Luis Alberto Arango
6 Octubre 2023

Luis Alberto Arango

Cómo fracasar haciendo empresa

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Gastos innecesarios, opulencia e irresponsabilidad utilizando los recursos de una empresa son signos inequívocos de una quiebra segura.

Hay algo en la esencia humana que nos impulsa a soñar en grande, a aspirar a la luna mientras todavía no hemos aprendido a volar. En el mundo de los negocios, esa ambición es necesaria y casi obligatoria. Pero cuando es impulsiva, ciega e imprudente, puede llevar a la ruina a cualquier emprendimiento, sin importar cuán prometedor pueda parecer en sus inicios.

Hace una semana, compartí una tarde con un amigo empresario que lidera una empresa de productos de belleza y bienestar en Colombia. Mientras almorzábamos, mi amigo me relató una historia que quedó grabada en mi memoria. Un amigo suyo fundó una empresa similar casi al mismo tiempo que él y otro socio. Al cabo de tres años, ese amigo se desplazaba en un automóvil de alta gama que había sacado por un leasing de su nueva empresa, disfrutaba de vacaciones de ensueño, almorzaba en lujosos restaurantes y parecía vivir sin preocupaciones. 

En contraste, mi interlocutor y su socio no podían soñar con tener un carro gracias a la empresa, debían reinvertir cada peso que su negocio generaba, ya que necesitaba financiar el crecimiento y afrontar los desafíos que surgían día a día. Pocos años después, el panorama cambió radicalmente. El amigo que derrochaba lujo y opulencia vio su negocio quebrar, mientras que mi interlocutor y su socio, quienes había practicado la austeridad y la reinversión, empezaron a recoger los frutos de su paciencia y sacrificio. 

“Pocos años después, el panorama cambió radicalmente. El amigo que derrochaba lujo y opulencia vio su negocio quebrar…”

Hoy, 33 años después, ve con perspectiva aquellos días y aunque puede permitirse lujos, considera más importante seguir invirtiendo en su negocio, generando empleo y desarrollo, o ayudar a otros emprendedores, asociándose con ellos, aportándoles capital semilla y su propia experiencia, para hacer realidad sus ideas y proyectos. Mi amigo, compartió una máxima que él y su socio han construido, gracias a la sabiduría que da el tiempo: “En cada decisión, priorizamos el bienestar de la empresa por encima de nuestros intereses como socios”.

Este relato me recordó otra historia de varios hermanos del sector constructor: hicieron empresa y alcanzaron un éxito durante sus primeros años de existencia, el mismo que lograron mantener durante casi una década, pero su gestión financiera era temeraria. En lugar de seguir principios financieros conservadores y uso racional de recursos, desviaban los fondos anticipados de proyectos hacia lujosas adquisiciones personales y un estilo de vida ostentoso. 

Estos recursos, destinados originalmente a garantizar la ejecución de proyectos, se evaporaban en caprichos, siendo sustituidos por nuevos anticipos y maniobras financieras que los mantenían a flote momentáneamente. Además, endeudaban en exceso a la empresa para adquirir maquinaria sobredimensionada, basándose en audaces proyecciones de crecimiento muy alejadas de la realidad. La suma de imprudencias se convirtió en su talón de Aquiles. En poco tiempo, perdieron su empresa, que hoy está en manos de sus principales acreedores.

La moraleja de estas historias es clara: el éxito en el mundo empresarial no se mide por el carro que conduce, las vacaciones que toma, la ropa de moda que lleva puesta, el tamaño del apartamento en el que vive o el restaurante de lujo al que va. Se mide por la capacidad de entender que la verdadera riqueza de un emprendimiento no está en la cuenta bancaria que tenga, sino en su potencial de crecimiento sostenible, en su capacidad de adaptación y en la prudencia de sus gestores y administradores.

"El éxito en el mundo empresarial no se mide por el carro que conduce, las vacaciones que toma, la ropa de moda que lleva puesta…".

Ciertamente, es tentador dejarse llevar por el deseo de gratificación instantánea, especialmente en estos tiempos de historias de éxito viral y fortunas que se construyen de la noche a la mañana. Pero como lo cuentan los dos casos que he narrado, el éxito duradero no se basa en la ostentación, sino en el trabajo duro, la reinversión inteligente y, sobre todo, en la paciencia.

Así que, para aquellos que sueñan con hacer empresa y construir un negocio sólido, recuerden: no es el brillo inicial lo que cuenta, sino la luminosidad constante y sostenida a lo largo del tiempo. Eviten los gastos innecesarios. Fortalezcan su empresa, lleguen al punto de equilibrio y supérenlo de manera sostenida, solo entonces, disfruten de los frutos de su esfuerzo con sabiduría y prudencia.

“…el éxito duradero no se basa en la ostentación, sino en el trabajo duro, la reinversión inteligente y, sobre todo, en la paciencia”.

En el mundo de los negocios, como en la vida, no es tanto lo que gana, sino lo que conserva y cómo lo usa, lo que marca la diferencia entre un éxito fugaz y una victoria duradera. 


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