Sebastián Nohra
20 Septiembre 2023

Sebastián Nohra

Los amigos de Hugo y Fidel

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Hacer del castrochavismo una caricatura y ponerle el sombrero de comunista a todo tipo de crítico con el uribismo provocó que no pudiera ser tomada en serio la histórica relación y afinidad ideológica de parte del actual Gobierno con los gobiernos de Cuba y Venezuela. Este juego de palabras que inventó Uribe electoralmente tuvo uno vida útil para el Centro Democrático, pero por su abuso y uso maniqueo perdió credibilidad entre la ciudadanía. 

El castrochavismo quedó reducido a un arma de manipulación para debilitar las posibilidades de cualquier proyecto que amenazara la posición del uribismo como el eje del poder político en Colombia. Era un reflejo irreflexivo.

Que eso sea cierto no es un argumento para negar que Gustavo Petro, Francia Márquez, Piedad Córdoba, Iván Cepeda y otros miembros muy importantes del Pacto Histórico, sean dóciles y complacientes con el terror estatal y la miseria que desde hace décadas provocaron las ideas de Fidel Castro y Hugo Chávez en sus países. A algunos les parecerá que es un “fantasma de la ultraderecha”, pero es una discusión que está en Colombia más vigente que nunca y que se debe renovar e imponer con la seriedad que corresponde. Sin la superficialidad del gastado castrochavismo. 

La semana pasada el presidente lloró el martes a las víctimas de la dictadura pinochetista y el sábado salió en defensa de la revolución cubana. Un discurso hipócrita que representa la histórica defensa del castrismo de una parte importante de los académicos e intelectuales más notables de la región. 

Cuba ha tenido tantas alas en el concierto internacional, en parte porque varios pensadores y políticos nuestros han entendido que reprimir libertades y perseguir minorías son daños razonables si se persigue con decisión el capital y la propiedad privada. Son simpatizantes de que hay “buenas dictaduras”. 

Al igual que una camada nutrida de “defensores de derechos humanos”, que en realidad son defensores de algunos derechos humanos, han llenado las nóminas de los gobiernos y las ONG para hacer programas y políticas que solo ayudan y visibilizan las víctimas de dictaduras de otros colores. Esta flexibilidad moral le permitió a las tres dictaduras que hoy tiene el continente contar con una protección y consideración política especial. 

Cuando el presidente y algunos de sus colaboradores le dicen al mundo que los cientos de miles de migrantes que pasan por el Darién son “víctimas del bloqueo norteamericano”, en realidad sugieren que la represión y las políticas económicas del chavismo no tienen nada que ver con el colapso de Venezuela. Piensan que el país sería próspero y no tendría hiperinflación sin las sanciones económicas. Eso es una defensa de su modelo político y económico. 

Tampoco son marginales las referencias y fotos de miembros del Pacto Histórico con Stalin, Mao y el Che Guevara. Es una realidad que un brazo importante de quienes nos gobiernan están hermanados con la extrema izquierda y no tienen ningún afán en disimularlo. Proyectan un país en que se diluyan las fronteras entre el partido y el Estado y los burócratas planifiquen todos los aspectos de nuestras vidas. 

Muchos de nuestros padres y abuelos acompañaron el entusiasmo por el comunismo con la revolución cubana y gracias al calor del contexto intelectual de la época. Era comprensible. Pero ya cayó el martillo del siglo XX y no puede ser que hoy quienes nos gobiernan sigan encallados en los 60, defendiendo brutales dictaduras y matizando la defensa de los DDHH según las circunstancias.
 

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