Martín Jaramillo Ortega
27 Junio 2024

Martín Jaramillo Ortega

20 años de aquel Once

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Ahora que se cumplen 20 años del título de la Copa Libertadores del Once Caldas, confieso que fue hermoso ver en 2004 cómo la épica se tomó el deporte más famoso del mundo y nos dejó ver lo impensado. 

Las casas de apuestas, muy sonadas por estos días, demostraron ser tristemente inmortales. Grecia quedó campeona de la Eurocopa en Portugal de la mano de Otto Rehhagel, el entrenador famoso por tener un juego ultradefensivo y que en este caso supo aprovechar los contragolpes para dejar al rival en ruinas, nunca mejor dicho. Pasó lo mismo en la Champions League, el Porto de José Mourinho sorprendió a todos quedando campeón en Gelsenkirchen. Pero -como si faltara otra historia de David contra Goliat- quizá la epopeya más grande de ese año la logró el Once Caldas, de la mano del profe Luis Fernando Montoya, alzando la Copa Libertadores. 

Yo tenía siete años, muy pocos para tener los recuerdos de ese día tan claros, diáfanos, pero ya con la edad suficiente para entender de dónde venía el sufrimiento de mi abuelo. Darío Jaramillo, el viejo del mío, fue un señor manizaleño criado en medio de nueve hermanos y entre todas esas majas y hoy lejanas costumbres del Eje Cafetero. En su vida, o eso recuerdo, se dedicó puntualmente a dos cosas: enseñar y dar ejemplo desde el trabajo que tenía como médico y a hacerle fuerza al Once Caldas. Durante los penaltis de aquella final de 2004 tengo grabada la imagen de verlo caminando pálido, mudo, por un pasillo de la casa. Yo no entendía muy bien cómo era posible que alguien sufriera tanto cada vez que un jugador vestido de blanco se acercaba a patearle un balón a once pasos de distancia del arquero del otro equipo, un tal Abbondanzieri. Tiempo después, y para ser sincero con mi abuelo, reconozco que probablemente hoy en día, en cuanto al fútbol, sufrimos igual aunque yo seguro he tenido menos alegrías. 

Son gratos mis recuerdos del fútbol en 2004 con Grecia y  Porto. Claramente aún más grato recordar la forma en la que saltaba mi abuelo al ver su equipo ser campeón continental e incluso la manera en que todo Colombia menos Pereira -entendible- le hizo fuerza al mismo club, algo casi inédito. 

No era para menos. Un equipo histórico pero sin muchos títulos se había clasificado a la Copa Libertadores luego de quedar campeón de liga colombiana en plena época de novenas de 2003. La fase de grupos la supieron sortear sin mayores contratiempos, pasaron de primeros. En octavos de final, luego de dos empates, llegaron a los penaltis contra Barcelona de Ecuador. Juan Carlos Henao, arquero e ídolo del equipo, logro contener el cobro definitivo y Dayro Moreno, muy joven en aquel tiempo, supo continuar con el legado que dejaba Sergio Galván Rey, el goleador del equipo que se fue a Estados Unidos terminada la primera ronda. 

Los cuartos de final fueron contra Santos de Brasil que por ese entonces jugaban Robinho, Elano y Diego. En Brasil empataron 1-1 con un gol en los últimos minutos de Arnulfo Valentierra y con Henao como figura bajo los tres palos. La vuelta, en el Palogrande, fue una victoria 1-0 con un golazo del mismo Valentierra al minuto 70

En la semifinal se ponía otro gigante brasilero en el camino: Sao Paulo. De nuevo empate en Brasil y en Manizales ganaron 2-1 con gol de Jorge Agudelo al minuto 91. 

Llegó la final contra Boca, el de Carlos Bianchi, campeón del mundo luego de ganarle al Milán la Copa Intercontinental también en la época de novenas del 2003.  La final de ida terminó 0-0 en La Bombonera con Henao y John Viáfara como figuras del partido y todo quedó para definirse en Manizales. 

En la vuelta, el mismo John Viáfara abrió el marcador con un golazo al ángulo desde más de 30 metros de distancia. Boca empató con gol de Burdisso y en los penaltis Henao le ganó el pulso al ‘Pato’ Abbondanzieri, quien por ese entonces era el arquero de la Selección Argentina y uno de los mejores del mundo. El 1 de julio de 2004, frente a los ojos del planeta, se cumplió lo impensado y el Once Caldas de Manizales alcanzó la gloria continental mientras mi abuelo saltaba al borde de un infarto, incrédulo ante semejante hazaña.  

Seis meses después, entre el Porto de Mourinho y el Once del Profe Montoya se disputaba el partido para saber cuál equipo iba a quedar con el rótulo de ser “el mejor equipo del mundo”. Ganó el Porto por penales, esta vez Henao no pudo salvar todos. 

De ese equipo hay gratos recuerdos, en un momento jugaron Sergio Galván y el que entonces era un joven díscolo Dayro Moreno. Tiempo después, Galván se convertiría en el goleador histórico de fútbol colombiano hasta ser destronado por su alumno, Dayro, quien hoy es sólo díscolo, ya no tan joven. 

Tampoco se puede olvidar una de las muestras más grandes de argentinismo que vivimos en Colombia: Boca no reclamó su medalla de subcampeón. Cuando varios periodistas le preguntaron al técnico Carlos Bianchi al respecto, el “Virrey” respondió: "Nunca había quedado segundo y no sabía que les daban medalla de plata". Tanto dolió, Boca pudo con el Real Madrid y el Milán pero no con el Once. 

Sin embargo, y como tristemente en este país no todo puede salir bien, este equipo que cumple 20 años de su mayor triunfo también trae tristes recuerdos: En cuanto a lo deportivo, lo que pintaba ser un proyecto serio terminó desbaratándose al nivel que hoy en día es más factible ver al Once Caldas peleando por no descender que por un título. 

John Viáfara, el autor del gol de la final, fue extraditado a Estados Unidos en enero de 2020 sentenciado por ser miembro del Clan del Golfo y ayudar en la coordinación de las rutas de la droga desde el Pacífico colombiano a Centroamérica y Estados Unidos. 

Quizá lo más triste es saber que diez días después de aquel partido contra el Porto en Yokohama el profe Montoya fue víctima de un asalto en el que Luis Alberto Toro, alias el Guajiro, le disparó y lo dejó cuadripléjico. La cabeza del equipo que logró la más grande gesta en el fútbol colombiano fue víctima de un atraco que, en época de novenas también, le cortó su sueño. Hoy el profe Montoya es llamado, con razón, el “campeón de la vida”, porque ha seguido estudiando y viendo fútbol. 

Luces y sombras, en esto terminó esta proeza del fútbol nacional. Colombia al fin y al cabo… 
 

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