese homenaje, Manuel Cepeda, fue asesinado en la Avenida de las Américas a las nueve de la mañana. El círculo vicioso de nuestra violencia continuaba y nos seguía arrebatando mentes llenas de lucidez y sensibilidad para comprender los motivos profundos que dejaron tantas grietas en nuestro destino. Ahora, el 9 de abril de cada año, de acuerdo con el artículo 142 de la Ley 1448 de 2011, se conmemora el Día de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas del Conflicto Armado en Colombia. Que sea esta una fecha y un pretexto para recordar a cada una de esas víctimas que escribieron desde sus orillas, desde sus ideas, desde sus disensos y contradicciones, las páginas de un relato llamado Colombia que merece de una manera definitiva tener un desenlace feliz y en paz. Que nuestra tragedia como nación tenga un punto final para que no sigamos viviendo para siempre bajo el signo del Bogotazo. 
 

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más Columnas