Luis Alberto Arango
7 Julio 2023

Luis Alberto Arango

Trabajar con un brillante despreciable

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Una interesante pregunta en Twitter generó toda clase de respuestas a una falsa dicotomía sobre la que vale la pena reflexionar.


Hace unos días, en mis minutos rutinarios que dedico a revisar Twitter, me encontré con un trino que llamó mi atención. El pasado 4 de julio, la usuaria @mlberp (Dra. Malu) planteó una pregunta, a la que cambiaré parte de su contenido para evitar el uso de una palabra de grueso calibre del texto original: "¿Ustedes qué prefieren, trabajar con una persona despreciable en su trato, pero muy inteligente o trabajar con una persona que no es la más pila, pero buena persona?" Sus más de 170 respuestas con variada intensidad de reacciones, refleja algo más profundo sobre la naturaleza e interacciones en nuestro trabajo y por extensión en nuestra vida. 

La respuesta más común fue la de trabajar con alguien de buen carácter, aunque no sea el más brillante. Esto no es sorprendente. El trabajo no es solo una serie de tareas y objetivos; es un tejido de interacciones humanas. Y en ese tejido, el respeto y la amabilidad pueden ser tan importantes como la competencia. El despliegue de la inteligencia, sin amabilidad, puede ser un arma afilada y a menudo peligrosa. Por otro lado, una persona buena, aunque no sea la más inteligente, aporta al ambiente laboral una energía que alienta y nutre, fortaleciendo las relaciones y aumentando la moral general.

“La respuesta más común fue la de trabajar con alguien de buen carácter, aunque no sea el más brillante”.

Sin embargo, el asunto no es tan simple. En la historia del mundo hay casos frecuentes de personas extremadamente inteligentes, aunque sean difíciles de tratar. Para algunos estas mentes son necesarias para el progreso y el desarrollo. Un ejemplo es Steve Jobs, el fundador de Apple, quien además de su indiscutible genialidad y capacidad para generar innovación a su alrededor, tenía fama de mentiroso, arrogante, vengativo, frío y despreciable con sus empleados.

Con figuras como Steve Jobs, la genialidad frecuentemente trae consigo desafíos interpersonales que impactan a todo el equipo. Pero esto no debería ser pretexto para permitir el maltrato o fomentar una actitud negativa. Aquí reside el verdadero arte de la gestión y el liderazgo: dirigir a estas personalidades brillantes pero complejas de tal manera que sus talentos sean aprovechados, minimizando la influencia de sus comportamientos tóxicos en el equipo. Si, pese a ello, deterioran el ambiente laboral, es mejor prescindir de ellas. Si causan más daño que beneficio, no vale la pena tenerlas cerca.

“La respuesta más común fue la de trabajar con alguien de buen carácter, aunque no sea el más brillante”.

Algunos comentarios en respuesta al trino de @mlberp vinieron de personas que compartieron su experiencia laborando con mentes brillantes, pero despreciables en su trato hacia los demás. Mencionaron que, a pesar de reconocer la inteligencia de sus compañeros de trabajo, el estrés generado por el maltrato afectó significativamente su salud mental y bienestar en general. Sin embargo, hubo también quienes expresaron su admiración hacia estos individuos inteligentes, afirmando que lograron manejar su comportamiento adverso sin mayores inconvenientes.

Existen lecciones valiosas que se pueden aprender tanto de trabajar con personas inteligentes pero difíciles, como de trabajar con personas amables, pero menos competentes. De las primeras, podemos absorber el conocimiento, la forma de abordar los problemas para solucionarlos y su capacidad para innovar, mientras que, de las segundas, aprendemos la importancia del trato humano y el respeto mutuo. Al mismo tiempo, de ambas, aprendemos lo que no se debe hacer y cómo no ser, ya que en cada uno de nosotros existe la capacidad de ser tanto brillantes como amables y de aprender gracias al ejemplo dado por los demás.

Llevando la pregunta al plano personal, la decisión no debería ser si buscamos ser inteligentes y despreciables o en vez de eso, menos competentes pero bondadosos. La verdadera habilidad y lo que deberíamos esforzarnos por alcanzar, tanto a nivel individual como colectivo, es la capacidad de combinar ambas: ser inteligentes y ser amables. La verdadera inteligencia, después de todo, no solo consiste en resolver problemas complejos, sino en ser capaces de hacerlo de una manera que honre nuestra humanidad y la de aquellos con quienes trabajamos.

La verdadera sabiduría no radica en ser el más inteligente de la reunión ni el más amable, sino en entender que cada persona, independientemente de sus características, tiene algo valioso que aportar. Encontrar el equilibrio entre inteligencia y bondad, y fomentar un ambiente en el que todos se sientan valorados y respetados, es un arte que todos debemos aprender.

Así, la pregunta no debería ser si preferimos trabajar con personas inteligentes pero difíciles, o con personas amables, pero menos competentes, sino cómo podemos construir una cultura laboral en la que la inteligencia y la bondad no sean vistas como cualidades mutuamente excluyentes, sino como atributos que se complementan entre sí y se potencian mutuamente.

Si vamos más allá de la falsa dicotomía de elegir entre inteligencia o bondad, y nos esforzamos por buscar y fomentar ambas cualidades en nosotros mismos y en nuestros compañeros de trabajo, podemos hacer más que sobrevivir en nuestros lugares de trabajo. Podemos prosperar, crecer y construir espacios en los que la excelencia y la humanidad coexistan, se valoren y se promuevan juntas.

Al final del día, cada uno de nosotros es mucho más que un empleado o un jefe, un colega o un subordinado. Somos seres humanos, con una capacidad innata para el pensamiento profundo y la bondad genuina. Y es en el equilibrio de estas dos fuerzas donde encontramos no solo la clave para un ambiente de trabajo saludable y productivo, sino también el secreto para una vida plena y gratificante y, en última instancia, para ser buenos seres humanos.

No deberíamos lamentarnos si pasamos algunos meses o años en lo que podríamos llamar 'la universidad de la vida', trabajando con individuos cuya inteligencia se ve opacada por su desprecio y maltrato hacia los demás. Existe mucho por aprender de estas personas: no para convertirnos en seres despreciables, sino para absorber su inigualable competencia intelectual y, en contrapartida, aprender qué no replicar de sus comportamientos déspotas y abusivos. Usualmente, este tipo de personas no son fáciles de identificar, pues se muestran encantadoras al inicio, revelando su verdadero carácter solo después de haber establecido una relación laboral.

Sin embargo, si se tiene la suerte de trabajar con personas brillantes y buenas, hay que hacer todo lo posible por aprender de ellos e inspirarse con su ejemplo. Teniendo ese balance y ese modelo a seguir, se descubre no solo cómo ser mejores en nuestro trabajo, sino cómo ser mejores personas. Y eso, al final, es lo que realmente importa. Porque no somos solo lo que hacemos, sino cómo lo hacemos, y el impacto que dejamos en los demás a lo largo del camino.

“Si se tiene la suerte de trabajar con personas brillantes y buenas, hay que hacer todo lo posible por aprender de ellos e inspirarse con su ejemplo”.

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