Federico Díaz Granados
31 Marzo 2024

Federico Díaz Granados

Como esperando abril

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Abril no es un mes indiferente. Es un mes de comienzos, de primeras veces y también de cierres y renovaciones. De eso han dado cuenta músicos y poetas que han evocado a este mes con sus misterios y fosforescencias. Es el mes de la primavera en el hemisferio norte en el que comienzan a aparecer las primeras flores y la luz toma unos matices que despiden por fin el largo y oscuro invierno. En el sur del mundo termina el verano y un sonido en el viento y cierta nostalgia en el ambiente por el final de una temporada de paseos y reencuentros familiares y de afectos anuncia la llegada del otoño con sus primeros abrigos y hojas naranjas. Eso es abril. Un mes propicio tanto para la melancolía como para la reflexión. Qué bella palabra esa de melancolía, tan llena de ritmo y emoción, al punto de que Pablo Neruda haya comparado la belleza del amor con esa palabra: “Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, / y te pareces a la palabra melancolía”, y que Eduardo Carranza escribiera también en su momento “Te llamarás silencio en adelante / Y el sitio que ocupabas en el aire / se llamará melancolía”. Es, entre tantas otras emociones, lo que despierta abril que, al parecer, para unos, viene del verbo latino 'aperire' (abrir), porque es el tiempo en que la tierra se abre y brotan de ella las más bellas ofrendas de la naturaleza y para otros viene de la palabra griega 'aphrós' (espuma) que nos llevaría a Afrodita como otra metáfora de la primavera y el nacimiento.

Recuerdo que la primera canción del disco Días y flores del cantautor cubano Silvio Rodríguez era Como esperando abril, una canción festiva que transmitía optimismo. Eran los días de la zafra y la frescura revolucionaria de esos días inspiraba a muchos artistas mientras entonaban alrededor del movimiento de la Nueva trova cubana “Mucho más allá de mi ventana / Mi esperanza jugaba / A una flor, a un jardín / Como esperando abril”. De igual forma el gran Joan Manuel Serrat que nos contagió a través de su voz y unos precisos acordes la inmensa poesía de Antonio Machado y Miguel Hernández nos recordó que “Especialmente en abril / Se echa a la calle la vida / Cicatrizan las heridas / Y al corazón como al sol”. Así este mes es puntual para que las heridas muden de piel y la esperanza juegue a ser una flor o un jardín.

Abril es una transición perfecta y exalta los regresos, aquellos retornos que han marcado la vida de todos y que la literatura ha definido de múltiples formas a través del viaje de los héroes y de las heroínas a través del tiempo. El regreso cargado de fortunas o experiencias o de derrotas y fracasos, pero con una mayor fuerza moral para afrontar las aventuras y tempestades. Por eso abril va mucho más allá de una posición en el calendario, es un símbolo exacto de cambio y una promesa para la vida. En el mundo cristiano, con algunas excepciones, la Semana Santa cae entre finales de marzo y comienzos de abril siendo la resurrección el epicentro de la esperanza en la eternidad.

Sin embargo, en La tierra baldía de T. S. Eliot, una de las grandes epopeyas del siglo XX, el comienzo de la primavera es el momento ideal para enterrar los muertos. “Abril es el mes más cruel: Abril es el mes más cruel: engendra / lilas de la tierra muerta, mezcla / recuerdos y anhelos, despierta / inertes raíces con lluvias primaverales”. Sin duda este es el comienzo de uno de los libros más conmovedores de la poesía universal y que se convertiría en la gran elegía por un mundo quebrado. La transformación de la primavera también es una evidencia de la fragilidad de las certidumbres en el que el dolor y la muerte son protagonistas del momento. Eso lo sabemos muy bien nosotros porque fue en abril el punto de quiebre de nuestra historia con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, o el robo de las elecciones del 19 de abril de 1970, que daría posteriormente origen a la guerrilla del M-19. Nuestra propia realidad estaría más cercana a los versos de Eliot que a los de Machado, Benedetti, Rubén Darío y tantos otros que cantaron al mes de abril con euforia e ilusión. T.S. Eliot estaría más cercano a la sensibilidad de nuestro presente y memoria, de nuestro conflicto interno y de nuestras orfandades. Esta “Tierra baldía” que alberga el alma humana y que contrasta con la selva de La vorágine o el paisaje de Macondo está llena de los horrores que el gran poeta de lengua inglesa denunció en su obra cumbre. “Abril es el mes más cruel (…) / El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo / la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo / una pequeña vida con tubérculos secos.".

No puede ser cruel un mes que inspira la canción April Come She Will que muchos escuchamos en una de las escenas de El graduado con Dustin Hoffman. Hace poco encontré un video de Art Garfunkel con más de ochenta años, cantando en plena pandemia en el balcón de su apartamento en Manhattan este himno generacional “April, come she Will / When streams are ripe and swell with rain”. Verlo anciano, lleno de vitalidad, como una primavera, con telón de fondo el Central Park que había servido para aquel legendario concierto del 19 de septiembre de 1981 fue para mí una lección y una promesa de vida. Aquella diáfana voz que hizo célebre a Garfunkel ya no estaba, pero su fuerza y color en una voz gastada, ronca y llena de delicadeza, me permitió emocionarme otra vez con una de las más bellas canciones del folk norteamericano. 

“Había descubierto el poder / de la distante belleza, / la que se detiene y no gira. / Y aquello que era disminución / se hacía retorno, / espera jubilosa de otro abril, completo, rotundo, sin temores” nos dice el poeta colombiano Juan Felipe Robledo. Y así, sin temores y listos a descubrir la belleza, nos sorprende este mes cuando todo lo viejo, como la voz de Garfunkel o los versos de T. S. Eliot, se ha hecho otra vez y por un instante nuevo, infinito y permanente para siempre en el alma humana. 
 

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