Rudolf Hommes
30 Junio 2024

Rudolf Hommes

Las ramificaciones de la desigualdad

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No hay duda de que ser el país con el peor índice de Gini del mundo es una vergüenza, una injusticia y un desafío descomunal. El 10 por ciento más rico de los colombianos obtiene una participación en el PIB de 43 por ciento, mientras que el 10 por ciento más pobre solamente tiene una participación del 1 por ciento. Eso tiene que cambiar.

Hay que tener en cuenta también que no es el único problema de injusticia distributiva. En el país, hay un gran número de desigualdades, o de dimensiones de la desigualdad. Las más notorias son las diferencias de ingreso y de protección laboral entre el sector informal y el formal y las que hay entre el campo y las ciudades. El abismo entre el desarrollo y el ingreso de las grandes ciudades y el resto del país es gigantesco. Hay desigualdades entre géneros, entre etnias, educativas, de acceso a oportunidades y a derechos, por ejemplo, a salud y seguridad. También se han perdido libertad y control en los territorios periféricos dominados por criminales o similares. Somos una Costa Rica incrustada en el corazón de las tinieblas y del crimen. ¿Por dónde empezar? 

Es aconsejable comenzar por reducir la desigualdad de ingresos, que es medible, y tener cuidado porque la disminución de una desigualdad de ingreso puede aumentar otras. Un ejemplo es que las políticas que promueven mayor participación de mujeres en las juntas directivas y en los altos cargos tienen un efecto positivo para disminuir la desigualdad entre géneros, pero aumentan la desigualdad entre mujeres pues solamente se benefician las más inteligentes, las mejores, las que más brillen y sus empleadas domésticas. 

Hay que escoger estrategias que tienen efectos transversales positivos y las que ofrecen la oportunidad de generar crecimiento económico incluyente. Elevar el nivel educativo de la población colombiana, por ejemplo, haciendo mucho énfasis en igualdad de acceso debe ser una de ellas. Otro camino que debe explorarse es acelerar el crecimiento económico y hacerlo incluyente para aumentar la participación en el PIB de la población más pobre. 

Si nos proponemos volver a crecer aceleradamente, es posible que se consiga reducir el desempleo y el tamaño de la economía informal, absorbiendo trabajadores de baja o mediana calificación en la economía formal. Es una oportunidad que compartimos con la mayoría de las naciones en desarrollo. La directora del FMI la ha detectado y ha puesto a un grupo de investigadores a encontrar maneras de hacerlo eficientemente.  En una carta dirigida a los participantes en el 7º Foro Estadístico del FMI invita a los gobiernos de países en desarrollo a que le presten atención al sector informal y adopten políticas para incrementar la economía formal e ir reduciendo las diferencias. 

No es fácil inducir al sector formal a contratar trabajadores informales en economías que no crecen con rapidez. Es posible que esto esté vinculado a la ausencia de competencia.  Es crítico entender las relaciones entre las empresas formales y las informales y la “organización industrial” que permite que sobrevivan los pequeños como informales y los grandes como oligopolios. Es probable que esto induzca escogencia de tecnologías que no aprovechan la existencia de mano de obra ociosa o subutilizada y que contribuye a fomentar los prejuicios que desconocen que la informalidad genera empleo de baja productividad para millones de personas y aporta frágil protección (es par’hoy). 

Es una buena noticia que el FMI esté buscando soluciones. Mientras encuentran fórmulas, sugiero generar ya el mayor empleo posible, si es necesario con recursos públicos, para enganchar y capacitar a las y los ninis, a mujeres desempleadas y a otros trabajadores en edad madura que requieren reentrenamiento y trabajo. 
 

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