Weildler Guerra
14 Diciembre 2023

Weildler Guerra

Peajes, galletas y mendicidad infantil

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Un vehículo todo terreno lleno de turistas se desplaza raudo hacia la Alta Guajira por caminos arenosos. Al llegar a una curva, una cuerda sostenida por niños indígenas le hace detenerse. El experimentado conductor aconseja a los turistas darles las galletas achocolatadas que previamente han comprado en Uribia. Uno de los viajeros se asoma por la ventana y conmovido entrega dos galletas a una niña wayuu que sonríe al recibir la esperada golosina. Al pasar esta cuerda a los turistas les esperan seis peajes más con pocos metros de distancia. La escena se repetirá durante las cuatro o seis horas de la travesía y el paquete con confites, bombones y galletas se acabará antes de culminar el viaje.  Entonces deberán compartir las pequeñas bolsas o botellas con agua. Con frecuencia algunos de los niños más pequeños se atraviesan de manera imprudente y se acercan con riesgo a las ruedas del automotor que rápidamente reanuda su marcha. Así funcionan los centenares de peajes infantiles wayuu en el norte del territorio guajiro.

Un interrogante extendido surge en los sectores ciudadanos ¿cuál es la naturaleza de estos?, ¿son simplemente puntos de mendicidad infantil?,  ¿se trata solo de un juego de niños?, ¿estas cuerdas actúan como alcabalas informales para controlar el cruce de vehículos y personas ajenas al territorio familiar? ¿constituyen estos retenes una respuesta a la crisis de la economía tradicional wayuu que busca articularse a los dividendos del turismo? Lo cierto es que los peajes indígenas son heterogéneos y no todos son operados por niños. Algunos de ellos están situados paralelamente a una vía principal y actúan como una competencia abierta al recaudo del Estado y de las concesionarias privadas. Otros buscan que el viajero se detenga a comprar pescados y camarones secos. Algunos, manejados por adultos, cobran dinero a cada uno de los motociclistas foráneos que como enjambres de langostas atraviesan un resguardo indígena de más de un millón de hectáreas sin que nadie regule su tránsito.

Curiosamente los únicos que no se plantean estos interrogantes son las autoridades de los distintos niveles territoriales. Estos peajes se han multiplicado geométricamente en la última década ante la desidia de todos los entes públicos. Las familias wayuu tradicionales veían como una vergüenza colectiva la mendicidad. Hoy esta práctica se ha ido naturalizando. Ante esto ¿quién responde por los peajes infantiles? ¿El ICBF? ¿Los alcaldes? ¿Las autoridades tradicionales indígenas? ¿Los voceros de este grupo amerindio? 

Al final cabe preguntarse por el estado de salud que espera a los niños indígenas que solo reciben y consumen diariamente cantidades enormes de dulces recaudados en los peajes. Un estudio reciente de la Veeduría Ciudadana por el cumplimiento de la Sentencia T302 de la Corte Constitucional señala que el grupo de niños cuya edad se encuentra entre los seis y los diez años constituyen el 66,6 % de los infantes que operan los peajes del Cabo de la Vela.  Le siguen los del grupo conformado por menores de cuatro años con el 9,4 %.  Los niños indígenas wayuu retornados de Venezuela pueden representar en localidades como Cucurumana hasta el 67 % de los que operan estas cuerdas.  

Todos, empresarios, comunicadores y funcionarios hablan hoy de la desnutrición infantil wayuu. Casi nadie menciona a los niños de los peajes. ¿Qué porvenir espera a seres humanos que han visto desde su infancia a la carretera como fuente fácil y renovable de dinero y alimentos azucarados?  Ciertamente su futuro no es algo que  podamos calificar de promisorio y almibarado.  

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