Velia Vidal
25 Febrero 2022

Velia Vidal

Plaga

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Plaga es un libro que duele, que incomoda como un zumbido incesante de moscas en los oídos o un croar de sapos cuando uno intenta dormir. Así como deberían doler las tragedias de los pueblos negros e incomodar que las historias sobre nosotros sean narradas desde el racismo, o que nuestras voces estén ausentes e invisibilizadas en un país que se supone diverso. 

Celebro la existencia de la novela de Juliana Javierre (Seix Barral, 2021), no solo por el cuidado con el que se narra lo afro, por las metáforas exactas y el manejo ejemplar de la tensión a lo largo de la historia, sino porque me anima a escribir unas notas aspirantes a respuestas de un par de preguntas que no paran de zumbarme en la cabeza.

Antes de que saliera el libro, el editor me pidió que conversáramos sobre el uso de algunas expresiones y el manejo de ciertos detalles en la narración; supongo que me buscó, por lo crítica que he sido con el modo como se narra lo afro en la literatura colombiana. Accedí a la conversación con gusto y disposición, porque creo plenamente que no solo las personas afro estamos autorizadas a escribir sobre lo afro o a narrar historias donde los personajes sean racializados; como también creo, y no me cansaré de repetirlo, que es indispensable cuestionarse de forma individual y colectiva sobre el modo como se narra a este otro con una larga historia de sometimiento y exclusión, porque evidentemente hay un enorme riesgo de narrarlo desde los estereotipos y la exotización que nos habitan, solo por mencionar dos de las formas más recurrentes del racismo en la escritura.

Además de la pregunta sobre quién puede o no escribir sobre lo afro, está la de los temas que deberíamos abordar nosotros, nosotras, autores y autoras afro. Somos y hemos sido muy pocos circulando en el país, y no hemos tenido acceso a suficientes y representativos espacios para narrar nuestras historias o poner en el escenario público los temas que nos atañen. 

La literatura es un espacio de libertad; pero, como en la historia de los descendientes de los esclavizados, serán el tiempo, las luchas y el pulso (literalmente), lo que nos permitan experimentar la auténtica libertad de movernos por las letras a nuestro antojo. Habremos pasado una página del racismo el día que yo no sea una escritora negra, sino simplemente una escritora, y que no sienta sobre mis hombros la necesidad, casi obligación, de referirme en mis textos a lo que falta por contarse sobre nosotros, o a lo que deba decirse con nuestra propia voz.

No deja de ser paradójico que una de las formas de condicionamiento de esa libertad venga de las tensiones entre lo que me dictan mi intuición o mi necesidad y lo que me exige la realidad en la que vivo. Algo en mí reclama la escritura sobre las plagas que azotan mi región y me lleva a pensar que no puedo desperdiciar unos cuántos lectores, un espacio de amplia circulación, diciendo lo que otros quieren escuchar, lo que tantas veces se ha dicho o dejando de mostrar lo que deliberadamente se ha ocultado. Sin embargo, sé muy bien dónde nací y dónde vivo, entiendo que para no correr con la misma suerte de Inesolda no puedo ser como ella, la maestra que redactaba cartas exigiendo explicaciones o buscando soluciones porque creía tener un deber superior con Sopinga, el pueblo donde ocurre Plaga.

Quizá con esto empiezo a configurar una especie de manifiesto de mis letras, las de esta columna, las de los cuentos, los poemas o la novela en que trabajo: el propósito de ser fiel a las voces de mi intuición y de las historias de mis antepasados sin olvidar la necesidad de proteger la vida. El compromiso de recurrir a la literatura, siempre, como una forma de nombrar lo innombrable sin que nadie se sienta atacado, ni profundizar el miedo que razonablemente expresan quienes me aman.

Juliana vendrá pronto a Quibdó a presentar su libro en nuestra quinta Fiesta de la Lectura y la Escritura del Chocó (Flecho), nos conoceremos y conversaremos en nuestro Sopinga, esta tierra donde una plaga se intenta resolver con otra más grande, con muchas Emilias, abusadas, llenas de miedo, donde el amor también tiene el cuerpo de una abuela. 

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